LAS CATEDRALES (II)

La herencia es la basílica, y detrás está el Oriente, experto en todas las artes del culto y del efecto espacial.  Esta forma fundamental cristiana de la casa de Dios es transformada por el espíritu occidental en silencio y sin interrupción, pero con incontrastable fuerza, parte por parte y paso a paso, y creada completamente de nuevo.  La nave del crucero se opone al piadoso movimiento que afluye al ábside un segundo, que de un solo golpe realza al primero desde la calma a la fuerza, de la entrega a la virilidad.  Cuando aparecieron la segunda nave del crucero, y al Oeste el segundo coro, la cripta subterránea dio gradación al suelo, el contramovimiento no sólo se duplicó, sino que fue multiplicado, y la basílica de la comunidad que espera fue transformada en un mundo de fuerzas en tensiones opuestas entre sí, en un reino espacial lleno de libertad y soberanía.  El arte del abovedamiento -también algo heredado, pero logrado como algo nuevo- muestra aquí por primera vez su sentido ético.  La bóveda de crucería despierta a la vez la actividad de la materia pétrea hasta el fondo, lo mismo que una voluntad dominadora hace con la materia pétrea hasta el fondo, lo mismo que la voluntad dominadora hace con la materia humana, y le da la fuerza de erigirse derecha sobre la tierra. El pilar que soporta aparece en lugar de la columna orgánica y transfiere de manera vicaria a la bóveda la facultad de soportar.  El cuadrado en que se cruzan la nave mayor y la del crucero se convierte en canon fundamental de toda la edificación e incorpora a ésta a una serie de cuadrados que hallan su refuerzo en ritmo de cambios de apoyo.
De manera mucho más grandiosa que en el interior de la iglesia, donde a pesar de todo permanece fielmente sujeta, se manifiesta el impulso a la libertad y a la acción hacia el exterior, de cara al mundo.  Fuertes torres al Este y al Oeste, un centro que se levanta, muros frontales levantados, como murallas frente al enemigo, finalmente, una caballería de santos y apóstoles toda alrededor y de piedra.  Tal es la basílica transformada en catedral; así surge la plasmación del Reino de Dios en Occidente.  toda la transformación no está causada por la razón clarificadora ni la fuerza constructiva del pensamiento, sino por la fuerza vital y el sentido heroico del hombre medieval, que seguía siendo, mientras se convertía, valiente y gigantesco, y que metía a la cristiandad en el mundo de la acción histórica al erigir el Reino de Dios sobre la tierra.
El estilo románico de construcción es común a todo el Occidente como herencia del Cristianismo, pero sus obras más hermosas están, de acuerdo con el poder del Imperio, en Alemania.  A menudo están ligadas íntimamente con los nombres de los emperadores que las habían hecho edificar y en las que yacen sepultados.  Pero antes de que el Imperio alemán y el arte románico desplegaran por completo sus posibilidades, ya a mediados del siglo XII surge en Francia el arte nuevo, se podría mejor decir, la fuerza nueva, que como un reguero de pólvora incendió toda Europa con su creatividad, arrebató la seguridad en sí misma a toda la arquitectura anterior y transformó mágicamente el Occidente en un mundo gótico.  Si se caracteriza esta nueva energía como forma de la razón occidental , desde luego que se toca su estilo característico sólo de un lado.   La frialdad de la razón está tan íntimamente unida en ella al ascua de la exaltación religiosa, que la razón se vuelve entusiasta, la fe, intelectual; sólo dos elementos juntos dan la fuerza expansiva que prestaron al goticismo, e igualmente a la escolástica, y, finalmente al espíritu francés en general, su imponente efecto en todo el Occidente.

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