LA RECONSTRUCCIÓN DEL OCCIDENTE

Por lo que hace a la Iglesia pontificia es verdad que al fin ha triunfado, pero ¡con qué crisis, pérdidas y reformas!  Los estados, Francia del modo más agresivo, Inglaterra del más terco y logrado, mantienen contra el universalismo del Pontificado su propia soberanía e integridad, a la que corresponde la Iglesia nacional libre de Roma o, al menos, una extensa medida de libertades.  Por el cisma, que durante cuatro decenios (1378-1418) desgarra la Cristiandad occidental y la Iglesia misma, es apoyada esta lucha de los estados contra la jerarquía pontificia constantemente, y es aumentada poderosamente la fuerza de los particularismos nacionales.  Pero de los grandes concilios del siglo XV, después de muchas derrotas y renuncias, surge victoriosa la Iglesia del Pontífice, monárquica como un absolutismo junto a las demás.
Del lado delas potencias profanas, Francia e Inglaterra están durante todo el siglo crítico ligadas entre si a la vida y muerte en una guerra.  Igualmente que en la lucha de los estados contra la Curia no se trataba dela pureza de la fe, sino siempre de las riquezas de la Iglesia, en esto se trata también del comercio de la lana en Flandes, de los distritos vitivinícolas en la Guyena y del punto estratégico de Calais.  Pero, ante todo, se trata de la existencia nacional, del honor y la forma política de los dos pueblos.  Prueba de ello es que en los desórdenes y pruebas de esta guerra por ambas partes se refuerza la conciencia nacional y se logran las formas fundamentales de existencia política, tal como luego permanecen características durante siglos.  Francia, durante la primera mitad de la guerra, está en estado de derrota crónica y en una agitación interna; en la segunda está tan cerca de la catástrofe como un estado pueda estarlo.  Necesitó una santa doncella para liberar a Orleáns y conducir al Delfín a Reims.  Pero Inglaterra perdió esta guerra dos veces, al fin de Eduardo III y al fin de la campaña, después de haberla tenido asi ganada por dos veces.  Debilitada, desarraigada, agitada en sus profundidades, se sumerge en las crueles guerras de la rosa roja y de la rosa blanca; necesitó de un Shakespeare para hacerse oír el gran tema de la formación de la nación y el estado, incluso entre la lucha suicida de la nobleza y los crímenes de los reyes.

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