CONSTANTINO EL GRANDE Y LOS GERMANOS

Pero que fuera contenida es sólo uno, y casi sólo el negativo, de los aspectos de la cosa.  Miles y miles de germanos afluyen durante los decenios de calma en la lucha al Imperio, son admitidos y casi atraídos, instalados como laeti y gentiles, colocados como soldados y, últimamente, como oficiales del ejército.  La presión del país lleno de hombres es así aliviada al mismo tiempo.  La invasión, durante un plazo, se torna subterránea, invisible y efectivamente hasta útil al Imperio. Pues para el germanismo, como principio histórico activo, estas fuerzas no se pierden naturalmente.  La despoblación crónica de las provincias romanas, y no sólo de las fronterizas, cambia de signo.  Los mismos germanos ayudaron a rejuvenecer y sanear al Imperio antes de que desencadenaran el gran ataque.  Todas estas medidas de colonización y defensa comienzan ya en el siglo III bajo Diocleciano; pero Constantino las eleva a grandes dimensiones y sólo bajo él se convierten en parte integrante de la obra de renovación del Imperio. 
La universal crisis histórica que este emperador causó por su mano ha ido siempre siendo más enigmática a medida que se ha dado vueltas al enigma de su persona y su política.  El nuevo orden del Imperio por Diocleciano es, a pesar de todo, es decir, a pesar de su reforma constitucional, administrativa y financiera y a pesar de todo, la fachada oriental de su régimen, una restauración: como tal se ha visto ella a sí misma y se ha justificado.  Con ello está de acuerdo la sangrienta persecución de los cristianos en nombre de los antiguos dioses romanos, en los que ya no creía nadie.  Con ello está de acuerdo el sistema de los coemperadores y el orden sucesorio, imitado del de los Antoninos, y, finalmente, también el gesto romano de la abdicación en el 305.  Pero el verdadero iniciador es Constantino, a pesar de la firmeza con que muchas de sus medidas continúan las reformas de Diocleciano.  No sólo derribó con una lucha por el dominio único llevada magistralmente, el tema de la tetrarquía de Diocleciano, sino que con clara voluntad y de un golpe, sin ninguna ficción de los conceptos de las viejas magistraturas romanas y hasta contra todas las tradiciones del pensamiento político romano, creó la monarquía absoluta con todo cuanto le corresponde.  La nueva capital es un síntoma de ello, lo mismo que la fundación de la dinastía hereditaria.
De la manera más visible se trata de un inicio nuevo en u política eclesiástica al someter a la Iglesia cristiana, conduciéndola hacia la victoria, al emperador, so que ella se diera cuenta o se opusiera, y que aportó al Imperio, cuyos dioses estaban muertos o irremediablemente borrados, un alma nueva, una fórmula de confesión ecuménica, sumando así, desde dentro y desde fuera, una fuerza de contención de primer orden; sobre el destino que con ello se le vino al cristianismo tendremos que hablar más adelante.  Menos visible en la obra de Constantino es la parte que se relaciona con los germanos, porque en este punto todo se enlaza con las prácticas y experiencias del siglo III y, en parte, del II.  Sólo que lo que antes ocurrí en un caso y de modo obligado ahora se hace a fondo, en grande y de modo creador, y esta orientación es tan importante que crea una nueva situación universal no sólo en la historia del Imperio, sino en la del tema de "la cristiandad y los germanos", desde luego que no definitiva, sino sólo episódica: la invasión se precipitó sobre ella y la devoró. Constantino inaugura conscientemente la política germánica, que a través del heroico, pero inútil intento de reacción de Juliano el Apóstata, perdura hasta Teodosio y culmina en el cuerdo de éste con los godos en el 382.  Que los germanos fueran utilizados en el ejército romano en unidades cerradas bajo sus propios jefes, ya había ocurrido antes, ahora se convierte en la regla.  La norma de que por lo menos los  altos puestos militares fuesen reservados a los romanos es resueltamente quebrantada por Constantino.  Príncipes y nobles germanos se convierten en gran número en jefes y generales, otros son admitidos a los altos cargos palatinos y a los puestos administrativos, y lo agradecen con fieles servicios, con su admiración al Imperio y con su aceptación de las costumbres romanas.  Tal es el camino que en línea recta lleva a los grandes generales germanos al servicio del Imperio romano y a los omnipotentes administradores de partes enteras del Imperio en el siglo V, a Ricimer, Gainas, Odoacro y muchos otros, en primer lugar al vándalo Estilicón, estratega del Imperio contra la invasión germánica.

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