EL GÓTICO TARDÍO Y LA RAZÓN

A finales del siglo XIV, la razón ha pensado y ha puesto en guardia de tal manera al espacio gótico, que la forma fundamental de la basílica desaparece del todo.  En lugar de la predominante longitud y de la subordinación de los lados al centro, aparecen ahora espacios unitarios sin dirección, que sólo se dirigen hacia lo alto, pilares de alto tronco, en lugar de los haces utilitarios, bóvedas estrelladas y en red en lugar de abovedamiento claramente dividido en tramos, es decir, en lugar de la basílica que guarda los sacramentos, la iglesia como lonja en la que oye el sermón la comunidad entera.  Este gótico tardío no es una decadencia ni tampoco una madurez que se pasa, es, gótico más joven y segundo, que se esfuerza desde sus raíces por ser nuevo.  Es la época misma en que el arte va divulgándose, incluso hasta las masas, o digámoslo mejor, hasta el pueblo, a la vez que pierde en rigidez de la forma pero ganando en relación vital con la devoción del individuo.  Y es la misma época en que la voluntad constructiva de las ciudades ha creado todos los concejos góticos, las lonjas, los graneros, casas de tráfico de telas y paneras, y además las murallas, torres, puertas y puentes, que en conjunto llamamos nuestras "viejas ciudades".
Por todas partes está allí vivo el Imperio, como águila en la puerta de la ciudad, como antiguo derecho y liberad, sacro o discutido, intacto o desgarrado, pero allí está.  Lo que fue construido antes de Rodolfo de Habsburgo se debe visitar como belleza especial, pero la baja Edad Media se saca sin esfuerzo de las ciudades, como el interior de una fruta bien madura.  Y esto tiene validez no sólo en Alemania, sino para  todos los países de Europa.  El mundo gótico es un mundo completo y presente, no reducido a escombros, sino reedificado.  Con él comienza, como Goethe de mchacho sintió en Fránkfurt "lo histórico interesante para nosotros", esto es, está también interiormente presente en el pueblo, en él influye y lo liga.  Nos liga de otra manera a la antigüedad, que es la medida eterna de una vida elevada y la norma de toda ilustración.   Nos liga en cuanto somos débiles y necesitados de un orden superior, fieles a la patria y dependientes de los antepasados, cristianos y alojados en lo eterno.  Como mundo gótico está la cristiandad medieval visible en nuestros países y en nuestros espíritus.
Pero la razón, una vez se ha desarrollado, no se incorpora nunca a la larga puramente a la fe como nervio espiritual y como servicial apoyo.  Es por naturaleza dominadora de sí.  Es capaz de una totalidad propia y lo sabe. Así vive en ella un impulso insaciable a aclarar cada vez más lo milagrosos, a plantar el conocimiento y al conocedor sin prejuicios sobre sus propios pies, a racionalizar del todo lo real, a mundanizar plenamente lo santo.  El proceso que se designa con estos lemas ha sido sentido por la historia, por la sociología y por la filosofía de la historia, siempre como el alma de la historia moderna y como el destino irrenunciable del Occidente.  Como un proceso químico que va quitando de un polo y poniendo en otro, como descomposición progresiva, limpieza y esclarecimiento, ha sido pensada la historia de la razón, y ha sido considerada como el tema indiscutido de los siglos modernos.  Con el comienzo parecía fijado el firme proceso, y con este el fin, es decir, la plena desdivinización, secularización y racionalización.  Quedaba, por consiguiente, sólo la cuestión de si esto era una marcha hacia lo defectuoso o hacia la libertad, hacia la perdición o hacia la bendición.

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