Existía, a pesar de la crisis, Macedonia y su potencia. Existía el ejército que Filipo construyó. Existía la alianza de todos los griegos que estableció el rey macedonio después de su victoria en Queronea. Existía el frente contra el imperio persa. El ataque estaba ya en marcha cuando la puñalada dispuesta por la madre trae al genial hijo al trono macedonio.
Pero todos estos supuestos no constituyen juntos, ni con mucho, la ecuación para la X del hecho genial de su obra.
Había llegado el momento de que Grecia se hartase de la abundancia de Asia. Alejandro terminó la gran obra que Dionisos comenzase para los griegos desde los altares. Ahora le tocaba a Asia beber a grandes tragos el espíritu griego y la durmiente vida de los pueblos se despertó con más vida. En esta fase se siente muy justamente que no se hace verdadera justicia a la hazaña si se la comprende en su sola dimensión política y militar; hay que entenderla más bien a partir de sus efectos: como comienzo de una nueva situación del mundo europeo, e incluso del asiático.
Aristóteles -tutor de Alejandro- hizo interiormente libre a su regio alumno por medio de la metafísica. Dejó la gran naturaleza tan pura como estaba, pero le dio la profunda conciencia de qué es lo verdadero. A esto habría que preguntar muy bien si Alejandro no bebió la filosofía aristotélica, lo mismo que el propio espíritu griego, como el genio bebe vino para ensalzarse a sí mismo. Cuando comenzó su triunfal campaña contra el imperio aqueménida lo hizo como adalid del espíritu griego que tenía que vencer al mundo; como Aquiles, lo ensalzaron los griegos que iban en su corte de campaña, como Aquiles se veía él a sí mismo. Cuando persiguió al gran rey fugitivo y después a sus asesinos hasta los últimos confines del Imperio, forzó desiertos, pasó el Indukush y llegó a las fronteras de la India, se convirtió para los suyos y para sí mismo en el héroe legendario por excelencia, en la figura de Heracles. Cuando después sólo las fronteras del mundo parecían ser los límites de sus victorias, se convirtió en dios, y es muy significativo que se convirtiera en Dionisos; toda la posteridad ha representado su belleza bajo la imagen de este dios. con esto está designada de hecho no sólo la grandiosidad de sus hazañas, sino, por así decir, la forma interna de su ejecución. Están divinamente llevadas, por diabólicamente impulsadas. Proceden del entusiasmo que levanta, ante el que los límites se borran, no de la bybris convulsa que las desprecia. No son ataque desmesurado, sino que conservan aun en lo incomprensible el realismo de la magia que crea realidades; por ejemplo, flotas de la nada, ciudades gigantescas en el desierto, marchas precisas en un país sin vías. Ante todo, él decide a los hombres a todo lo que quiere, aun a algo completamente distinto de lo que ellos pretenden y de aquello a lo que están dispuestos. En esto, en primer término, él es Dionisos. Pero el último misterio de este dios es que algo pueda ser sustancia plenamente espumeante y a la vez figura, infinidad y, sin embargo, medida, estilo asiático y a la vez espíritu griego -y precisamente ahí radica el misterio de Alejandro y la fascinación que ejercería para siempre en el alma humana.
Traspuesto esto al pensamiento político real significa que las suturas de sus acciones y los puntos culminantes de su curso están allí donde él junta en un mundo Oriente y Occidente, y como su vida está transformada tan perfectamente en gestos simbólicos como sólo es posible en el mito, acontece ello siempre en acciones visibles y expresas; así en su visita al templo de Amón en el oasis de Siva, en su boda con la asiática Roxana, en la exigencia de la proskynesis, incluso a los griegos y macedonios, en el matrimonio en masa de soldados macedonios con mujeres iranias en Susa, en el licenciamiento de los veteranos de Opis. Su camino desde rey caudillo macedonio y mariscal federal griego, hasta rey de Asia y déspota de Oriente, y luego hasta señor divinizado del mundo, forma el cañamazo de toda biografía. Pero sería con todo más justo ver estas fases no sólo como etapas de un camino, sino como anillos de un ser. Sus conflictos tocan siempre a su relación con sus generales y soldados macedonios, es decir, a su origen y comienzo; pues éste es necesariamente definido y limitado. Lo griego, por el contrario, así se pueden hacer variaciones sobre una frase conocida, es para él comprendido siempre por sí. Exactamente igual se comprende para él el mundo por sí mismo; en la India busca él con toda seriedad los límites de la ecumene. Que ambos se confundan el uno en el otro, la helenidad en el mundo, el mundo en el helenismo, es, si no plan y meta, al menos afán y consecuencia; ya hemos dicho que hazañas de estas dimensiones han de comprenderse mejor desde su efecto que desde su curso.


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