MOVIMIENTOS MIGRATORIOS DE LOS GERMANOS

La universal mirada de Julio César vio en los germanos el peligro.  Quizás incluso adivinó en ellos a los futuros herederos de Roma.  De ahí su clara defensa de la puerta de Borgoña, ya en la primera incursión; de ahí su contraataque en el Rhin y más allá, después que hubo batido la incursión de Ariovisto; de ahí su política de instalación de tribus y partes de tribus germánicas en la margen izquierda del Rhin; de ahí la recepción de mercenarios germánicos en el ejército romano.  En Fársalo ya lucharon por ambas partes tropas germánicas.  Augsto llevaba el contraataque más profundamente a la Germania libre hasta el Elba, para descargar el Rhin y el Danubio.  Cuando Arminio hubo salvado la libertad de la patria no unificada, Roma cedió sabiamente y se confió en su mejor aliada ("Dios pueda conservárnosla largo tiempo", escribió Tácito más tarde): la discordia entre las tribus germánicas.  En realidad, la política de los primeros césares, soberana mezcla de ataque y defensa, lucha y negociaciones, tratados y engaños, contuvo la ola amenazadora durante siglo y medio, que no es poco.  El limes y las fronteras fluviales contuvieron al imperio frente a los pueblos libres.  Sólo más tarde fueron pasando palabras latinas y cosas romanas en una dirección, y mercenarios y colonos germánicos en la otra.
Pero en el Oriente, entre burgundios, vándalos y godos, el gran movimiento hacia el Sur, que ya estaba en marcha desde hacía siglos, prosiguió.  Allí se forma, empujando hacia adelante en dirección Sudeste el territorio ocupado y dominado por los germanos en el siglo siguiente, el flotante gran reino de los godos, extendido sobre pueblos del más diverso modo de ser.  Estos movimientos repercuten con sus olas en todo el espacio germánico y despiertan de nuevo el impulso, que nunca se había aquietado, hacia la emigración, por la tierra y el botín.  Ya en el 165 las tribus más avanzadas penetran hacia el Sur a todo lo largo e la línea del Danubio.  Pueblos del interior de Germania se desplazan y se lanzan al frente.  Lo que en la historia de Roma se llaman guerras de los marcomanos, son quince años de graves apuros, en los que la amenaza de derrumbarse la frontera desde Dacia hasta los Alpes, y en los que el gran Marco Aurelio, reuniendo todas las fuerzas, se convierte en salvador.  Pueblos germánicos enteros, siguiendo el modelo de César, fueron recibidos entonces dentro del territorio del Imperio y prestaron brava ayuda en la lucha contra sus hermanos.  Después de la guerra las provincias desertizadas fueron colonizadas con germanos, y las unidades ligeras del ejército romano, incluso las regulares, fueron completadas con germanos y otros bárbaros.
La próxima gran oleada azota en el siglo III.  Penetra y destruye más que todas las anteriores, porque aparece en la crisis interna del Imperio entre incesantes desórdenes en el trono y luchas de pretendientes, entre movimientos separatistas y de autonomía en muchas provincias, y porque, a la vez, las mejores tropas habían tenido que ser enviadas contra los sasánidas.  Además, la propia oleada era doble: golpea contra todo el Rhin y contra el bajo Danubio, hacia Galia, Italia, Grecia, Asia Menor.  Roma fue fortificada entonces cuidadosamente con una fuerte muralla.  Los alamanos dejan en ruinas, con luchas que se desbordan por todas partes, el sistema defensivo del limes; al norte de ellos entran en juego los francos.  Lo mismo que en el Oeste de los Campos Decumantes, en el Este se pierde la Dacia.  Pero el terror godo penetra mucho más adelante, por tierra, a través de los balcanes hacia Grecia, por mar en todas las costas del mar Egeo.  Los emperadores ilirios que ascienden desde las tropas combatientes, Claudio, Probo, ante todo, Aureliano, vencen a menudo y en muchos lugares, a veces incluso con aniquilamiento del enemigo; pero la inundación humana que envía Germania es más fuerte que sus victorias.  Sólo Diocleciano y Constantino pudieron todavía una vez evitar el destino al reorganizar la protección fronteriza y la defensa móvil, y aun más, aplicando al Imperio que envejecía un sistema de gobierno rígidamente establecido y poderosamente conservador.  Con el fuerte orden nuevo instaurado por Cosntantino, la inundación germánica fue contenida todavía por espacio de casi medio siglo.

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