Consideramos la humanidad del espíritu griego, no ya solamente en su más inmediata expresión, sino que penetramos en la conexión casual de la historia de Grecia cuando hablamos de la polis, de la tragedia o de la filosofía. En la plenitud de figuras de su mundo de dioses, el espíritu griego se torna forma hasta tal punto, que en él también se ha vuelto eterno; estas figuras son tan perfectamente afortunadas que son a la vez separables de toda base y representan, independientemente de la historia, una joya de realidad humanística. Pero la política, la tragedia y la filosofía son inervaciones que Grecia ha creado también por su propia disposición y exigencia espontánea, pero que han seguido siendo transformables e influyentes en la corriente del acontecer histórico. Las palabras no engañan. El Olimpo y los titanes, Apolo y Dionisos, son valores universales del humanismo. Pero aquellas tres palabras: política, tragedia y filosofía, designan las líneas de fuerza que han seguido operando a través del Cristianismo y del Renacimiento, del Medievo y la Ilustración, y sin las cuales no puede ser imaginado el proceso histórico de Occidente.
Hegel dijo de la polis que era "la obra de arte de la política". Con ello la colocó en paralelo con las otras dos obras de arte del espíritu griego: con la obra de arte subjetiva, esto es, con la perfección del hombre, y con la obra de arte objetiva, esto es, con la realzada humanidad de los dioses. También la polis, piensa él, es un auténtico medio entre espíritu y sentidos, y con ello una figura hermosa y una obra de arte; es, pues, el punto medio entre la validez general de la ley y la particularidad del individuo. Pero es que además se constituye en punto medio entre la sujeción a la naturaleza y la libertad de la decisión ética. Las leyes sustanciales del estado son allí a la vez máximas de la conciencia, que todavía no es libre, sino que está presa en la ley tanto como en la costumbre. Atenea, la señora de la ciudadela, es el verdadero espíritu de cada uno de los ciudadanos. No es la abstracción del Estado y el deber de servirle lo que determina la vida política, sino que para el griego era la patria una necesidad sin la que no podía vivir.
El Estado, como obra de arte formada por hombres, como forma de vida bella y superior, apenas puede entenderse mejor que cuando nos aproximamos al cosmos espartano o a la democracia ateniense. Los mismos griegos tuvieron que sentirlo así. Habían inventado la teoría del Estado como morfología y habían pensado que la lucha política por la constitución era una metamorfosis, al mismo tiempo que en la India se escribieron manuales de técnica política o en China las leyes del Estado, se pensaron, en parte, como ordenaciones éticas y en parte, como medios políticos.
Quien tiene visión histórica no desconocerá la corporeidad de la polis y su carácter de obra de arte, pero tampoco se quedará en ello. De la política surge la polis y en ella vive como su elemento hasta que en ella fracasa y desaparece. Ya hemos hablado antes de la caída de fuerza de la historia universal que ocurrió en el segundo milenio al decaer los grandes estados de Asia, el imperio universal egipcio y la talasocracia cretense. Nada es eterno aunque lo parezca. en esta decadencia de poderes se desplegó la variada cantidad de las entidades políticas griegas sin estorbo, en lenta maduración, sin ataques externos violentos. tanto más claramente se dibuja el territorio político de la alta presión que los estados griegos generan entre sí y por encima de sí mismos, en cuanto se sustituyen en sus pequeños territorios y cargan unos contra otros con tanta mayor fuerza cuanto más perfectamente toman forma.
En la historia del antiguo Oriente sonó la hora universal de la gran política tarde. Sólo cuando el imperio egipcio salió de sus fronteras salió también de su permanencia, y sólo cuando el espacio del Asia anterior, gracias a las irrupciones de los estados periféricos, recibió excitaciones, se encontraron las potencias del mundo antiguo bajo el signo de las situaciones cambiantes, de las grandes guerras, de los acuerdos de paz y de los tratados internacionales. Pero en la historia de Grecia, la política es, desde el principio, la atmósfera vital de la polis, e incluso el medio en que ésta se forma. No se encuentran estados maduros en contraposiciones políticas, sino que formaciones políticas jóvenes surgen en cuanto tales; la polis no se puede comprender sin relación de tensión con sus semejantes. Por eso, en los comienzos del Estado griego no está una fundación estatal, como en el caso puro del comienzo de los antiguos imperios. El culto del héroe fundador Teseo en Atenas es de fecha reciente, y sólo la época gloriosa de después del 480 a.C. le ha dado su forma clásica. La tragedia y las artes plásticas tienen en ello igual parte. En lugar del fundador al principio, en la historia de los estados griegos está en el centro el legislador, y éste no plantea el princiio que lo determina todo, sino que agarra el acontecer y de éste saca a la polis en su forma organizada. Así el cuasi mítico Licurgo, en la confusión de la guerra mesenia al cosmos espartano; así el histórico Solón al nomos ateniense, en medio de la dura lucha contra Mégara. No en un tranquilo proceso formativo de dentro afuera, sino en la conexión causal de la historia griega es donde se ha formado la polis. El origen del héroe es homérico: de la Ilíada de sus enemistades y reconciliaciones, de sus victorias y derrotas surge, como en el epos, la figura del héroe.
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