IDEA DE LO GRIEGO EN HEGEL

El progreso es un camino recorrido: un camino en el sentido en que se forma camino detrás de todo lo que se anda, aun cuando antes no hubiera estado trazado ninguno.  El camino en la Historia no está realmente trazado de ninguna manera y para nadie es previsible, se ha compuesto siempre de sorpresas, de decisiones entre distintas posibilidades; en cada punto ha habido que tomar una decisión de continuar; y de continuar con decisión renovada.  Y para aquél que está en marcha lo recorrido se vuelve camino y el caminar progreso, a menos que haya muerto del todo la voluntad de continuar.
En lo que respecta a la historia que acontece, en ella se realiza el proceso como un efecto de fuerzas que operan unas frente a otras.  Las decisiones anteriores producen efecto en las siguientes, si bien no las determinan.  El espíritu formado extiende sobre el tiempo su validez y se convierte en herencia según existen épocas nuevas.  Decisiones tomadas antes determinan, si no el contenido, el nivel de todas las siguientes, tanto más cuanto más grandes fueron aquellas.
La idea del progreso se plantea ante nosotros no ya como una cuestión visual, sino existencial.  Como estamos nosotros mismos en la historia, en este punto del camino, procediendo de un pasado concreto, aceptando la herencia recibida, agitados por sus efectos y a la vista de un futuro determinado -incierto o no, pero definible-, el camino que llega a nosotros y por nosotros pasa obtiene unidad, dirección y sentido.  En nuestra participación vemos la historia como progreso.
Las altas culturas del primer milenio están a enorme distancia unas de otras tanto en el espacio como en su idiosincrasia. Son muy finos los hilos que las enlazan entre ellas, por ejemplo, los viajes de descubrimiento y las caravanas comerciales que llegaron desde la China de los Emperadores Han a la India, al Asia anterior o al Imperio Romano.  La razón de ello no es sólo la gran distancia, sino también el exotismo de sus estilos y la autarquía espiritual en ellos.  En la época se movían tres culturas que recorría cada una su propio camino de perfección, alejándose radicalmente las unas de las otras y cerrándose mutuamente sus espacios. Fue necesario un Alejandro para abrir una brecha y una religión universal como el budismo para penetrar en otros espacios.
Si la existencia humana no es guiada por un sistema fundamental, sino que se torna enigma que el hombre puede y debe resolver, si las fuerzas de la voluntad no son sujetas a un orden, sino puestas en libertad para la creación, existen necesariamente una multitud de soluciones, y de ello se cuida la insondabilidad de la existencia misma.  Que además cada una de estas soluciones sea inagotable en sí misma, ya lo hemos sugerido.
La imagen del enigma y de sus muchas solucione nos viene de Hegel.  Hegel la aprovecha para formular el principio del mundo griego; Edipo ha encontrado la solución para el enigma de la Esfinge: "el hombre". Con esto, dice Hegel, está expresada la transición de lo egipcio a lo griego, e incluso la transición de Oriente a Occidente.
El enlace directo de Grecia con Egipto, que Hegel establece es falso, naturalmente.  En cuanto al material, está sacado de Heródoto, especialmente del mito egipcio de los griegos.  Desde el punto de vista de la filosofía dela historia es uno de los defectos que proceden del dogma de que la historia universal progresa de Oriente a Occidente.  Sin embargo, la aplicación de la historia de Edipo para caracterizar la solución griega es ingeniosa, y nada pierde de su valor si se la emplea no ya en la relación entre Grecia y Egipto, sino en la relación de la cultura griega con sus contemporáneas de dimensión universal.  Por lo que a Hegel respecta, ha explotado la agudeza de esta historia para construir su magnífica filosofía de la helenidad que, sin duda, es la joya de toda su filosofía de la historia y que por ello venía a colación mencionar aquí.
Que el espíritu griego es el espíritu concreto en su vital frescura natural mostrándose en el presente sensible como el espíritu incorporado y los sentidos espiritualizados; que precisamente por ello su categoría fundamental es la belleza; que, por consiguiente, la primera obra de los griegos fue la obra de arte subjetiva o la obra de arte en que se convirtió el hombre mismo; pero que se formara según el principio de la individualidad toda obra griega, incluso el Estado; y, sobre todo, que la religión griega ha presentido lo humano como forma en que se revela lo divino, por lo cual los dioses griegos no son alegorías ni símbolos, tampoco ideas, sino individualidades concretas.  Estas y otras muchas fórmulas de Hegel son intentos felicísimos de expresar de modo abstracto lo que se significa cuando al enigma de la existencia se le da como solución "el hombre" y cuando con esta palabra son derribadas todas las esfinges de Oriente.
Pero desde la época de Hegel hemos aprendido a comprender de nuevo lo griego y a entender, dentro de la imagen de ello, muchas cosas que sobrepasan la categoría de la hermosa individualidad.  La imagen hegeliana de Grecia es tan magnífica que, a pesar de las correcciones más violentas, sigue siendo verdadera en lo más profundo.  El hombre como la solución griega del enigma; el hombre como la medida de todas las cosas.
Es cierto que el espíritu griego está en el medio entre la naturalidad y la libertad, el espíritu allí no se tiene todavía a sí mismo como instrumento, sino que necesita del estímulo natural para expresarse, se expresa esencialmente en lo sensible, y por eso el hombre es el centro y el principio del mundo griego.

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