AFÁN DE DESCUBRIMIENTOS (II)

Pero es sencillamente incomprensible la audacia con que son realizadas las conquistas mismas.  El ejército con que Cortés partió contra México constaba de cuatrocientos soldados españoles, doscientos indios, dieciséis jinetes, diez pieza de artillería pesada y cuatro de artillería ligera.  Pizarro se metió en el Perú con ciento cinco hombres de a pie, sesenta y tres jinetes y algunos arcabuces.  Con estas fuerzas se conquistaron imperios que podían levantar ejércitos de centenares de miles de efectivos.  En ambos casos lo inverosímil se logró sólo porque pudieron utilizarse la traición en el interior de los imperios, las luchas dinásticas y de partidos, y porque con astucia y traición fue apresada la persona del rey.  También a los portugueses en la India les ayudaron siempre de nuevo casualidades semejantes.  Lo esencial era sólo que éstas eran reconocidas con la velocidad del relámpago y aprovechadas sin compasión.  La lucha de uno contra quinientos hubo de ser intentada una y otra vez, y a esto correspondía la naturaleza felina de los conquistadores, la carnicería en el enemigo como en una embriaguez de sangre, correspondía también la destrucción de las naves propias (como hizo Cortés), para imponerse uno mismo la obligación de avanzar.  La historia de la expansión del Occidente sobre la tierra comienza absolutamente como una historia de bandidos.  Dos culturas superiores maduras, con organización estatal altamente desarrollada, fueron completamente aniquiladas por un montón de aventureros con la fuerza de algunas compañías, con una técnica de armas de fuego que realmente estaba en sus comienzos.  Desde luego que en los casos máximos el filibusterismo de los conquistadores alcanza un formato digno de la historia universal.  Albuquerque, el segundo virrey del imperio portugués que se estaba formando en la India, era un emperador nato con planes universales.  Cortés, el conquistador de México, un general y político de gran estilo y poco escrúpulo.
El límite entre descubrimiento y conquista es impreciso durante toda la época, no sólo en cuanto al tiempo, sobre si primero se descubre y luego se toma posesión, tampoco en cuanto a las fuerzas, si unas sólo descubren y las otras sólo conquistan, sino en su misma esencia: es impreciso en el mismo espíritu de Occidente.  En este espíritu la fe en que la tierra es redonda es idéntica con la voluntad de navegar alrededor de ella, y también en esta voluntad está inseparablemente ligada la voluntad de tomar posesión de ella y explotarla.  Realmente, en la época de los descubrimientos, la tierra es ocupada toda alrededor por europeos; sólo que por de pronto, de manera muy floja, sólo en las costas y en aquellos lugares que prometían riqueza por caminos rápidos, pero lo esencial es que el descubrimiento se hace plenamente como conquista.  Por todas partes en la Tierra se levantan cruces en señal de que pertenecen a la potencia europea por la que han sido descubiertas.  Fue Balboa, cuando vio el Océano Pacífico, el que inmediatamente se metió en él a caballo, para tomar posesión de sus aguas en nombre del Rey de España.

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