En lugar de la dualidad hegeliana de principios y pueblos reales, hay que situar la conexión causal de las fuerzas y acontecimientos históricos, en la que se lucha seriamente por la existencia, el poder y la vigencia, y con las mismas oportunidades, y en la que no sólo los pueblos "portan" las ideas, sino también ellas a éstos, es decir, los llevan a la grandeza y los hacen sobrepasar las crisis, los conducen a la madurez y los pueblos como las ideas se convierten en aquello que ellos mismos causan. La historia no es un juego de ajedrez con figuras ya terminadas que están dispuestas sobre un tablero invariable. Se hace no sólo entre sujetos históricos, sino con y en ellos, los forman continuamente con sus acciones, y precisamente sólo existe gracias a las decisiones de ellos.
Comprender el surgir del Occidente como conexión histórica causal, y con ello incorporar la fórmula dualista de Hegel "el cristianismo y los germanos" como explicación de la realidad que llena los siglos que van de Constantino a Carlomagno es una clara posibilidad. El gran movimiento de los pueblos germánicos hacia el Sur y el Oeste, los hunos que van delante y los eslavos que empujan detrás, hace que el imperio se resista durante mucho tiempo, pero al final sólo queda intocable la Roma oriental. Clodoveo y Justiniano, Gregorio Magno y Heraclio. Mahoma, los primeros califas, los omeyas, Bonifacio, los mayordomos de la casa de Pipino y Carlomagno: estos siglos son enormes o sólo por su aportación efectiva, sino también por su contenido en dinámica histórica.
Comprenderlos como conexión causal histórica significa pensar a la vez las dos cosas: lo que en ellos ocurre y lo que se forma en ellos. No basta entregarse al dramatismo de los reinos de las invasiones y de la lucha por Roma, al abstracto impulso de conquista del Islam, a la desgracia de los merovingios, a la grandiosa política universal bizantina o al triunfo de Una Sancta Ecclesia. Tampoco basta con tomar como predeterminada la síntesis del Occidente y el maravilloso Reino de Dios sobre la Tierra que florece sobre las presuntas ruinas del Imperio. Los contenidos históricos sólo pueden comprenderse junto con los acontecimientos en que se han formado, como el roble sólo con la tormenta en que creció. La rebarbarización de las provincias romanas y la resurrección de la antigua vida, que precisamente resultó de ello; esta fragmentación del espacio romano, que no fue sólo fatiga ni tampoco victoria violenta, sino la formación de nuevas unidades y de un nuevo sistema de relaciones entre ellas; su separación de todo el Oriente, que, sin embargo, siguió presente como idea y como fuerza, como la otra Roma y como sepultura de Cristo, este estrechamiento y retroceso de Europa por todas partes y toda la serie de contragolpes que con la espada y la cruz se dieron; estas hecatombes de hombres, de reyes, de dioses, de pueblos, que fueron sacrificados sobre el altar del Occidente en formación, lo que también quiere decir es que fueron como sangre como energía cubiertos con el arado en su suelo: tales son, aproximadamente, los lemas que aarcan la conexión de causas en la historia universal de la que surge el Occidente europeo.
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