LA ROMA ANTIGUA

La grandeza de Roma no hay que buscarla sencillamente en la grandeza de los hombres.  Los romanos han favorecido con su consideración anticuaria de la historia y sus referencias a los exempla maiorum este modo de pensar; ellos sabían por qué.  También todos los idealistas y románticos de épocas posteriores preferían en el comienzo de la historia de Roma poner una sustancia de la que todo haya procedido y aquello para lo que esta sustancia no estaba dispuesta se inclinaban a darlo como decadencia, por ejemplo las conquistas demasiado extensas.  La Roma "propia" era un pueblo de labradores belicosos, sin cultura griega, pero de costumbres puras, piadoso, sin idea de vencer al mundo, pero fuerte en la resistencia y duro en la lucha con los vecinos; y de esta Roma vino la fuerza.  Pero si se entra en la conexión causal de la historia romana, de realidad en realidad, falla el dogma de una sustancia en la que todo estuviera preformado unívocamente ya desde el principio.  Ya en este punto tropezamos no con sustancias, sino con tensiones; no con disposiciones primitivas, sino con procesos formativos, y lo romano, por ello, no está al principio, sino al fin.
Esto lo demuestran ya las primeras realidades que podemos abarcar a través de la grandiosa historia legendaria de la época de los reyes.  Comprendemos allí no una unidad, sino una pluralidad que es reunida voluntariamente, una estratificación de elementos heterogéneos de la que surge sintéticamente el ser romano. La colonia latina, sobre el Palatino, y la sabina, sobre el Esquilino, y más tarde también la del Quirinal, son reunidas en una ciudad: no se trata, pues, de un sinecismo primitivo, sino de la unión secundaria de miembros heterogéneos.  El calendario romano de fiestas refleja esta evolución, y refleja también cómo se hizo con un plan.  En la segunda mitad del siglo VI a.C. se incorporan a la ciudad la colina Capitolina y el foro, que hasta este momento había sido necrópolis, y que ahora es desecado.  Todo esto acaece mientras Roma está bajo la soberanía de los reyes etruscos.  Para los romanos hubo hasta el final conciencia de cuán profundas y duraderas huellas había grabado esta época etrusca en la lengua, en la religión, en toda la cultura de Roma.  Es estilo mediterráneo primitivo y asiánico con todo lo que lleva consigo (culto a los muertos desarrollado hasta el punto de construir verdaderas ciudades de sepulcros, con muchos rasgos matriarcales, con cultos crueles y sensuales, con una elevada cultura del placer y de la belleza voluptuosa), que en esta sociedad noble etrusca se convierte en un elemento de la historia de Italia; una parte del mundo prehomérico y del mito de éste entra de manera profunda, e incluso dominante, en la mezcla que será Roma.
Pero el proceso es todavía más complicado.  Los etruscos son en la época de su florecimiento portadores e intermediarios de la cultura griega en Italia central.  Con la misma terquedad con que luchan contra las colonias griegas en el Sur, toman de buena gana la cultura griega en todas sus piezas, e incluso la absorben con avidez: figuras de dioses y temas legendarios, agones y juegos, música y plástica.  El espíritu de los etruscos, ligado a la materia, no queda con ello liberado con helénica libertad, ni, menos aún, fecundado para una producción propia.  Sólo los romanos comenzaron a descubrir en lo helénico la humanidad y explotaron su fuerza liberadora al ir a su encuentro sin intermediarios.  Pero aún rota a través de la mediación de lo etrusco, la helenidad influyó desde el comienzo en el proceso formativo de Roma, y se puede igualmente decir que lo etrusco era griego aclarado y lo griego etrusco revuelto.  Los tarquinios, en el siglo en que dominaron en Roma -que es el siglo de los grandes tiranos griegos-, construyeron el más antiguo templo en el Capitolio y la instalación de saneamiento del foro, como también las primeras murallas y el primer circo para las carreras de carros.  El intermedio de los tres dominadores extranjeros, Servio Tulio, en realidad un rebelde y un usurpador, pero un etrusco con todo, creó, según la tradición, la llamada Constitución Serviana, es decir, la orden de leva para el ejército de ciudadanos romanos, en la que con algo de fantasía se puede ver la primera conformación consciente de esta comunidad política.  Lo que en ella se tomó de lo anterior, lo que se creó de nuevo, apenas si puede distinguirse.  La constitución de Roma descansaba firmemente en la familia y la gens, pero nunca fue puramente gentilicia; ya la vieja ordenación por curias permite descubrir una voluntad que planifica e incluso organiza racionalmente.

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