EL RENACIMIENTO Y LA SECULARIZACIÓN DEL CRISTIANISMO

El imperio de la razón ha perdido fuerza de ligazón antes de que la ganara del todo.  Su herencia no se ha perdido, ni tampoco las devastaciones que ha ocasionado, aunque fuerzas de muy distinta especie han reclamado la herencia, de esto tendremos ocasión de hablar más adelante.
Pero también, en relación con el comienzo y el medio, se deben hacer algunas puntualizaciones contra la fe de la razón en sí misma y contra la imagen que ella se hace de su propia historia.  Las potencias históricas no actúan continuamente como fuerzas de la naturaleza, y su historia no puede representarse según la simple comparación de un progreso que avanza.  Sino que actúan, irrumpen, se imponen, hacen época.  Los procesos históricos no son desarrollos, sino decisiones.  La fe de la razón, aunque esté comprendida en un proceso incontenible, y en su principio sea inmanente su destino, tiene un sentido bueno; a saber, como autoconciencia, confianza en sí misma y programa.  Pero en la conexión causal histórica la razón está implicada como realidad y como fuerza, y entonces tendríamos que preguntar qué luchas ha realizado y qué victorias una a una ha logrado, qué concretamente ha destruido y concretamente creado, qué ha eliminado y qué descubierto.  El Renacimiento podría ser designado con la fórmula clásica de "descubrimiento del mundo y del hombre".  Con esto queda expresado claramente que se trata de una realidad aquí y ahora, de una hazaña que no ocurrió más que una vez.  Descubrimiento quiere decir que no sólo se quita una cobertura, sino que es retirada lejos, desgarrada, perforada.  La procesión con la que la Diosa Mundana, con todos los dioses y diosas que le corresponden, entra en el quattrocento es una verdadera marcha triunfal.
Con esto, entran en la historia de la razón todas las propiedades, y se podría decir que todas las maravillas de la cristiandad occidental.  Es, por consiguiente, demasiado poco comprender esta historia según la figura del convertirse en más y en menos, como progreso en una dirección, como enriquecimiento en racionalidad por un lado y destrucción de la fe por el otro.  Con esto la trasladaríamos, en cierta medida, al espacio de las ciencias de la naturaleza, donde ocurren semejantes procesos lineales.  Pero se desarrolla en el espacio histórico: en plena historia de la cristiandad occidental y casi como un episodio de la misma en una época en que se emprenden apasionadas luchas por la pureza de la fe y la reforma de la Iglesia, de manera que en cada momento puede surgir un Savonarola y abrasar toda la feria de vanidades del mundo, entre los grandes místicos y Lutero, entre Wiclef y Calvino, verdaderamente en la contemplación de la cruz.  Pero no es sólo una comprobación sobre el ambiente histórico del Renacimiento y sobre su fondo espiritual sino una consideración sobre lo que realmente ocurre en él.  Los conceptos de profano, razón, secularizar, son todos transitivos.  Es algo lo que se racionaliza y hace profano, a saber, el Cristianismo, y éste no es en ello, en modo alguno, sólo objeto de una destrucción, sino que actúa de modo espontáneo en el proceso, e incluso actúa con una desbordante causalidad, como un verdadero grano de semilla.

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