JUSTINIANO Y LA RESTAURACIÓN DEL IMPERIO

El grandioso ataque de Justiniano sobrevino de manera aniquiladora contra el mundo de estados germánicos, que a pesar de los esfuerzos de Teodorico, carecía de unidad, y estaba, en gran parte, desarmado y en algunas zonas maduro para el colapso.  El reino de los vándalos en África fue destruido rápidamente.  En Italia, y especialmente, por Roma, ardió aquella guerra llena de alternativas, durante veinte años, en una lucha heroica y mortal de los ostrogodos.  Los godos fueron, al quitarles las costas meridionales y orientales de España, por lo menos, alejados del mar.  El Mediterráneo volvió a convertirse de nuevo casi en un mar romano y en esa medida, fue el imperio restaurado una vez más, la última.  Esta realidad incuestionable fue alcanzada con poderosos esfuerzos en todos los frentes, pues Bizancio tenía al mismo tiempo que luchar contra los esclavos y había de fortificarse contra ellos.
A la tesis de la restauración del imperio por Justiniano hay que añadir sólo que la situación del mundo mediterráneo, hacia el 530, no sólo explica que sucediera, sino que explica también que no pasara de ser episódica.  Es una pura restauración y no significa más que una de las series de provincias conquistadas con la espada, y especialmente, con la flota.  Pero no es esto una renovación del Imperio: al cabo de algunos decenios, por lo demás, todo, excepto África, Sicilia y unos trozos de Italia, vuelven a perderse.  ¿Y quién realiza esta restauración?  Justiniano es, ciertamente, un gran emperador con pensamientos imperiales, pero no es un gran estadista.  Claridad en los objetivos y seguridad en los medios no se halla en sus acciones ni en su naturaleza apresurada y codiciosa de poder.  Con su política de conquista en el Occidente debilitó el Oriente, en el que de modo irrevocable, estaba el centro de gravedad del Imperio.  También en su persona, la voluntad de ser romano está desvirtuada oscuramente con un despotismo muy oriental: la fuerza más potente en él es su religiosidad.  Los Emperadores de los Rhomaioi mantuvieron tercamente sus pretensiones universales, y, en el fondo, nunca renunciaron a ellas: Justiniano, mientras el Occidente precisamente se estaba formando, casi las realizó.  Mas, aquellas pretensiones, ya en sus días, eran huecas y cada vez se volvieron más vacías; ante la superior instancia de la realidad histórica, ya no tienen validez.  Desde que Europa toma la decisión de convertirse en Occidente, Bizancio deja de pertenecer a Europa.  Precisamente Justiniano, que propiamente creó el césaro-papismo Oriental, contribuyó más a que ésta quedara fuera de Europa.
Y así se queda su "restauración del Imperio" en episodio por razones internas.  Desde luego, que en tan grandes horas en la decisión universal, en las cuales se reforma un nuevo milenio, ocurren también episodios de dimensiones universales.  En realidad, el Imperio ya no está donde el emperador de los Rhomaioi, y por eso no puede ser restaurado por él.  Está, por lo que hace al Occidente, en manos de los germanos, y, anticipándonos, deberíamos decir que en las manos de los nuevos pueblos occidentales, aunque hayan de pasar siglos hasta que esta realidad se revele en un imperio de Occidente.  Por de pronto está en manos de los germanos de una manera negativa, dividida y muy inmadura: la firme cubierta del Imperio se ha fragmentado en terrones.

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