CALVINO

El proceso de la Reforma estaba ya decidido en Alemania cuando el picardo Calvino, de veintisiete años, con una magnífica preparación teológica y jurídica, publicó en un severo y completamente antihumanístico latín la Institutio religionis christianae (1536).
La interioridad de Lutero, su lucha por la gracia, su fuerza poética para expresar el proceso de la fe, producen un efecto de desbordante naturaleza, e incluso tierno, en comparación con la sequedad con que Calvino considera la religión exclusivamente como una realidad fáctica y como absoluta claridad acerca de sus consecuencias.  Todas las representaciones auxiliares son eliminadas, todas las especulaciones religiosas, incluso, rechazadas.  Desde luego, la razón teológica trabaja tal cual puede y debe ser realizado sobre la Tierra.  No alcanza a la explicación racional o a la aclaración de las realidades, sino únicamente a su reconocimiento voluntariosos, a la obediencia respecto de ella, a la inclinación bajo su peso.
Esta realidad significa: hay un Dios, su ser es energía actuante; pero Él es también lo único que actúa; donde en el mundo actúa algo es Él.  No hay en la teología de Calvino ninguna doctrina del hombre como pieza autónoma, ninguna inmersión en el proceso de la fe.  Todo está dirigido por la omnipotencia de Dios; este es el pensamiento constructivo de la Institutio.  El mismo Cristo Salvador no es el causante, sino el instrumento de la gracia.  Pero el hombre, incluso el proceso religioso-moral en él, está ocasionado, sin ninguna influencia propia, por la omnipotencia de Dios.  Nosotros estamos consagrados por Dios. lo que en nosotros acaece, igual que en el resto del mundo, acaece por Él y en honor suyo.  Como Dios lo causa todo y no hay en absoluto causas segundas, también Él causa el mal, del mismo modo que los rayos del sol causan también la podredumbre.  Toda criatura sirve a la magnificencia divina, los condenados como meros medios, cual un trozo de muerta naturaleza; los escogidos en cuanto que Dios  se ha colocado a sí mismo como propio objetivo en su voluntad.  Resolver el decretum horribile de la predestinación a la vida eterna o a la muerte eterna es apenas un problema ante la infinita majestad de dios.  De los dogmas de la general acción de Dios, de la doble predestinación y de la graciosa elección se levanta el calvinismo con gigantescos cabestrantes: es una forma especial de la cristiandad occidental.
La comunidad  -el pueblo de los "elegidos"- es el punto trascendental en medio del mundo terrenal, el punto en el que la decisión de Dios se ha convertido en la elección de una realidad de carne y sangre.  Se impone una severa disciplina para que cada ciudadano sea un auténtico miembro de la comunidad y un verdadero instrumento de Dios.  Se sabe con qué pasión y con qué dureza, pero también con qué sacrificio y paciencia, Calvino realizó su tenso concepto de Iglesia en Ginebra.  Es sorprendente el acercamiento al Antiguo Testamento.  Ya el dios calvinista, Creador y Señor de toda criatura, está profundamente emparentado con el Antiguo Testamento, lo mismo que el pensamiento de que la glorificación de Dios es el único objetivo de la Creación.  La comunidad, como pueblo escogido, y el Mesías, como fundador de la soberanía de este pueblo sobre la Tierra es también un trozo auténtico del Antiguo Testamento.  La moral es, de modo mucho más radical que en Lutero, pura exposición del decálogo.  Toda diferencia de valor entre Ley y Evangelios desaparece.  Sólo ambos juntos son el foedus Dei y la norma de la bibliocracia ginebrina.
El ethos, que fue creado por este reformador y que fue sólidamente implantado, no sólo en individuos, sino en pueblos enteros, es una de las piezas más esenciales en la historia del Occidente, y visto de manera extensiva es una de las fuerzas más violentas que ha de actuar en los siglos siguientes.  Estar elegido significa ser llamado al trabajo.  Según Dios es actualidad eterna, la elección es la llamada a la actividad incansable, y la conciencia de la elección afirma que esta actividad será llena de sentido y bendita.  La disciplina de la piedad, de la que en todas las otras formas del cristianismo tanto y tan hermosamente llama hacia dentro, aquí está orientada implacablemente hacia fuera.  También la voluntad de sacrificio, de renuncia, de autodisciplina, se convierte, con pleno mantenimiento de todas las virtudes ascéticas, en hazaña terrena.  "Obediencia quiero, que no sacrificio", no hay lema que pueda ser más activista, más militar.
