EL GERMEN DE LOS ESTADOS UNIDOS DE NORTEAMÉRICA

Cuando en los primeros decenios del siglo XVII se establecieron plantadores y colonos ingleses en la costa oriental de Norteamérica, en la franja entre Nueva Francia y Nueva España, comenzó con todo silencio una historia heroica, que en el plazo de ocho generaciones pasó de pequeña comunidad a potencia mundial.  Todo en ella fue nuevo, comenzando por la forma de su heroísmo: heroísmo hacia adelante, heroísmo del éxito, sin cargas ni trágicos fondos, sin palacios ni basaltos en ruinas.  El impulso lo formaron otras tantas cualidades inglesas incorporadas: espíritu de comercio y de empresa, tenacidad, sano individualismo, amor a la libertad, sentido comunal en alianza concreta; como el más profundo de todos los estímulos se acreditó el acerado puritanismo que con el Mayflower había llegado a Nueva Inglaterra.  El sujeto de aquella heroica historia es, por de pronto, un grupo heterogéneo de colonias, de las que cada una tiene su propia historia fundacional y su propio carácter, después una nueva nación que se forma con decisión política, después un continente entero.  ¿O es el continente desde el comienzo el sujeto?  No se navega sin castigo, ni se navega sin premio, más allá de la última Thule, hacia el Oeste, más allá de todas las condiciones de la vieja tierra, con la disciplina de la religión más incondicionada en el corazón, hacia el mundo de los indios.  No sólo la lejanía que se abría y el país salvaje que pertenece a los primeros exploradores, sino cada trago de agua y cada bocanada de aire transforman el alma; esto lo debieron de sentir los poetas americanos desde que comenzaron a reflexionar sobre el espacio que conquistó su nación y del que se posesionó.
La cuestión es, por consiguiente, casi ociosa sobre si los reyes y parlamentos de Inglaterra cometieron faltas evitables en el trato con las trece colonias.  La separación de la metrópoli se preparaba desde hacía mucho tiempo.  El más fuerte motivo en contra era la lucha contra los franceses, que se presentaba inevitable porque éstos cerraban a las jóvenes colonias el camino hacia el interior; sólo Inglaterra podía dirigir esta guerra, y ella se decidió delante de Quebec, en 1759.  Por lo demás, en Inglaterra no faltaban cálculos de habilidad y la prudencia política respecto a los estados hijos, como tampoco falta lealtad en las colonias; todavía en 1774 el Congreso de Filadelfia decidió un mensaje que era amenazador, es verdad, pero no cortaba los puentes.  Tanto más claramente se va configurando entre la confusión de las luchas por las aduanas y los tributos el espíritu de segregación: decisión de independencia y de futuro propio, que se expone con plena conciencia de su alcance y se formula en uno de los más orgullosos documentos que se han cambiado entre estados: "Nosotros, los representantes reunidos en el Congreso de los Estados Unidos de América, proclamamos solemnemente, en nombre y con plenos poderes del buen pueblo de estas colonias, que estas colonias unidas son estados libres e independientes, y deben serlo de derecho... Para el mantenimiento de esta declaración, en firme confianza de la protección de la Divina Providencia, nos comprometemos mutuamente con nuestra vida, nuestra hacienda y nuestro sagrado honor."
Los que toman esta decisión no son ni un estado ni una nación pero al hacerlo se convierten en ambas cosas. El movimiento de independencia es, por de pronto, impulsado en cada una de las colonias, pero de la manera más decidida en Massachusets y Virginia.  El peligro de que las trece colonias se separaran o, más bien, no llegaran a reunirse era grande; el nombre común de "americanos" adquiere sólo en la acción misma su contenido político.  También estaba allí el otro peligro, el de que los conceptos de derecho natural, con los que e había declarado su libertad, en especial la idea del pueblo soberano, llevaran por el camino de la democracia igualitaria y de la revolución de masas, como diez años más tarde en Francia.  Por lo que hace a este segundo peligro, fue una gran felicidad del joven estado que la materia de la masa, que por casi todas partes en Europa fue inflamada por la idea revolucionaria, allí no existiera, o en todo caso no fuera inflamable.  El puritanismo acorazaba al individuo tan por completo, que no podía verterse en la masa.  La lucha de descubierta en tierras nuevas, la viva experiencia de autoadministración y la jefatura en pequeños círculos, ordenaba a los hombres de una manera concreta y no soportaba una existencia amorfa.  Estos colonos ciertamente que no son, por de pronto, un pueblo (porque cada uno se ha desmembrado individualmente de su lugar de origen), ni tampoco son ya una nación política, pero sí que son un material para ésta.  Igualdad, libertad, democracia, contrato social, todas estas palabras adquieren aquí un sentido nuclear, y no son sólo tomadas en serio, sino que son objetivamente serias, a igual distancia de la teoría y del asfalto.

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