Desde la irrupción de los Seleúcidas y su victoria en Mantzikert (1071), el péndulo se desplaza más allá. También Asia Menor se pierde en gran parte. El Bizancio de los últimos tres siglos y medio es, a pesar de muchos brillantes éxitos, un imperio en decadencia que se disuelve lentamente en el interior y desde fuera es desgarrado entre los seléucidas y los normandos, entre bulgaros, pechenegos, cumanos y cruzados, entre serbios y osmanlíes y, al final, un estado tributario bajo la supremacía del sultán de los turcos. Este imperio, cuyos señores son estirpes griegas nobles y cuya cultura está en brillante florecimiento (qué influencia no tuvieron en la Toscana los arquitectos bizantinos que allí fueron a construir catedrales), es una policromía mezcla de esencias antiguas y cristianas, griegas, orientales y francas, que ya no se sostiene, sino que se entrega. Mas también la entrega puede ser toda una hazaña en la historia universal, y vista desde Occidente, de ello se trata en este caso. Pero el último emperador, Constantino XI, cuando cayeron sus esperanzas en una salvadora cruzada de Occidente, defendió heroicamente la ciudad de Constantino el Grande contra la fuerza superior y la energía de Mohamed II, y cayó peleando en la lucha cuerpo a cuerpo cuando los jenízaros entraron en la ciudad. El día antes de la caída se leyó en Santa Sofía por última vez la misa en griego. El emperador mismo, en una arenga a sus tropas, pronunció el discurso fúnebre por el imperio bizantino.
Pero esto es sólo la mitad de lo que la fuerza de contención de Bizancio sirvió a Europa durante un milenio y de lo que para ella significó, y aun la mitad menor, la puramente defensiva. Durante todo el milenio, el imperio bizantino luchó también contra los enemigos del Norte y los contuvo, y en este campo su hazaña no fue sólo defensiva, sino penetración, civilización, cristianización; todo el mundo eslavo oriental y una gran parte del meridional fue incorporado por Bizancio al sistema vital de Europa.
La instalación de los eslavos al oeste del Vístula y al sur de los Cárpatos avanza desde el siglo V y VI y muy rápidamente se extiende por todo el territorio desde el Báltico al Adriático e incluso hasta el Egeo. Apenas puede imaginarse mayor contraposición que la que hay entre las invasiones germánicas y las eslavas. Los pueblos eslavos en migración no penetran profundamente en el interior del Imperio, y por ello tampoco se pierden en él, sino que mantienen la conexión con la masa principal. No fuerzan los límites del Imperio, no se conquistan su tierra en lucha abierta, no construyen estados con su propia fuerza. Empujados hacia adelante por pueblos asiáticos de las estepas, penetran en todos los espacios que han quedado libres por la marcha de las tribus germánicas,pero los llenan inmediatamente con su fecunda población. A lo largo de los grandes ríos se derraman hacia adelante. En países de población densa, tiene su penetración el carácter de la migración subterránea. Naturalmente que hay también incursiones predatorias de grupos codiciosos de botín, pero, en conjunto, se trata de una migración que sigue la línea de menor resistencia. Tanto mayor es su tranquila presión, tanto más tenaz su coherencia. Ha sido siempre decisivo en la historia de Occidente que el eslavismo llenara la amplia zona en que Europa queda abierta frente a Asia no con firmes creaciones política, pero desde el principio con una vida que está llena de futuro.
Desde el siglo VII se forman las naciones eslavas y, por encima de ellas, estados de concentración e imperios. Esta formación política sucede raras veces por fuerzas propias, y, generalmente, es obra de estratos superpuestos no eslavos. Esta es la gran diferencia frente a los germanos: mientras que éstos, por así decirlo, llevan consigo su estado y lo instalan sobre la tierra conquistada, los eslavos esperan energías creativas que formen el estado, y éste se forma sólo en un acto ulterior. Así es el famoso relato de la crónica de Néstor: en el año 962, las tribus eslavas, junto al lago Ladoga y en el Volga superior, rogaron a los varegos de allende el mar, es decir, a los normandos escandinavos, que vinieran junto a ellos y dominaran, pues su país era grande y rico, pero no había orden en él; esto es leyenda, claro, pero tiene un cierto sentido de verdad. Los turcos ávaros, en Bohemia los frncos, en el Danubio los turcos búlgaros, más tarde, en el siglo IX los rusos de Rurik y sus hijos, esto es, los normandos de Suecia que fundaron los señoríos de Novgorod y Kiev: tales fueron las fuerzas políticas que conformaron el mundo eslavo. En otros lugares, como en Moravia y entre los eslavos del Elba, se llega a fundaciones políticas autónomas; fueron provocadas por los ataques de los ávaros y por la política franca de penetración hacia el Este, y más tarde, por la de los emperadores sajones.
Pero en todas partes se impone la desencadenada fuerza vital de la población eslava. Las fuerzas extrañas con todos sus adherentes son eslavizadas en breve tiempo. El sentimiento vertiginoso de la patria en los amplios espacios, que se apodera de los aventureros emigrados desde el Norte, contribuyó también a ello. Los nombres de los señores se convierten en nombres del pueblo. Ya el primer imperio búlgaro del siglo IX es un estado eslavo, y lo mismo el imperio de los rusos, en Kiev en el siglo X.
Estos pueblos eslavos y sus formaciones estatales entran ahora, en la medida en que no quedan al Oeste del espacio panonio en el campo de fuerzas de Bizancio: como atacantes, como figuras en el juego de la política imperial, como permanente peligro para el Imperio, y como bien dispuestos terrenos, y aun sedientos, de cultura bizantina y de cristiandad oriental. El propio emperador Heraclio, que recuperó para Jerusalén la Santa Cruz que había sido robada por los persas, resistió victoriosamente un sitio de Constantinopla por los ávaros, persas y eslavos. Ya antes los eslavos se habían acomodado al sur del Danubio y habían penetrado hasta Salónica. El enemigo más terco y peligroso fue durante siglos el imperio búlgaro. Cuando alrededor del 900 fue llevado a la cumbre de su poder por el zar Simeón, sostuvo una guerra de treinta y cinco años, en la que los ejércitos imperiales y sus aliados sufrieron dolosas derrotas, y Constantinopla, durante ella, fue sitiada cuatro veces. Ya en el siglo IX, se sumaron a los viejos enemigos eslavos los varego-rusos; en 866 aparecen por primera vez ante Bizancio. Los emperadores de la dinastía macedonia pudieron al fin , como el imperio en general, restablecer también, en cierta medida, la frontera septentrional. Fue decisivo para la historia de los eslavos que casi al mismo tiempo los germanos volvieran a estar activos en la frontera del Este y que entre tanto hubiera ocurrido la fundación del estado de los magiares en el espacio danubiano; con ello se introdujo una cuña en el territorio cerrado de la colonización eslava, la cual, los rumanos extendían hacia el Este.
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