LAS CATEDRALES

La razón en el pensamiento de la Edad Media, que nunca es fluyente, sino que se mantiene firme en sus imágenes y ordenamientos, es un nombre concreto: Aristóteles.  En otro terreno que en el del pensamiento -pues por todas partes labora con su trabajo constructivo- la razón es firme y resulta una técnica hábil y un estilo magistral, y en todo está vuelta a los grandes modelos de la antigüedad.  En el caos de la época merovingia, plenamente en las tinieblas del siglo IX, la herencia de la antigüedad, en cuanto consistía en influencias inmediatas y organizaciones estables, había perecido.  La fuerza de los germanos era demasiado fuerte para que hubieran podido simplemente aceptar lo que hallaron y proseguir lo ya formado.  Antes bien, lo aceptaron en el fecundo desorden de su edad épica, después en el violento proceso de maduración de su cristianismo, finalmente, en los pensamientos universales del Reino de Dios en Occidente.  Y así la herencia antigua fue renovada por fuerzas que no radicaban en él en absoluto, de modo libremente creador.  La joya y el misterio de esta herencia es, empero, la Cristiandad.  A ella se incorpora todo de modo servicial, alrededor de ella se orla todo lo que de herencia antigua experimenta su renovación en el espíritu de Occidente: lengua y plástica, arquitectura y derecho, pensamiento y música.
Ya hemos dicho que la transmisión del Cristianismo a los pueblos germánicos y al Imperio de Occidente casi ya trasciende los conceptos de "herencia" y "renovación".  El Cristianismo fue comprendido, pero él arraigó también y modeló las almas.  ¿Acaso fue sólo renovado?  No, pasó a ser algo nuevo y poderoso.  En los corazones occidentales fue erigida la cruz como si el Crucificado muriera precisamente entonces por vez primera.  Los otros elementos de la herencia fueron arrastrados en el proceso renovador y de todas maneras tan plenamente de nuevo creados, que toda traducción o interpretación falla.  La razón occidental es logos tan escasamente como Reich es Imperium y como catedral es basílica.  La gran escolástica gótica se forma con Aristóteles y con el pensamiento antiguo, pero esta sustancia se extiende y aboveda tanto, se aligera y entenebrece a la vez tanto, es impulsada tanto hacia el cielo y al mismo tiempo anclada tanto en la tierra, que con ello puede realizarse un mundo completo, el mundo del Occidente cristiano, expresado con plena validez y arquitectónicamente configurado.
Es una profunda conexión que el gótico haya surgido en el corazón de Francia, el país en el que, según la tripartición de los oficios cristianos, tiene su sede el studium, esto es, el trabajo de la razón sobre la fe.  Su parentesco con la teología de la escolástica ha sido siempre percibido.
Las grandes catedrales de la época imperial alemana -Spira es la corona de todas- surgieron con el estilo constructivo que lleva el muy discutible nombre de "románico".  No se trata propiamente de un "estilo".  Pues es verdad que en él existe una voluntad, pero no la voluntad de una forma construida y consciente, sino la de representación de una soberanía y un poder que se consideran responsables y justificados ante Dios, y que por esto están obligados a manifestarse ante el mundo: es precisamente la misma voluntad que vive en la misma estructura del Reino de Dios en el Occidente.   Emperadores, obispos y monasterios rivalizaron en documentar en estos edificios de piedra su rango en el Reino de Dios.  Están más bien creadas y levantadas que compuestas y perfectas, como imponentes paisajes en la naturaleza o como poderosas estructuras de fuerza en la "historia"

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