LA DEFINITIVA Y AUTÉNTICA FUNDACIÓN DEL ESTADO PONTIFICIO

Que el pontificado romano se liberara del emperador y el imperio se volviera hacia el Oeste era también un proceso que desde hacía más de un siglo estaba en curso.  Luchas dogmáticas, y, últimamente, la contienda sobre el culto de las imágenes, ademas, luchas por la posesión de Italia, lo favorecían y lo estimulaban siempre de nuevo.  Pero también esta evolución histórica se convierte entonces, por primera vez, en decisión en pro y en contra.  ¡Cuántos papas se habían dirigido a Bizancio!  Y todos, precisamente los más grandes y los más conscientes de su poder, habían mirado hacia el Oriente.  Esteban II, en el invierno de 753/754, pasó por el Simplón hacia el Norte.  Erigido por la consulta de Pipino en árbitro entre los reyes, pero dejado por Bizancio en la estacada ante el peligro longobardo y orientado así a una nueva ayuda, el Papa dio el paso para salir del viejo imperio y entrar en el nuevo, que sólo por ello llegó a ser imperio, y tal decisión fue a la vez, como toda decisión justa, una salida y un nuevo nicio, en parte una necesidad y en parte una virtud de ella sacada.
El motivo por causa del cual el Papa Esteban llegó ante el rey de los francos en traje de luto era la ayuda contra los longobardos.  Pipino se la prestó titubeando, pero después, de modo efectivo, en dos campañas. Pero llevó al caballo del suplicante de las riendas.  Se volvió objetivo de la política franca no sólo la salvación, sino el realce del Pontificado, tan pronto como este se decidió por el Occidente y prestó a la causa de Pipino la consagración divina.  En la alianza de amor y fidelidad que concluyeron ambas potencias después de largas negociaciones, mucho quedó oscuro, no sólo para lo que podemos saber, sino para las mismas partes.  No es nada extraño que el uno pensara en derecho germánico y el otro en romano; que el uno quisiera la potestad sobre los otros reyes y para ello la bendición papal, y el otro, la Iglesia universal y la espada que la defendiera.
Una de las partes poco claras -fuera de la promesa de ayuda armada en Italia- fue la donación del Ducado de Roma y del Exarcado a San Pedro, es decir, la fundación del Estado Pontificio.  Pero incluso en este punto quedaron abiertas todas las cuestiones del derecho y del poder.  ¿Consistía la donación en la posesión soberana, y el Papa, según muy pronto fue pretendido por los escritores de la cura, había sido instituido por documento de Constantino, que Pipino había simplemente renovado, sucesor del Papa de Roma y en todo el Occidente? ¿Significaba la defensa y protección que el rey de los francos ejercía como patricio, sólo el deber de protección o también una soberanía protectora y una suma de derechos de supremacía sobre el Papado y la posesión pontificia?
La historia no piensa en estipulaciones, sino en realidades.  Reunió en una de las decisiones de las dos partes y la condujo mucho más allá de los pensamientos de ambas.  Si bien los longobardos no estaban aún vencidos, ni Bizancio había, en modo alguno, renunciado, la unidad del Occidente estaba lograda, su nuevo centro, más al norte, estaba fortificado, y la Roma pontificia se había convertido en su otro polo.  Pues al decidirse los Papas por el Oeste, se decidieron en pro del Norte.  Allí tienen su Iglesia, creada por Bonifacio y los demás anglosajones.  En este decenio o en el siguiente, debe de haber ocurrido la donación de Constantino, aquel documento falsificado, según el cual Constantino el Grande había dado al Obispo de Roma insignias imperiales, el primado sobre el orbe y supremacía sobre el poder imperial.  Esto era abarcar mucho, pero el futuro que se abarcaba era una parte del futuro de Occidente.  No sólo por los efectos que causó después, sino también por su sentido, este documento, que se adelanta al triunfo de la Iglesia, pertenece a la historia del Occidente en formación.

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