RENACIMIENTO Y FE

Con el mismo entusiasmo se excavan las reliquias de piedra y se salvan las ruinas de la destrucción.  Rafaelo Santi es empleado por el Papa León X como inspector de todas las piedras delos edificios antiguos.  ¡Y qué de cosas daba el suelo de Roma con sólo escarbar un poco!  El mundo culto de Italia peregrinaba hacia los vivos testimonios de la humanidad antigua.  También allí respondía la antigüedad -"liberada de sus cadenas", como se decía entonces- con toda su fuerza plástica.  Se escuchaban aquellas proporciones musicales que en ella resonaban, y asombrosamente sabían percibirlas.  La humanidad de los antiguos era también la propia.  ¿No era el propio pasado el que libertado, reconquistado, era convertido en prenda y norma de la grandeza presente?  La cuestión de si el impulso de la vida presente no superaba el modelo de los antiguos fue planteada ya audazmente en Florencia, más tarde fue afirmada claramente con el concepto de "modernidad".  En este punto, la alianza que se intuía entre el arte y el poder económico se convierte mucho más que en mera cuestión de ilustración y de existencia aristocrática.  Se convierte en decisión en la realidad de los pueblos románicos.  Primero, en Italia; después, en toda la Romanía, especialmente en Francia, el estado moderno saca su profanidad, su afán de poder y la conciencia de su significación europea de la grandeza redescubierta de los romanos.
Estímulo y norma, descubrimiento y emulación, comparación y herencia -todas estas tensiones en el fenómeno del Renacimiento van de acá para allá entre la antigüedad despertada y el presente.  Pero en el breve siglo del Renacimiento hay algunos brevísimos momentos en los que todas las tensiones descansan en el equilibrio, y en los que ambos elementos se funden, ciertamente que no en una plena existencia, pero sí en una plena belleza.  El más hermoso de ellos está señalado por los años romanos de Rafael.  Este joven no es menos grande que los máximos porque terminara todo lo que inició, ni menos libre porque aprendiera de todos (pues sólo aprende el mejor), ni menos profundo porque en su obra todas las tensiones se compensen y todos los problemas se resuelvan como en la misma bienaventuranza.  Cual el reúne la antigüedad y el Occidente cristiano, la corporeidad con la composición dialéctica, el escorzo con la musicalidad, nunca ha tenido comparanza, y ciertamente que no la tendrá nunca.  El caminar de su Madonna Sixtina sobre las nubes es la transfiguración del hombre y la tremenda confesión de que el mundo ha sido salvado en medio de su belleza sensible.
En tales cumbres puede uno estar seguro de que el Renacimiento, aun donde es profano del más magnífico modo, queda tan cerca del cristianismo como cualquier otra fase de la historia del Occidente: madera del tronco de la Cruz.  ¿Dónde se despliega este arte que goza de los sentidos?  Primero en las iglesias, y hasta el final preferentemente con temas sagrados .  Como fondo de las historias bíblicas se abre el escenario del paisaje, con sus figuras surge el hombre hermoso y característico, en sus escenarios florece el mundo.  Sólo muy lentamente, y siempre como una desviación, se desarrolla un arte puramente profano en su contenido y motivación.  Tampoco el pensamiento ni la literatura se desprenden del círculo cristiano de temas, sino que permanecen en él, incluso cuando se confiesan abiertamente al mundo.  La mitología antigua va junto a la leyenda, la sensación de los sentidos con el sacramento, el escepticismo con la fe en un mundo tanto más rico por ello.  Todas las audacias frente a curas y frailes, toda la crítica del Pontificado y su historia no impiden que la Iglesia sea una fuerza viva en medio de la vida.  Muchos pensamientos, por ejemplo, el de la unidad de la fe en Dios en todos los mitos, religiones y filosofías, se demuestran que son al cabo elaboración de la teología cristiana, aun cuando al principio fueran concebidos como ataques contra ella.  Afluyen a la vida religiosa realzada de la época de la Reforma, y  no sólo esclarecen el cristianismo, sino que lo hacen más profundo.  Pero también la piedad medieval intacta pervive como fuerza interior en el hombre: ¡de qué modo tan auténtico, por ejemplo, en el emperador Carlos V!

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