POLÍTICA GERMÁNICA DE CONSTANTINO EL GRANDE

Los círculos nacionales romanos en Occidente y Oriente respondieron a este ascenso de los germanos en el Imperio con resistencia y crítica, a veces con una verdadera lucha por el poder.  Sentían, a la vez, como ultraje y peligro que los germanos tuvieran el Imperio en sus manos.  Sinesio de Cirene provocó, en su discurso sobre el Imperio, al emperador Arcadio, y podríamos decir más: a todo el mundo mediterráneo envejecido, contra los nuevos centinelas, que no eran vigías en el sentido platónico, sino "perros rabiosos".  Naturalmente que filosofemas tan distantes nada podían contra la fuerza de los hechos; tampoco podían en contra las revoluciones, víctimas de las cuales cayeron varios emperadores demasiado amigos de los germanos.  Pero en Oriente, los emperadores León I y Zenón con lemas nacionalistas romanos, pero, en realidad, con fuerzas isaurias, emprendieron y ganaron la lucha contra los germanos.  La separación de Occidente y Oriente, el desprendimiento de la Roma oriental de la unidad vital del Occidente fue más causado por esto que por la división del Imperio en 395.
A la política germánica de Constantino corresponde, finalmente, la recepción y establecimiento de tribus completas en territorio del Imperio; también en este aspecto inicia él una nueva época, y también en este punto una línea recta va de él a Teodosio, el "último amigo de los godos y de la paz".  Constantino acogió en Panonia a los vándalos del rey Wisumaro, Constancio estableció en Mesia a los "pequeños godos" bajo su obispo Wulfila, Juliano -hasta él- a los francos salios en el delta del Rhin.  La recepción de los visigodos por Valente en el año 376 es sólo la continuación de esta política en escala muy aumentada.  Ya en los siglos anteriores Roma había celebrado tratados de alianza con pueblos guerreros bárbaros de más allá de la frontera, en forma de que regularmente les pagaba anualidades en dinero, y en caso de necesidad recibía defensa en la frontera y tenía tropas a su disposición.  Este sistema de tratados de clientela, como el Imperio es débil, se traslada luego al territorio imperial mismo; el Imperio da tierras de provincias enteras, paga además un tributo, y a cambio adquiere fuerzas defensivas, desde luego fuerzas que en todo momento amenazan con convertirse en sus soberanas.  Constantino, espíritu absolutamente libre de prejuicios, introdujo este cambio, que se apartaba de todas las tradiciones de Roma, pero cuyos peligros esperaba evidentemente contener.  La alianza que Teodosio hizo con los godos en las provincias del Danubio se convirtió, desde luego, en modelo de todos aquellos tratados por los cuales en el siglo V los pueblos germánicos orientales fueron incorporados al Imperio romano.
Se puede suponer que Constantino el Grande, también los que se refiere a la relación el Imperio con los germanos, lo trató no sólo según la necesidad del momento, sino también conforme a un plan audaz y previsor. Se puede incluso suponer esto cuando en su política eclesiástica se aprende con qué genialidad entendía él cómo manejarse con potencias fuertes y llenas de futuro, desarrollándolas y dominándolas a la vez, haciéndolas vencer y poniéndolas a su servicio.  Si se hace esta suposición, ambas partes de su política se juntan de la manera más íntima y relumbra aquella posibilidad inimaginable, se podría decir, aquel fantasma de una historia universal que no se ha sucedido en realidad y a que ya hemos aludido.  El Imperio, en la última hora renovado en sangre y espíritu, las dos potencias del futuro reunidas en él; Europa cristiana y germánica, o más bien (para enseñar también el reverso), cristianizada y germanizada, tensa y sujeta por la Iglesia universal y por el imperio universal, concentrada alrededor del Mediterráneo a la manera antigua, pero fortificada por una transfusión de sangre y que no sería en sentido ninguno "Occidente": tal pensamiento no puede ser llamado ni genial ni disparatado, pues no se puede pensar del todo, según no pueden pensarse nunca las posibilidades históricas que no han llegado a ser reales; sólo la historia se puede considerar "pensándola".  Pero como fue pensada en hazañas de un gran soberano, el pensamiento luce durante algún tiempo en la penumbra.

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