EL ORFISMO EN EL ESPÍRITU GRIEGO

La sabiduría órfica tuvo la pretensión de ser considerada como sabiduría primitiva.  De aquí su alcance con el cantor mítico Orfeo, cuyo destino está tan cerca del de Deméter.  Homero y Hesíodo aparecen sólo como reflejo y falsificación de la vieja revelación.  Por eso Heródoto ha observado muy claramente: "Los poetas que se creen mas viejos que Hesíodo y Homero son, en mi opinión, más modernos", con lo cual no sólo se plantea bien una realidad histórica, sino que se traza una limitación fundamental muy significativa en el tema del orfismo y el helenismo.
Tiempos críticos posteriores pretendían conocer con seguridad a los autores de los poemas órficos.  La tradición de las sectas, desde luego, atribuyó toda la literatura órfica de contenido teológico y ritua, que es producto de una época, al mismo Orfeo y a su discípulo Museo, al primero, en particular, la gran teogonía rapsódica, de cuyas ruinas sacamosnuestro conocimiento inmediato de las doctrinas órficas. La profundidad y la fuerza de creación poética con que la materia mítica ha sido transformada en una teoría total del destino de los dioses y del mundo, no apagará nunca la impresión de que hasta este espíritu griego, el más libre y el más humano, durante un tiempo estuvo en peligro de recorrer caminos indios, de continuar su época mítica con una teología y de errar la medida europea de las cosas.
A la teología órfica corresponde también una antropología, y, por cierto, pesimista, que también por ello recuerda a Hesíodo: "pecadora raza son los hombres, carga de la tierra, imágenes de sombra, que de nada saben, incapaces de conocer lo bueno y lo malo y de comprenderlo".  ¡Qué lejos queda esto de la épica homérica, en la que los muertos son en el Hades sombras, pero los vivos en la tierra la realidad mayor!  La divina chispa de Dionisos del alma humana está metida en el cuerpo como el preso en la cárcel.  La muerte natural disuelve los vínculos con el tiempo, pero el alma liberada debe volver al ciclo de la necesidad en la rueda de los nacimientos; según la medida de sus culpas, vuelve a renacer en cuerpos de animales o de humanos.  Pero a Perséfone y a Dionisos les ha dado Dios el don de "soltar el círculo y dar a las almas refrigerio en la miseria".  Por aquí comienza la doctrina de salvación órfica, con la plenitud de sus prescripciones rituales y de sus reglas de abstención; en su influencia ha sido ésta mucho más importante que la teología.
Los órficos se organizaron por todas partes en comunidades culturales cerradas, en sectas.  En ésta se conservaron y propagaron las doctrinas, y sobre todo se hacían las iniciaciones, se celebraban las orgías, y se ejecutaban las prescripciones rituales  Los numerosos profetas errantes órficos no son, en primer lugar, tampoco cantores y maestros, sino sacerdotes expiatorios, viedentes y médicos milagreros.  El alma purificada con iniciaciones y orgías tiene frente a los otros hombres la pureza que debe ser ejercitada continuamente en toda una "vida órfica".  En este esfuerzo ayuda la ética minuciosamente ritual, cuyo mandamiento principal es el absoluto respeto a la vida ajena, por consiguiente también la abstinencia sexual, e incluso de los vestidos de lana, que además llena toda la vida con sus ritos expiatorios y conceptos de pureza.  Tanto la práctica vital de las sectas como la actividad de los profetas errantes, finalmente degeneró cada vez más en magia, explicación supersticiosa de las señales y elección agorera de los días (más tarde heredada por los romanos).  Pero, aparte de estas degeneraciones, lo mismo que en la teología órfica, en el ideal de una vida órfica, aparece en medio de lo griego una tendencia hacia lo no griego, es decir, la inclinación a buscar la pureza del hombre e la negación de su vida terrena, la nobleza del alma en la mortificación del cuerpo (¿les suena?).  El espíritu griego fue conducido por el orfismo hasta la misma frontera de los ideales ascéticos y hasta los límites de una religión de salvación.
El movimiento profético de la época posthomérica, aún desde el mismo helenismo, no podría ser considerado como un puro episodio; es para ello demasiado profundo, su contenido demasiado importante y sus efectos inmediatos demasiado grandes.  Pero en relación con la historia universal, se presenta en contemporánea la relación con movimientos proféticos no sólo en la zona de Asia Menor, sino en todo Asia.  Y este profetismo asiático, en todos los puntos donde se enciende, es de lo más importante, y en aquellos de ellos pertenece a los objetos máximos de la historia universal.  La misteriosa significación que adquiere bajo este punto de vista el siglo VI para la historia de la humanidad hace tiempo que ha sido vista.  Está a la luz del día.  En el siglo VIII aparecen en Israel Amós y Oseas; en Judea, Isaías; en el siglo VI, el segundo Isaías lleva el profetismo judío a su mayor altura.  Que todo un torbellino de cultos orgiásticos y movimientos extáticos vivía desde antaño en Asia Menos es seguro.  Que precisamente en esta época resonara con más fuerza  progresara en tono profético, es verosímil.  Que la nueva corriente de esencia dionisíaca en Grecia esté en relación con aquél, es por lo menos posible.  Y todavía más: en el Irán, y precisamente en su parte oriental, se forma en las centurias que siguen al año 1000, sobre la religión aria, la doctrina profética de Ahuramaza y su lucha contra las malas potencias, la cual, por su duración e influencia, es una de las grandes religiones universales; pues en sus formas tardías se extendió mucho e influyó también fuertemente en la historia religiosa europea.  Pero no perdamos de vista sus estadios iniciales.  La época de Zoroastro mismo es siempre disputada.  Muchos la sitúan en los comienzos del primer milenio, pero la mayoría de los indicios parece pronunciarse por la época inmediatamente anterior a Ciro, es decir, los comienzos del siglo VI.  Que Gotama Buda nació hacia mediados del sigo VI, es una realidad histórica segura.  Igualmente que en el 551 a.C., en el estado de Lu, nació Confucio, y medio siglo antes, en la provincia de Honan, el hombre que "procuró ocultarse a sí mismo y quedar sin nombre", y al cual llamamos nosotros Lao-Tse.

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