La ruptura acaece en nombre del alma individual y solitaria que está enredada en el pecado, quiere ser salvada y arde en la fe, "lo mismo que el hierro se pone rojo de sangre como el fuego, en su unión con el fuego". La libertad de la persona humana quizá nunca fue comprendida más abismalmente que comprende Lutero la libertad del hombre cristiano. Carnalidad, enfermedad, dolor, angustia y pobreza no llegan hasta ella; pero también lugares y cosas santas son frente a ella de valor indiferente. En este campo de la libertad actúa la causalidad única de Dios. Sólo a Él corresponde el liberum arbitrium. Esta gran paradoja es la definición de la fe y de la existencia cristiana; quien se esfuerza por resolverlo o anda con agudezas racionales acerca de ella es ya incrédulo. Sólo ella puede hacer aprehensible la tremenda realidad de que el Dios omnipotente y el alma pecadora se encuentran inmediatamente, sin aparato metafísico, sin instituciones ni rito, sin mediación sacerdotal.
Esta relación completamente libre: confianza personal que no requiere ninguna garantía objetiva, y que de ninguna garantía es capaz, es para Lutero la única piedad. En esa medida es la fe el único acontecimiento primario, el único hecho radical que hay en el mundo, pero de él se sigue todo, en primer lugar, todas las obras humanas. Mientras Lutero intenta abarcar en palabras el proceso de la fe, toma la doctrina de la justificación paulino-agustiniana, absorbe de la mística medieval, pero acuña ambas en el popularismo y la fuerza poética de su lenguaje: allí se crea la lengua de la gran poesía alemana. Las palabras más audaces vienen a pronunciarse sobre el poder y la altura que presta la fe, sacando las más atrevidas consecuencias de esto, por ejemplo, el dicho de que por su realeza es dueño el cristiano de todas las cosas, por su sacerdocio lo es de Dios.
Mientras el creyente en la fe "forma a Cristo en sí", sus obras crecen en él como los frutos de un árbol. Una ética maravillosamente grandiosa, a la vez libre y honrada, de la vida práctica es desarrollada por Lutero apoyado sobre los diez mandamientos. De ella recibió la alegría en el trabajo y en el mundo que tenía la burguesía alemana en la época de Lutero su confirmación moral, su profundidad evangélica; allí se creó la palabra "oficio vocación" (Beruf), precisamente a mirad de camino entre trabajo exacto y sentido trascendente. Pero el activismo de Lutero va más allá. Especialmente en su obra A la nobleza cristiana de la nación alemana sobre la mejora del estado cristiano, vive una clarísima voluntad para la conformación de la sociedad y del estado, según los fundamentos de la moral cristiana. El valor con que Lutero truena allí contra los malos gobernantes, sean laicos o eclesiásticos, su apelación nacional contra Roma, y además sus firmes y plenamente sanas ideas para la reforma del Imperio y de la vida pública, provocaron ya entonces una resonancia unánime y magnífica en la nación así como un impulso hacia la acción.
En comparación con este audaz comienzo, casi se puede, si bien no es permitido, hablar de dos Luteros; uno esencial y otro renegado de sí mismo, el Lutero de la acción reformista y el de los compromisos, el Lutero de 1520 y el Lutero convertido en autoritario, antirrevolucionario y al servicio de los príncipes territoriales. Sin duda que en el protestantismo luterano hay un proceso que se inicia pronto y progresa de modo incontenible hacia la fijación confesional y la división. Ya en 1530 están tres confesiones protestantes. La división prospera; cuanto menor es la diferencia, tanto más violenta resulta la discordia. Sin duda hay, además, en el luteranismo, un proceso que rápidamente progresa hacia la conversión de la Iglesia y hasta en Iglesia de Estado. Sólo durante algunos años fue la Reforma en Alemania un movimiento auténtico, movimiento de todo un pueblo. En 1524 estaba ya decidido que su realidad sería cosa de los estados territoriales y que su forma histórica sería la de la Iglesia de uno de esos estados. Lutero tomó íntimamente parte en ambos procesos con su decisión personal. Pero justamente por eso la categoría de "petrificación" no debía de ser considerada la solución de todos los problemas. Por de pronto, y durante un largo espacio, los dos Luteros han de ser comprendidos como uno solo. "Aquí estoy yo, no puedo ser de otro modo", es una decisión no unilateral, sino multilateral y aún universal: contra el emperador, que puede condenar, y contra el Papa, que puede excomulgar; pero también contra los campesinos en rebeldía, contra Zuinglio y contra Erasmo, contra los espiritualistas y los anabaptistas, contra la disolución de las realidades sacramentales en símbolos y contra todo falseamiento de la existencia de Cristo en una vida modelo. Contra la eliminación de Pablo a favor de los Evangelios, contra todo teísmo general y, especialmente, contra toda anarquía del espíritu religioso.
Lutero está plenamente seguro en todas estas correcciones, y una vez que ha condenado golpea con el puño también. Sólo desde el punto de vista de los extremistas se puede convertir en programa el "Lutero de 1520", esto es, se puede hacer de él un punto de partida de las consecuencias que uno mismo saca, y ello aconteció, en todo caso, ya pronto entonces. En realidad, la decisión de Lutero desde el principio es eminentemente positiva:contiene en sí la negación de todas las negaciones. La cohesión dogmática de la antigua doctrina de la Iglesia es mantenida por Lutero sin vacilar, y las piezas más fuertes, la doctrina del pecado y de la justificación, con la máxima firmeza; de eso, ante todo, proviene la conciencia de mantener una cristiandad más pura frente a los papistas. La religión de Lutero no crea libremente, sino que su fuerza esencial consiste en fundirse con el viejo contenido de la fe, en absorberlo en sí completamente. Esta fuerza le ha dado la aptitud para llegar a formar Iglesia. En el fondo, nunca fue, ni siquiera al principio mismo, una fermentación religiosa, sino que pretendía la forma fijada de la Iglesia. Sobre la cuestión de si esta forma de cada una de las comunidades y pequeños conventículos debía ser creada autónomamente o de modoautoritario desde arriba, Lutero resolvió decididamente a favor de los príncipes. Pero, sin embargo, en el fondo, sobre ello decidió la marcha de la historia de Alemania, de la misma manera que ésta condenó a pronta muerte las esperanzas que se habían puesto en la sangre joven de Carlos V. Es una parte de la marcha fatal y secular del imperio que a los señoríos territoriales alemanes, sin verdaderos merecimientos en esta victoria, les correspondiera el ius reformandi como una especie de regalo espiritual. Con esto quedó decidido desde luego que la restauración dogmática del espíritu reformador formara una corteza por encima, y que las iglesias territoriales luteranas se convirtieran de carne y hueso en iglesias estatales. Cuius regio eius religio: desde luego no se puede alejar uno más de la libertad evangélica. El luteranismo se convirtió en "burgués" en un sentido que no tiene nada que ver ni con el polítes ni con el civis, y cuyo paralelo correspondiente es el estado soberano.
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