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En el problema del Renacimiento, la resurrección de la antigüedad clásica, esto es, lo que le ha dado su nombre, resulta lo más problemático. La historiografía, en realidad, se ha dejado en parte equivocar con el nombre del Renacimiento y con la explicación que éste dio de sí mismo. Ha confundido lo que se intentó con lo que realmente aconteció. Con esto les ha dado trabajo fácil a aquellos que han descubierto las numerosas lagunas y confusiones del Renacimiento en las cuestiones de la antigüedad, y que creen haber descubierto que la voluntad de recuperar lo clásico era un engaño a sí mismo, moda de un círculo ilustrado o una comedia bien representada, al demostrar que en el nombre de la antigüedad ocurrió algo muy poco clásico y antiguo.
Naturalmente que la construcción con una cúpula en su centro que desde Brubelleschi y Alberti, pasando por Bramante y Miguel Ángel, hasta dentro ya del barroco, se consideró el ideal de la belleza arquitectónica, no es de la antigüedad clásica. La herencia gótica y el modelo bizantino son en ella más fuertes que la copia del templo antiguo. Es espacio como aquello, no cuerpo como éste. Naturalmente que las estatuas del Renacimiento, desbordantes de fuerza, apasionadas, individualizadas en retrato, no son plástica antigua. Evidentemente que la pintura al óleo, que abre la profundidad del espacio y los misterios de su aire, no tiene nada que ver con Polignoto. Surge, como demuestran los grandes holandeses, como un nuevo florecimiento a partir del gótico, es una creación original -y aquí es lícito decir- un símbolo del Occidente, casi más del Norte que del Sur. Tampoco la nueva ciencia del hombre y de este mundo es, en modo alguno, antigua porque sea conscientemente antiescolástica. Precisamente, lo que constituye la esencia de la ciencia renacentista, el ethos del descubrimiento, la pasó por el experimento y por la especulación que se remonta, el rápido paso a técnica que domina la naturaleza, no tiene nada igual en la antigüedad, ni en la clásica ni en la tardía.
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