EL EJÉRCITO ROMANO

El medio de poder más fuerte del emperador es, desde el principio, el ejército.  Pero el emperador, esto es, la potestad de elegirlo y la invocación al hecho de haberlo elegido es el más fuerte medio de poder del propio ejército.  En eso no se trata sólo de promesas y premios, de tratos electorales y derechos bien adquiridos, sino, ante todo, de la peligrosa experiencia de que se puede eliminar a un emperador y proclamar a otro, o de que pueden oponerse entre sí varios aspirantes al principado y se puede dejar la cosa a la resolución de la lucha entre distintas fuerzas militares.  El movimiento revolucionario del ejército en el año 69/70 reveló repentinamente el peligro que la máquina militar romana suponía para la estabilidad del Imperio.  La mano enérgica de Vespasiano, pero ante todo, la serie de los grandes emperadores del siglo II, lo eliminó todavía para largo tiempo.  Después del asesinato de Cómodo estalla, como lucha formal de las tres grandes partes del ejército imperial y de los emperadores por ellas proclamados.  A partir del 235 se convierte durante al menos medio siglo, en anarquía que vomita de sí siempre nuevos emperadores y "antiemperadores".  El esfuerzo de los "emperadores buenos e importantes" llegó por ello simultáneamente a hacer el ejército más eficaz y despolitizarlo.  Con este fin, Vepasiano trasladó el peso de las levas a las provincias.  Con este fin fue siempre de nuevo disuelta la guardia pretoriana.  Con este fin, últimamente Diocleciano abandonó el principio de la indivisibilidad del Imperio y separó el poder civil de los puestos de mando militar.  En el campo de la reforma del ejército, ya antes de Diocleciano, se hicieron cosas importantes.  Detrás del anillo de las legiones de la frontera se crea un ejército de campaña móvil, con caballería e infantería, que puede ser aplicado operativamente donde se presenta un peligro.  Pero este ejército ya no es un ejército romano, ni tampoco un ejército compuesto por ciudadanos.  Está formado por miembros de las tribus más fuertes y valientes del Imperio, como los ilirios, tracios, britanos, árabes y mauritanos, y cada vez más se completa con germanos y sármatas extraños a la geografía del orbe imperial.  Es un instrumento en manos del emperador, apenas obligado ya al Imperio.  Con él han mantenido los grandes emperadores ilirios, a finales del siglo III, la potencia del poder de Roma y su propia soberanía.
No sólo como imperator, sino también como magistrado, el emperador se levanta por encima de la res pública y queda fuera de ella.  La regulación augústea de que las provincias sean administradas a partes iguales por el senado y por el príncipe ha pasado hace mucho tiempo, así como la delicada implicación de las antiguas magistraturas con la Roma nueva.  Con caballeros, pero también con libertos y esclavos imperiales, se construye una burocracia omnipresente y fuertemente centralizada al estilo del absolutismo.  Cuando el edicto de Caracalla concede el derecho de ciudadanía romana a todos los habitantes del Imperio (212 d.C.), esto significa, no que todos los habitantes se convierten en ciudadanos romanos, sino en súbditos de la monarquía absoluta.
Bajo los emperadores soldados, la burocracia fue militarizada conforme a un plan, tanto en su composición como en su disciplina y situación jurídica.  Diocleciano organizó este estado militarista de funcionarios en una grandiosa mezcla de primitivismo y refinamiento, conforme a clases jerárquicas, vías de instancias y disposiciones para la inspección.  Todo esto hacía mucho que tenía su modelo no en la antigua Roma o en el principado de Augusto, sino en las monarquías helenísticas o en los imperios del antiguo Oriente, sobre todo Egipto.
Este es el proceso abstractivo del poder: con extraña consecuencia se va imponiendo y está ya completo cuando Constantino da al Imperio una nueva capital y una religión nueva. Es a la vez un proceso abstractivo de la paz.  En lugar de la edad de oro, cuya propiedad esencial debía ser unificar el mundo bajo la pax Augusta, surge el sostenimiento exterior de la vida en un sistema de coacción que acepta todo ser inteligente por siempre es el mejor.  El consuelo supletorio ante este estado de cosas lo ofrecen las sectas, pues la salvación del Imperio se vuelve fin en sí mismo.

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