UNIDAD DE LA FILOSOFÍA GRIEGA

La pura especulación sobre un objeto, aunque sea el más alto, es, vista existencialmente, algo adjetivo,no sería filosofía todavía.  Pero la filosofía griega no es desde el comienzo especulación sobre la materia fundamental del mundo, o sobre la esencia de las cosas, o sobre cualquier otro problema.  Todas las cosmologías de las filosofías de la naturaleza, todos los logismos de los eleatas, todos los números de los pitagóricos, son esfuerzos violentos para intensivizar el pensamiento de tal manera que alcance la propia existencia del hombre (y con ello también la verdad en sentido objetivo).  Aquí se muestra que la filosofía pertenece a aquellas obras en las que el espíritu griego no sólo expresa su solución al enigma "hombre", sino que por primera vez la alcanza.  La aptitud para ello está planteada en la naturaleza griega, en los sentidos, quizá en los ojos de esta feliz humanidad.  A ella le fue dado organizar lo vario, analizar lo compacto, objetivizar lo huidizo: así aparece frente a él el mundo objetivo en orden claro.  En ninguna otra parte cabe observar tan claramente que el elevado arte de pensar comienza en los mismos sentidos.  Sería, sin embargo, fatiga ligera y, seriamente, todavía no sería pensamiento, si sólo se comprendieran limpiamente las cosas del mundo y se ordenaran con claridad, pero el pensamiento cambia cuando se despierta, aplica su energía a sí mismo y se convierte en crítico no sólo de la conciencia, sino dela existencia; sólo en este atrevido volverse engendra también el concepto del ser objetivo.
También en este aspecto es Heráclito el iniciador y el primer gran tipo del filósofo.  Su filosofía no es un sistema de verdades objetivas, sino la realización de una acción interior por la que el hombre se libera de la cárcel de la cotidianidad y se traslada a una existencia propia.  La vida vulgar del hombre es para él como dormir y soñar; también la religión, el culto, la cultura, el saber, la política en sus modos vulgares, son embrollos que se ponen delante, que encubre la existencia propia del hombre.  Sólo por la fuerza del logos, que está oculta en las profundidades de su alma, puede el hombre liberarse y aclararse; sólo así se abarca a sí mismo y alcanza la nobleza de su determinación.  En esta victoria sobre sí conquista a la vez el conocimiento del "uno", es decir, el sentido de la realidad.  No en el pensamiento discursivo, sino sólo en el esfuerzo de realizarse a sí mismo se puede alcanzar lo uno, no en una serie de proposiciones lógicas, sino sólo en una plenitud de imágenes sensibles cargadas se puede expresar; pues es uno en muchos, armonía de opuestos, inocencia del juego en la cruel lucha de las fuerzas.  La llama, que se sacia y decae; el río, que siempre es el mismo y es otro; el arco, que distiende en descanso lo recalcitrante; la guerra, que genera en el chispazo del chocar las espadas la victoria, esto es la realidad; todas estas imágenes no son alegorías para caracterizar un ente metafísico (concepto que Heráclito niega con rotundidad), sino que son, como todos los pensamientos que Heráclito piensa, actos separados de la acción interna, que abren al hombre la esencia de su propio ser y con ello a la vez la divinidad del mundo.  "Me busqué a mí mismo", y en este aforismo expresa Heráclito o sólo el afán de su pensamiento, sino la intención de la filosofía misma. 
A partir de esto se aclara, más allá de los innegables cambios de tema de la filosofía, que siempre han sido observados, pero que no se deberían haber convertido en lo esencial, la unidad de la filosofía griega, por encima de la sofística, hasta Platón y Aristóteles.  Se cierra este horizonte en cuanto se deja clavados a los primeros filósofos en la filosofía de la naturaleza, a los sofistas en la psicología, a Sócrates en el criticismo, a Platón y Aristóteles en la ontología.  También con esto se cierra uno el camino a plantear unívocamente la cuestión de si la norma fue alguna vez buscada o negada, reforzada o destruida.  Cuando los sofistas descubrieron que el nomos es una convención, comenzaron a medirlo con medidas humanas y como núcleo del logos que gobierna el mundo, descubrieron la retórica, que domina la asamblea del pueblo.  Significó esto una crisis de la filosofía verdaderamente radical, esto es, que llegaba hasta las raíces (y no sólo de la filosofía); pues la medida de todas las cosas se transformó entonces, sin que se cambiara en ella ni una palabra, en destructiva y desarraigda.  Habría que llamar a este cambio diabólico, si no fuera auténticamente griego.  Pero lo es también; en la tensión de la solución griega del enigma está también el antropologismo de Protágoras.  Y están también las contradicciones contundentes de Sócrates a los sofistas, y está Platón, que redescubrió la norma, que ya no estaba contenida en la polis, en el mundo de las ideas y en el alma humana, que "es lo más semejante a las ideas". Lo mismo que la guerra del Peloponeso y todo lo que de ella se sigue, pertenece a la historia de la polis, pertenece también el paso de fronteras que acontece en la doctrina de las ideas de Platón, y en la metafísica de Aristóteles, a la historia del pensamiento griego.
El primero designó en una paradoja (quizá pensada sólo como tal)  la filosofía como el contenido esencial de la existencia política, y al filósofo como el tipo regio del hombre.  Pero ambos fijaron, por servirnos una expresión de Aristóteles, la "ciencia de lo que mejor se puede saber" para todos los tiempos, en todo caso, para la época europea.
Quizá es el primer caso más elevado de grandeza histórica, cuando una humanidad tiene algo creadoramente nuevo que decir hasta el final sobre su propio tema, y precisamente sus últimas obras las plantea tan poderosamente, que aquellas que fueron creadas en el pleno florecimiento dela fuerza hacen el efecto de ser sólo como una anticipación, y sólo las obras tardías se convierten en herencia, que sigue influyendo en el futuro.

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