TEOLOGÍA DE LA PAX AUGUSTA

El Eneas de la  Eneida, un vencido y fugitivo, pero con los Penates a la espalda, busca por caminos no trazados la nueva patria, y la encuentra porque los dioses se la señalan y porque él obedece a estas señales.  La predestinación -pues con esta palabra cristiana se ilumina ahora la palabra fatum- no se refiere a un refugio, sino al dominio del mundo.  Como al fundador, los hados de Júpiter han conducido siempre a la ciudad fundada, también muchas veces por caminos no trazados, pero con la predestinación, a la victoria.  Toda la historia romana se convierte ahora en na marcha llena de sentido, que es impulsada hacia adelante por predestinaciones; la serie de sus héroes en el libro VI de la Eneida y el catálogo de sus triunfos en el VIII son no sólo una revista del orgullo nacional, sino la cadena de predestinaciones y cumplimientos.  Que Roma debe gobernar el mundo como señora es una decisión divina, y la predestinación de las predestinaciones es que ello ha de ser eterno: imperium sine fine dedi.
En este punto tiene su origen la misteriosa conexión entre Eneas y Augusto que siempre resuena en Virgilio, y, a veces, se expresa manifiestamente.  Eneas no es claramente heroico como Aquiles, ni virilmente activo como Odiseo.  Es grave, íntimo, sensible, un héroe que sufre, compadece, vive; no es un hombre de areté, sino un hombre de pietas, y se podría decir que más un santo que un héroe.  Lo que le sale al encuentro no es el destino, a quien el hombre opone su honor, sino el fatum, en cuya mano sabe que están él y su obra.  En esta figura moral traza ese gran propagandista que es Virgilio toda la historia romana, y en particular, la figura y misión de Octavio Augusto.  Esto se transparenta por doquier, dando a la Eneida aquella trascendencia que la acerca mucho más a la época cristiana que a la epopeya homérica de la cual bebe.  La actuación de Augusto con esto queda completamente liberada de la guerra civil a que pone fin, pero plenamente incorporada al conjunto de la historia de Roma que perfecciona.  En el siglo revolucionario el fatum de Roma cuidó, tras las espadas de los hombres cegados, de que la lucha por el poder se convirtiera en lucha pro el mundo para Roma.  Ahora un hombre escogido cuida de que el fatum que le ha ayudado se cumpla.  Lo cumple en la hora en que debía ser cumplido, con obediencia, o dicho de manera cristiana, con humildad, y aún más cristianamente, con gracia.
Esta es la teología de la pax Augusta.  Ni puede ser liquidada como ideología, ya por el hecho de que está garantizada por la realidad y por la fuerza de efectos de la poesía virgiliana, que se extiende durante milenios. Pero la obra de Augusto no es en modo alguno la obra de un salvador, sino la de un dominador y gobernante.  Crea un imperio plenamente de este mundo, y en el sentido propio de la palabra, una paz sobre  la tierra.  No se apodera de las almas, sino de las cosas; las pacifica y administra, y en esa medida es una obra plenamente romana, pues la palabra clave del espíritu romano es la palabra res, y su hazaña ha sido siempre dominar las cosas, conciliarlas y edificarlas, conocer la naturaleza de lo real y mantener como sagrada su ordenación inmanente.
El orden que el emperador Augusto, como hijo del divino César y como el primero del pueblo y del senado, ha dado a las cosas del mundo, no es por cierto un restablecimiento de la antigua res pública, si bien como tal se legitimó.  Es un orden nuevo: una nueva Roma universal, y en esa medida significa el cumplimiento de la misión que Polibio había formulado al comienzo del siglo revolucionario.  En mucho fue la consolidación de lo que habían creado las guerras civiles, así en la organización del ejército permanente, en la construcción de un régimen monárquico, que se compone de manera constructiva, con las piezas más adecuadas del antiguo sistema de magistraturas.  Con todo, no es un reflejo de realidades falsas, ni tampoco un arcaísmo caprichoso de los sentimientos morales, cuando Augusto remite siempre al pueblo al ejemplo de los mayores, renueva los cultos de los viejos dioses, restablece la disciplina y moral romana antigua, sino que, según él, es un romano en su actitud y sentimientos, en su vida y estilo espiritual, así la nueva Roma, y el dominio universal alcanzado lo transforma él no en un imperio universal de cuño internacional, sino en un bien tramado orbis Romanus.
Con ello , hubiera resultado allí -lo que en la historia de los imperios y de los pueblos es rarísimo- una nueva renovación y regeneración: un retorno a las fuentes y una vivificación de la sustancia primitiva, y sólo desde ese punto se justifica la alabanza del poeta y el presentimiento de la época de que había amanecido algo más que la seguridad y la paz, o sea, el "estado de bienaventuranza".  En la historia hay que reconocer todas las realidades, aun cuando limitan con el milagro.  Lo que allí acaeció es más que aquel último florecer de todos los instintos y pasiones en las épocas tardías de elevada civilización.  Es una nueva primavera de una vieja raíz.  El concepto de "época tardía", como toda la cronología relativa, es inadecuado para comprender tal cosa.  Pero en la época augústea que abre la pax Romana se convirtió en realidad.  La renovación de los orígenes y el comienzo de una segunda juventud no aconteció por un profeta, salvador o libertador, no con un maravilloso despertar de las almas, sino por ordenación de las cosas, por cura, o dicho modernamente, por administración.  Este concepto, el más real de todos, designa la actividad y la utilidad de Augusto desde el comienzo hasta el fin.  Abarca incluso el resplandor de una religiosa significación que para su tiempo y para la posteridad tiene la época augústea.  El viejo pecado que vino de Troya está expiado.  La mentira y el crimen dominaron, durante siglos, y al final se convirtieron en locura, pero ya han sido expulsados, no tanto por la victoria como por la clemencia y sabiduría con que ésta fue empleada.  En las esculturas del Ara Pacis (el altar de la Paz), en el campo de Marte, que Augusto fundó en el año 12 y consagró en el 9, aparecen la madre Tierra y los elementos amigos, que ahora, después que se ha hecho la paz, vuelven a dar sus bendiciones.  Pero también este retorno de la época saturnia está causado no por la transformación de las almas, sino por el ordenamiento de las cosas y es, si en sus efectos un milagro, en sus medios administración, desde luego administración en un sentido grandioso, que abarca y conforma las raíces de las cosas, incluso las del propio hombre.

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