LA REPÚBLICA ROMANA (III)

Las familias patricias de Roma han atraído desde pronto hacia sí a las familias nobles de todas las otras ciudades itálicas.  Desde la apertura del consulado a gentes plebeyas han ido recibiendo dentro del círculo de poder a gentes escogidas, y además a quienes tenían cualidades especiales.  Así se mantuvo el elevado estilo, pero no se agotó; fueron recibidas nuevas fuerzas, pero todo lo nuevo obtuvo su pleno cuño.  No hay otro camino de mantener una pretensión aristocrática de modo duradero.  Y no hay otro camino de ser conservador, es decir, más fuerte que el tiempo.  El concepto de los mejores, de los optimates, obtiene por primera vez en la historia un sentido puramente político.
De esta tradición estrictamente mantenida, pero a la vez cuidadosamente alimentada, puede en todo momento surgir un homo genialis, esto es, un hombre de claro espíritu que tiene suerte en el gran sentido de la palabra y a quien acompañan los dioses, como Publio Cornelio Escipión.  Pero casi es más importante que de ella surjan continuamente múltiples talentos y caracteres políticos que, sin ser grandes, son suficientes, incluso ante situaciones extraordinarias, basándose en el común fondo de experiencias  e instinto.  Tal clase política es un ser no sólo de vida más larga, sino también de reservas más fuertes de dotes y experiencia que cualquier otro individuo, por genial que sea, supuesto que se mantenga en forma con autodisciplina.  El siguiente supuesto es que la clase dominante se mantenga ante el pueblo no como cuerpo extraño y dominador por la fuerza, sino con la adaptabilidad y derecho de la conservación política, y defienda no sólo sus privilegios, sino también los auspicios de los dioses.  Sin esta "autoridad" no hay a la larga ningún poder, pero todo esto son ya sendos conceptos romanos.

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