LA TIERRA SE VUELVE REDONDA

Que la tierra es una esfera lo sabían en Occidente por lo menos desde Alberto Magno todos los que conocían a Aristóteles.  Ya Eratóstenes había llegado a medir, con escaso error, su circunferencia en la Alejandría clásica.  Los árabes recogieron con curiosidad desde muy pronto la ciencia geográfica alejandrina, en parte, incluso la hicieron avanzar y se la comunicaron al Occidente, bien a través de los cruzados, bien a través de las escuelas eruditas.  Ptolomeo representa en ello el papel principal.  Su obra de geografía fue traducida por orden de Federico Barbarroja del árabe al latín; en el siglo XV el cardenal Besarion trajo el original griego a Italia.  En los mapas de Ptolomeo se basaba toda la cartografía árabe y europea hasta bien entrado el siglo XVI.  Con ellas navegaron Bartolomé Díaz y Vasco de Gama, Cristóbal Colón y todavía Fernando de Magallanes.  Esto es también un trozo de antigüedad conservada y resucitada, una herencia.
Por lo que se refiere a la dimensión del orbe terráqueo, Eratóstenes, como ya hemos dicho, había calculado el ecuador en 6.300 millas; es una hazaña asombrosa: la verdadera longitud del ecuador es de 5.400.  Sobre esto había calculado, con razón, que era posible, pero un camino muy largo, llegar desde Europa hacia el Oeste hasta la India.  Pero no era esta dimensión científicamente calculada, sino apreciaciones mucho más cortas las que determinaron en los finales de la antigüedad, entre los árabes y en la Edad Media, las ideas sobre las dimensiones de la Tierra.  A esto se añadía el convencimiento de que la mayor parte de la Tierra era tierra firme, y sólo una parte pequeña estaba compuesta por los océanos; y, por consiguiente, Asia se extendía mucho más hacia el Oeste, más allá de la mitad de la Tierra.  Las grandes distancias que indicaba Marco Polo en su descripción del viaje confirmaron este convencimiento.
Cuando Colón, el 3 de agosto de 1492, partió de Palos para alcanzar el Oriente por el Oeste, en su cabeza había una muy curiosa mezcla de verdad y yerro.  De Marco Polo y del Imago Mundi de Pedro d'Ailly sacó la certeza de que la distancia de España a la India no era muy grande, y, por lo demás, también la certidumbre de que en un lugar bien caracterizado en el lejano Oriente, cerda del ecuador, estaba el Paraíso, y que hasta el fin del mundo había todavía el tiempo de un siglo para llevar a los pueblos de la tierra el cristianismo.  El mapamundi de Toscanelli y su derrotero decía inequívocamente que el camino "subterráneo", es decir, el occidental, hacia la China y las islas de las Especias era no muy largo y sí muy seguro.  Algunos pasajes bíblicos, y además los versos de Séneca de que "el mar descubrirá nuevos mundos y no será ya Thule la última tierra", y su palabra de que en un número no muy grande de días de ruta hacia el Oeste se podría llegar a la India, influyeron de modo decisivo.  Ciertamente que no por propios estudios (pues no era un investigador), sino por lecturas improvisadas, absorbió Colón como un juego mágico de fe, que él expresa también durante los viajes y después de ellos una y otra vez: la Tierra es pequeña, no es, ni con mucho, tan grande como los astrónomos y cosmógrafos suponen.  Que el Atlántico era el Océano universal, Cuba, el Japón, la tierra firme de América Central la India ulterior, comos e sabe, no lo dudó él hasta el final ni con un solo pensamiento.  En su cuarto viaje creía que estaba cerca del extremo meridional de la península Transgangética, a sólo diez días del Ganges. La creencia de que la Tierra era tan pequeña resultó ser el más fecundo error de todos los tiempos.
Pero es importante preguntarse qué  es lo que se llama "error" y "creencia", y, además, hay que preguntarse, por de pronto, qué es lo que significa "pequeño".  La proposición de que la Tierra es pequeña es en boca de Colón y en boca de todo el Occidente no teórica, sino una proposición práctica.  "Es pequeña" significa: yo puedo circunnavegarla con sólo quererlo, y ya que lo quiero, por Dios y por mi honor que voy a hacerlo.  En realidad, ya Colón quiso en su segundo viaje, la circunnavegación completa de la Tierra.  Sólo las dificultades en su colonia en Santo Domingo, intrigas en España, temporales, naufragio y enfermedad, lo mantuvieron permanentemente limitado al espacio del mar Caribe.  Pero la misma significación voluntariosa hay que entender en el concepto de la fe.  "Yo creo" nunca significa, ni tampoco en este caso: considero verdadero esto y esto, sino : a esto me atrevo, en esto pongo mi existencia.  De tal fe procede el conocimiento como futuro maduro; en ella es desbordantemente cierto lo que luego con el saber es simplemente comprobado.  No es blasfemia aplicar la sagrada fórmula de credo ut intelligam a la obra de la circunnavegación.  Sólo que en la creencia de Colón, de Magallanes y de todo el Occidente, entre los dos términos de esta fórmula, aparece un tercero, un verdadero vínculo central: credo ut agam, ago ut intelligam. La proposición "sólo lo que podemos hacer lo podemos conocer, y lo conocemos al hacerlo", ha sido descubierta en el espíritu occidental, precisamente en sus crisis.  Se encuentra en Vico y en Hobbes, en Kant y en Goethe.  Platón, aquel verdadero bisabuelo de Occidente, la ha predicho.  El primer fruto de la creencia es por consiguiente, la acción, en el obrar se experimenta el saber, y en el saber se expone el actuar.

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