Diversos historiadores han señalado con énfasis la contrapartida de este cuadro, y en parte hasta la han exagerado al exponer la plena continuidad del mundo romano y la incorporación a ella de los germanos como el verdadero contenido de significación para la historia universal en toda la época de las invasiones. Realmente hay que señalar esta contrapartida. El imperio de Occidente sucumbió, y, sin embargo, no fue destruido, sino que está aún allí. Ni un pie de tierra pertenece ya al emperador; ¿pero en beneficio de quién lo ha perdido? De foederati declarados. Esta ficción se mantiene férreamente, y también los mismos reyes de los germanos la confiesan a varias voces. Ni uno de ellos piensa en tomar la púrpura, que Odoacro envió a Bizancio cuando destronó vergonzosamente al último augústulo de Occidente. Por consiguiente, el territorio no se perdió, el César es aún su dueño supremo, el imperio se mantiene.
Desde el punto de vista del derecho político, éste es una ficción, en la historia de la cultura, no. La unidad de la romanitas realmente sigue viviendo. Pervive en las pequeñas y grandes cosas de la vida diaria, en el comercio y en los viajes, en la miseria y en el lujo, en las organizaciones administrativas que mantienen el orden o lo restablecen después del más rudo corte, en la vida económica, sobre todo de las ciudades, en el latín barbarizado. La continuidad es por eso tan fecunda, porque no sólo es mantenida de modo automático y mecánico, sino que es buscada y cuidada. Hay voluntad de continuidad, y precisamente en el alma de los propios innovadores. Pues no es sólo que lo romano surge del suelo por todas partes y seduce los sentidos, que se necesitan imprescindiblemente prácticas romanas en la administración, conceptos romanos en el derecho y palabras latinas para dominar las complicadas situaciones vitales que se enfrentaron, que son idénticas las vías hacia una existencia superior y hacia la romanización. Es que, además, según el derecho -y precisamente según el derecho que se reconoce y mantiene- el imperio subsiste, domina y pacifica el emperador; Constantinopla es la capital del mundo. La frase del rey godo Ataúlfo, transmitida por Orosio, de que "al principio quiso destruir el Imperio romano y después transformarlo en uno godo; pero ahora se ha dado cuenta de que los godos no podrían mantener el orden del imperio, y sin leyes no puede existir la vida comunal, por lo cual él quería ver su gloria en mantener la plenitud del nombre romano mediante la fuerza de sus godos, y significar para la posteridad el renovador de Roma, cuyo emperador él no podía ser": esta frase está invisible por encima de todo.
Este es el espíritu que garantizó la perduración de la esencia romana. Si hubiera sido sólo efecto mecánico, se hubiera paralizado más pronto o más tarde. Mas de tal manera se convirtió en realidad histórica, que dio sus frutos. Pues es sólo herencia lo que se acepta como herencia. No lo hace la formal voluntad, sino la acción concreta, aunque sea inconsciente y confusa. Es como un gran símbolo que en el año 451, cuando Atila trajo sus hunos hacia la Galia, lucharan visigodos, burgundios, francos salios y alamanes bajo la dirección del general romano Aecio, por e imperio y por Europa. En esta batalla de las naciones, se nos cuenta, corrió tanta sangre, que el arroyo que cruza el campo de batalla creció y los sedientos bebieron la sangre que ellos habían derramado también. Los fantasmas de los caídos, contaba el pueblo, se levantaban a veces del suelo y luchaban en los aires de nuevo la batalla de los Campos Cataláunicos. Pero casi más grande que todas las leyendas, es la realidad hitórica. El Occidente, antes de que existiera, se junta y desvía al azote de Dios. Que también del lado de Atila lucharon ostrogodos, gápidos, turingios, francos y otros germanos, y junto a él cayeran, muestra sólo de qué indecibles crisis nació Occidente.
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