Ninguna forma de cristianismo es tan apta para secularizarse como ésta, porque ya en su forma religiosa es una estructura abstracta, pero muy firme, de elementos voluntariosos.  Con sus efectos secularizados el calvinismo ha influido ampliamente en la historia del Occidente, mucho más allá de los países en que tenía vigencia como Iglesia.  Pero su influencia más activa la desarrolla, naturalmente, allí donde se mantiene plenamente creyente.  Allí se da aquel valor inmediatamente ante la mirada de Dios y, además, aquella maravillosa decisión y libertad interior que inmediatamente se echa de ver en los auténticos representantes del calvinismo.
El calvinismo es burgués en su origen y estilo, pero en un sentido opuesto al del luteranismo.  Civis genevensis sum: debe haber sonado tan orgullosamente y tan universalmente como el civis romanus sum.  Pues los ciudadanos de esa ciudad se sabían a la vez ciudadanos del reino de los elegidos y salvados, y esta conciencia los convertí en luchadores por el honor de Dios en medio e la confusión del mundo.  La relación con el Estado, que en el luteranismo es simplemente de autoridad o precisamente como súbdito, se tensa aquí de modo benéfico.  El calvinismo no es un cristianismo libre de la Iglesia; para convertirse en religión individual de almas aisladas es apto en la mínima medida posible.  No es una secta apartada, pues se halla en medio del mundo y toma sobre sí el deber de convertir a todos los hombres, de educarlos, de mantenerlos disciplinados.  Pero lo que menos es, es iglesia estatal.  La église bien ordonnée se administra a sí misma.  En modo alguno quiere dominar al Estado, pero sí pretende, con propia autoridad, que es totalmente independiente del poder estatal, empapar toda la vida del pueblo.  Respetará, cuando surjan conflictos, la supremacía del Estado, empapar toda la vida del pueblo.  Respetará, cuando surjan conflictos, la supremacía del Estado todo lo posible, pues quiera que aquél sea fuerte, y necesita a veces la fuerza de su brazo ejecutor.  Sin embargo, la doctrina de la soberanía del pueblo (y su práctica) fue muy favorecida por los calvinistas, y la omnipotencia del estado absoluto encontró una rígida frontera tanto en el sentido de libertad de los campeones de Dios como en la espesura de la ordenación eclesiástica calvinista.  El calvinista es un ciudadano político.  Esto quiere decir, entre otras cosas, que, según la situación coopera con el noble rebelado contra la monarquía o con la monarquía contra las fuerzas feudales; y ello significa que en caso necesario se siente capaz de oponerse al Estado.
Pero, ante todo, de Ginebra y de los otros centros calvinistas de Europa irradia política en gran sentido.  ¡En qué medida Calvino mismo ha influido en Ginebra!  En las luchas de religión de Francia él tenía la mano en el juego.  El interés conjunto del protestantismo europeo -tan malamente como ya en el siglo XVI era sostenido por los príncipes luteranos- halló en Calvino mientras vivió, y luego, entre los hombres de su escuela y de su cuño, sus campeones.  Un sentido ecuménico caracteriza a Calvino.  Ante su mirada se dibujan los frentes mundiales del protestantismo político y del catolicismo político: Roma, España, Escocia, y en contra la Inglaterra de Isabel, los hugonotes de Francia, los confesores de los Países Bajos, y en la medida en que no son demasiado tibios, los protestantes alemanes.  Durante un siglo el calvinismo fue la conciencia política del movimiento protestante.  Sabe ser tolerante donde el acuerdo ayuda a avanzar, pero medias soluciones, compromisos, concesiones benévolas y pequeñas consideraciones le son desconocidas.  El calvinismo es, sólo en el bando de los agresores, el que hizo de la guerra de religión en Europa una lucha heroica, una decisión en la historia universal y exactamente una guerra total.

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