AFÁN DE DESCUBRIMIENTOS (I)

Y después estaba... ¡el oro!  No sólo los marineros que se alistaban y los aventureros que afluían, sino también los jefes de las expediciones y los gobiernos que las enviaban, establecían los cargamentos de oro que habían de traer los barcos.  Las respuestas de los indígenas ala pregunta de dónde había oro, más de una vez modificaron plenamente los planes de una expedición.  En las incursiones victoriosas de Cortés y Pizarro el oro demuestra de modo indiscreto la potencia de realzar la audacia humana hasta lo grotesco y, a la vez, lo exitoso.  Una rara mezcla de motivos ocurre allí donde el oro del nuevo mundo debe servir a los Reyes de España para procurarse medios con que reconquistar Jerusalén.  En este sentido, Colón siempre oraba para que Dios en su misericordia le hiciera encontrar las minas del precioso metal.
Mas aun cuando el oro no afluía -o no comenzaba en seguida a afluir-, en la abundancia deseada, ¡en qué varia figura traían las naves la legendaria riqueza de la India: perlas y piedras preciosas, tejidos y especias!  Las mercancías de Oriente durante toda la Edad Media llegaban por mediación de los árabes o por mar a los puertos del Mediterráneo oriental, o por el camino de tierra al mar Negro; desde allí las ciudades italianas se ocupaban del provechoso transporte.  Cuando los turcos conquistaron primero el Ponto Euxino, después Asia Menor y Siria, y finalmente Egipto, se estableció una barrera entre Oriente y Occidente que sólo podía ser rota, según se creía primero, mediante un viaje a través de África y, como luego se supo, con una navegación doblando el cabo del Sur. Sería erróneo, de entre los complejos motivos que llevaron al descubrimiento del mundo, aislar en interés comercial como el impulso decisivo, pero en los portugueses y los españoles desde el principio influye muchísimo, y después más en los holandeses, ingleses y franceses.  Los Welser de Augsburgo, desde muy pronto, entraron a intervenir en los viajes de los españoles.  En primer lugar, están las especias.  Los portugueses no descansan hasta alcanzarlas en las Molucas, y también el gran objetivo de la navegación hacia el Oeste son, además del oro, las islas de las especias.  Al esforzarse por llegar allá, el Occidente viene a dar, por así decirlo, en el centro de la riqueza del Oriente.
La riqueza en estas dimensiones: como oro, como mercancías preciosas, como género el más precioso en el espacio más reducido, ya no es asunto privado y sólo económico, sino que significa poder y dominio universal sobre los hombres.  Entre la primera generación de los descubridores hay algunos que luchan sólo contra la tierra, y a los que basta atravesar por mares no navegados y doblar los cabos no franqueados.  Pero ya la segunda generación piensa de manera completamente política y quiere poder y dominio más grande que el que se puede tener en el viejo mundo.  Ser virrey de las islas, tierras y continentes descubiertos con poderes ilimitados, es a menudo la condición que pone el descubridor antes de partir.  Afán de hombres, codicia, deseo de poder, son, decididamente, los más fuertes entre todos los motivos que influyen.  Como el botín es casi incalculable, y el ejercicio de la fuerza en los nuevos territorios parece que no reconoce límites, la época resulta como una ocasión única para naturalezas  imperiales, para hombres que no creen en nada absolutamente, sino sólo en la fuerza bruta, y para conquistadores de la especia más disparatada.  Se ve aquí surgir inmediatamente lo político desde sus más oscuros fondos; se ve la virtù con su violencia más brutal.
Apenas en otro punto de la historia universal se demostró como en éste que el ánimo del hombre es la más fuerte energía que hay sobre la tierra, que los hombres pueden ser más audaces y temerarios, pero también más salvajes y crueles que todas las fieras.  ¡Qué prueba de energía eran ya las mismas expediciones y campañas, que tenían que seguirse días tras día contra marineros amotinados, soldados que se sublevaban y subalternos que intrigaban!  A lo largo de la historia entera de las fundaciones coloniales portuguesas en la India, como de las españolas en América, se extiende una cadena de traición en el propio campo, de desobediencias y de empresas realizadas por el puño o la hoja.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me interesa mucho su opinión. Modero los comentarios exclusivamente para evitar contenidos inapropiados.