CONSECUENCIAS DE LA IRRUPCIÓN ÁRABE EN EUROPA

La dinastía de los Omeyas (hasta el 750) mantuvo tanto la unidad de la fe del mundo islámico como la del mando en el imperio y su esencial carácter árabe, aun a través de todas las divisiones religiosas y dinásticas.  Pero, bajo los Abasíes, comienza inmediatamente la fragmentación en imperios parciales y progresa rápidamente, en lo cual el principio de división es a la vez dinástico, religioso y nacional (los dos primeros motivos están muy mezclados en la historia del Islam).  El centro de gravedad político del mundo mahometano está en la época abasida ya no en Medina, ni tampoco en Damasco, sino en Bagdad.  Desde el Oriente se extiende el estandarte negro de la rebelión contra los Omíadas.  El desplazamiento hacia Oriente corresponde a una profunda transformación en la estructura interna: el tipo de monarca se transforma de príncipe beduino en déspota asiático, el tipo de estado, de estado conquistador y de botín en burocracia de estilo oriental, el ejército pasa a ser, en vez de guerreros por Alá, de mamelucos y esclavos extranjeros.  Numerosos estados autónomos se forman con dinastías propias: en Persia, en la alta Mesopotamia, en Siria y en África del Norte.  Egipto se mantiene firme más que todos, y bajo los Fatimíes se convierte en gran potencia islámica.  en España, Abderramán, el único que escapó a la venganza de los Abasíes, fundó la dinastía neo-omida.  el califa de Bagdad es reconocido sólo como una especie de cabeza suprema del mundo islámico.  Pero también en la época de división y desplazamiento del punto de gravedad hacia el Oriente continúan las presiones e irrupciones hacia el centro de Europa.  En 827 cae Palermo; en 840, Bari; en 878 Siracusa; Córcega y Cerdeña están ya desde el 810 en manos de los sarracenos.  Las costas y ciudades de Italia, y la misma Roma, son saqueadas; entonce fue transformada la Campania en un desierto.  Pero esto sólo son expediciones de robo y rapiña.  La gran expansión de los musulmanes es contenida en el Oeste por los carolingios, en el centro por la flota bizantina en alianza con las ciudades marítimas de Italia, además de que por sí sola entró en reflujo.
Sin embargo, la gran irrupción produjo en la historia universal un efecto bastante largo en el tiempo.  El orbis terrarum cerrado y jalonado por el imperio romano fue roto precisamente por la línea por donde era más frágil.  Hasta qué punto el imperio romano estaba adaptado al Mediterráneo, hasta qué punto se basaba en el domino de las costas, en la posesión de las provincias trigueras africanas y además en la unidad de todo este mar, al que están vueltos hasta muy adentro de las masas continentales los territorios de tres partes del mundo, se mostró por primera vez en la ruina.  El anillo que el arte político de Roma, cuando era más grande y había soldado, fue rasgado en la fría ascua del Islam, la más fuerte potencia lejana que haya actuado en la formación de Occidente, a los 900 años de haber triunfado Publio Cornelio Escipión sobre Cartago.  el mar fue el centro del Imperio, y por ello, se convirtió también en el centro del antiguo mundo cristiano.  Pues África, Egipto, Asia anterior, Anatolia significan no sólo la fuerte mitad de las fortalezas y riquezas de Roma, sino que significan también Orígenes y toda la escuela de Alejandría, los movimientos eclesiásticos y heréticos más fuertes de la época patrística, significan San Agustín, la Tierra Santa, Jerusalén, el Santo Sepulcro...  Pero este mismo mar se vuelve de repente frontera de dos mundos.  La fractura que separa las mitades Norte y Sur del Imperio romano es de dimensiones verdaderamente geológicas; llega desde España hasta Armenia.  El paralelo 40 señala con bastante exactitud la línea en que se produce la ruptura.
Al mismo tiempo que se desgarra el Norte del Sur, se separan también el Este del Oeste.  Ningún plan estratégico, por genial que fuera, se hubiera podido trazar como objetivo lo que resultó de por sí como efecto del empujón de los árabes; se dio, sin embargo, de modo tan obligado que la imagen de los acontecimientos en la historia de la tierra se formó a partir de entonces.  También la unidad de las mitades Oriental y Occidental del Mediterráneo fue una hazaña de la política romana en su mejor hora.  El vencedor de Zama luchó también para la victoria sobre Antíoco III de SIria.  Y también esta unidad fue rota por el Islam.  Desde luego que en este punto los tonos cantantes que anuncian la ruptura son perceptibles durante largo tiempo.  Ya la reconquista de Occidente, por Justiniano, produce el efecto, a pesar de todas las invocaciones a la tradición romana, de ataque de una potencia extraña sobre el Occidente en formación.  Desde Heraclio, que concentra en el Este todo el poder del Imperio, y, sobre todo, desde los emperadores sirios y frigios, Bizancio se convierte en una potencia oriental, con otros frentes y enemigos, con otras necesidades y apoyos que el Occidente.  El mismo León III, que salvó del Islam a Bizancio, y con él a Europa, desencadenó la lucha de las imágenes, esto es, la ruptura del Oriente en el cristianismo.  Europa reconoció el abismo que con ella se abría inmediatamente y con toda claridad.  La desmembración del Oriente frente al Occidente estaba ya en marcha desde hacía tiempo.  El Islam fue un acelerante.  Los árabes remataron la ruptura.  Al tomar África en sus manos y atacar Sicilia, cierran los pasos y dividen más el Mediterráneo en su dimensión de longitud.  El Mediterráneo oriental es un mar bizantino, que es conservado por la escuadra imperial después de dura lucha.  Pero el Mediterráneo occidental se ha vuelto mahometano.  Venecia crece en esta situación hasta desempeñar su gran papel como umbral entre dos mundos.
Las consecuencias histórico-culturales de este doble desgarramiento son conocidas.  El comercio marítimo en el Mediterráneo se detiene, a partir del 650.  Lo que venía de mercancías a Europa por mar, especialmente desde Oriente, desaparece o se vuelve escaso, aunque, naturalmente, fugitivos y misiones diplomáticas, sabios y artistas, reliquias e influencias culturales, todavía pasan de un lado al otro.  Pero el papiro es sustituido por el pergamino, las especias se vuelven raras, el oro escasea.  Los orientales, especialmente los sirios, desaparecen de las múltiples funciones que tuvieron en el Occidente en sus comienzos como intermediarios de bienes materiales y espirituales; los judíos aparecen en su lugar.  Y aun más: la misma Bizancio, cuyo poder y cuyo espíritu, cuyo arte y cultura superiores estaban presentes en todas partes hasta el punto de que pareciera que Europa, por influjo interno fuera a empaparse de bizantinismo, se separa cada vez más.  La antigüedad, también en la forma tan tardía que impuso Constantino, se acaba.  Todo un continente se ha roto.

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