CONCEPTO DEL MUNDO GERMÁNICO

Hegel ha visto la determinación de los pueblos "germánicos" (término bajo el que él comprende a todos los pueblos occidentales de Europa) en el hecho de que "dieran portadores del principio cristiano".  Por consiguiente, ha fijado la gran transición del primer milenio postcristiano, según la misma fórmula, que todas las transiciones en la historia universal: se ha formado un nuevo principio, está "en el tiempo", un nuevo pueblo está dispuesto por un milagro de la coincidencia -pero en tales milagros se muestra precisamente el efecto del espíritu universal- se juntan ambos, el pueblo se convierte en portador del principio, lo convierte en un mundo completo y hace con ello su propia época en la historia.
Hegel sabe, desde luego, que a este único caso le conviene una significación particular y singular en el edificio de la historia universal; se puede incluso suponer que la fórmula del principio, que está en el tiempo y del pueblo, que está dispuesto como portador de ella, se han adquirido en este punto y después se han aplicado a los otros momentos de cambio en la historia universal.  Los pueblos germánicos, dice Hegel, eran, en el momento en que tomaron su papel en la marcha escalonada de la Historia, no un pueblo formado y madurado en sí mismo, como lo fueron los griegos y romanos cuando sonó su hora histórica.  Ellos "comenzaron por desbordarse de sí mismos para inundar el mundo que les rodeaba".  La invasión es como una romántica invasión de pueblos que después vuelve a convertirse en una pacífica corriente de agua.  Pero el principio que en ellos halló portador, es decir, el cristianismo, era lo que estaba "formadísimo", tanto en su dogma como en su culto y en su ordenación eclesiastica; todo lo que había de cultura en el mundo romano y en la filosofía griega lo había ya acogido en si mismo (menos lo que quedó en Oriente y luego aportaron de vuelta los musulmanes).  Esta entidad heterogénea fue cargada como un peso tremendo sobre los pueblos germánicos y en ellos elaborada.  La coincidencia del principio y portador se dispone aquí en la más fuerte tensión que se pueda imaginas.  Inflamados por una cultura extraña, estos pueblos entran al servicio del espíritu universal.  Es la mayor división que la historia puede mostrar.  En el oscuro ánimo de los germanos y en el caos de sus violencias particulares (siempre relativas) fue sólo posible, piensa Hegel, lo que en la ordenación abstracta del imperio romano tardío ya no era: convertir a la religión cristiana en principio de todo un mundo presente.
Por mucho que en todo esto haya de exacto en cuanto a su contenido, en esa proporción no puede bastarnos la filosofía de la historia con que ello es pensado.  El idealismo de Hegel conoce a priori los principios que se van siguiendo en la marcha gradual de la historia universal: con esta dorada hebra van siendo ensartados en fila los pueblos y épocas de significación histórica universal.  Que el pueblo que está señalado para portador no pueda estar dispuesto de una vez, es imposible e impensable.  Lo último que se puede conceder es que la unificación del principio ideal con el pueblo real a veces atraviesa la tensión de la mayor heterogeneidad y división: así ocurre aquí en el puto crucial de la historia que nos ocupa.  Mientras que Hegel separa una de otra las caras ideal y real de la historia para enlazarlas grandiosamente en sus puntos cruciales por una especie de contracto metafísico, aunque con unos conceptos idealistas más que discutibles, su filosofía de la historia refleja algo de la vitalidad, facticidad y contingencia de la historia.  Es preciso en todo caso un milagroso encuentro, como el salta de una chispa, para que la historia se continúe en el tiempo real como ha de continuarse y debe continuarse conforme a la idea.  Pero esta vitalidad y contingencia es apariencia.  En realidad todo está determinado desde el todo.  La teología de la marcha le quita a cada paso su carácter decisivo o lo convierte en pura realización del algo predeterminado.  También las resistencias y discordias tienen "a priori" sentido, también las antítesis son positivas.

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