SECULARIZACIÓN DEL CRISTIANISMO Y RENACIMIENTO

La cruz tiene la maravillosa propiedad de que puede ser secularizada.  Pero esto no es sólo su propiedad y su destino, sino su impulso y su fuerza, y a que quiera convertirse en mundo.  Precisamente, los más piadosos no han descansado hasta que la han plantado en el centro del mundo, la han convertido en verdadera obra diaria de piedad y de conservación humana, como si sólo así quedara garantizada la intimidad de la fe; todo intento de plantear lo espiritual como un mundo de formas propias era para ellos ya como el culto pagano de los ídolos.  Pero incluso donde el corazón y los sentidos buscaban sólo a la Dama Mundanidad, la razón se hacía dueña de sí misma, y la conciencia de manera tensa o con abandono, se convertía al paganismo, incluso allí, el Cristianismo actuaba a la vez desde el otro lado y seguía siendo el sujeto máximo de la historia de Occidente.  Cada astilla que era quitada de la madera de la cruz seguía viviendo, y sustancialmente, seguía siendo cristiana, por profanamente que fuera tallada.  Y la cruz misma seguía entera, por muchos trozos que de ella fueran arrancados.  Sólo la cruz occidental, de la que  verdaderamente está pendiente el Crucificado, y cuyo tronco ha sido abrazado por millones de penitentes y de suplicantes, tiene esta propiedad.  La desnuda cruz griega, por ejemplo, no la tiene.  Ha sido decisiva para la historia interna del Occidente y para la historia universal de Europa en los siglos modernos.  Justamente, al principio, cuando la primera irrupción de la razón hacia la profanidad, ella influye también y convierte el Renacimiento de la antigüedad en una época en la historia del Occidente cristiano.
Porque conforme a esto la historia de la razón, tanto como progreso continuado, como en cuanto a serie de hazañas y descubrimientos, tanto como robo de fe, como en cuanto hay que imaginarla como su figura transformada, es extraordinariamente difícil de comprenderse históricamente, esto es, como conexión causal de fuerzas concretas.  Existe, por consiguiente, un problema del Renacimiento.  Desde que se le ha planteado a la historiografía -y ya preocupó en el Renacimiento mismo-, siempre, en lugar de irse aclarando se ha ido volviendo más complicado. La cuestión de cuándo comienza el Renacimiento, cómo se forma y desarrolla, si es históricamente una unidad o una pluralidad de choques, impulsos y libres creaciones, si es un motivo continuo que se desarrolla, o un acontecimiento excepcional que se anuncia y prepara: estas cuestiones son hoy, menos que nunca, aptas para ser explicadas con una sola respuesta.  Es por completo una empresa posible seguir a través de toda la edad Media todas las finas líneas de la racionalización, todas las excitaciones de capricho e intimidad subjetiva, todos los sentimientos y motivaciones puramente mundanos en las que es tan rico.  Se viene a dar entonces con pensamientos racionales por completo que rompen casi del todo o de modo efectivo la fe, hacia un humanismo dentro del escolastismo, hacia un Renacimiento dentro del goticismo, hacia la moderna ciencia de la naturaleza, la moral pagana, la política racional, en medio de un mundo absoluta y totalmente cristiano.  Tampoco hay ninguna duda de que estas líneas enlazan y enredan entre sí; se hace visible de este modo una auténtica conexión histórica de fuerzas que pugnan por salir de la Edad Media.  Desde luego, que es muy complicado el tema.  Debe, en cierta medida, haber sido preparado el Renacimiento a partir del mundo gótico.

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