La mejor prueba del espíritu político de la Ilustración es su historiografía. Desde el historicismo, tiene un buen sentido motejar de ahistórica la Ilustración, y con todo, hay que reconocer que ésta produjo grandes historiadores y espléndidas obras históricas,e incluso una nueva concepción de la historia, decisiva para la toma de conciencia del Occidente. La base de esta historiografía es la idea de la cultura racional que la época experimenta en sí misma vivamente, por lo menos en su propio esfuerzo. Alrededor de los pueblos europeos que han trepado hasta esta altura, existen sobre la tierra todos los grados de salvajismo, todos los matices de la barbarie, todo el difuminado de la semicultura; ¿no había esta convivencia de valores diferentes de reflejar aproximadamente el camino por el que ellos mismos han pasado de las tinieblas a la luz? El tema de la historia se convierte en cómo la humanidad se ha abierto paso desde la rudeza, la estupidez y la superstición, a través de los más increíbles errores y confusiones, hacia el objetivo de la racionalidad, que estaba a la vez ante ella y dentro de ella. Y este tema no se queda en una pálida idea, sino que es elaborado con la plenitud de la materia histórica, naturalmente, que a costa de desconocer de la manera más tosca los efectos de la religión en el acaecer histórico, de estimar el papel de los pueblos bárbaros invasores exclusivamente por los daños que han causado en la cultura, condenar con mucha suficiencia todo lo que en la historia no es civilización. A quien cree poseer el patrón del progreso todo el pasado se le vuelve escalón para la propia altura o lamentable error.
Con todo, la historiografía de la Ilustración alcanzó por otra parte el fecundo y auténticamente histórico concepto de las "grandes épocas", y por consiguiente, el concepto normativo de cultura no sólo lo ha aplicado esquemáticamente a los fenómenos históricos, sino que ha enriquecido este concepto con aquellos fenómenos; la época de Pericles, la de Augusto, el Renacimiento italiano y la de Luis XIV, fueron para la Ilustración tales âges hereux. De la observación de que ciertas fuerzas naturales, por ejemplo la competencia, favorecen aun sin quererlo el progreso, pero otras fuerzas, que corresponden de modo igualmente necesario a la naturaleza humana lo retrasan y hacen retroceder, resultaron toda clase de nuevos aspectos en la dinámica del mundo histórico. Se descubrieron grados regulares en el desarrollo del arte, del gusto literario, de la constitución política, y, ante todo, de la inteligencia humana, y en los últimos, es decir, en la ascensión del espíritu humano a la ciencia positiva, pareció haberse encontrado incluso el nervio íntimo de la historia universal. De todas estas ideas, proyectos, y logros históricos surge el pensamiento de la historia universal de la humanidad. Su objeto es que la humanidad, en parte por su culpa, en parte inocentemente, se equivocó y sufrió mucho, pero ahora se ha tornado mayor de edad y tiene delante de sí la época en que dominará como soberana la razón. La autoconciencia del Occidente nunca estuvo más alta, y nunca se ha puesto con la conciencia más tranquila de acuerdo con el sentido de la historia universal. Acaece aquí algo grandioso, en parte de modo tácito, en parte muy expresamente: la secularización de la filosofía cristiana de la historia. De la historia universal de la Creación, del Pecado, de la Redención y del Juicio Final surge la historia universal de la razón que lucha, asciende, se impone y vence. Voltaire es el profeta de esta conciencia europea.
La razón puede ser muy escéptica y, sin embargo, abarcar en sí misma la vida floreciente, sólo que con la tendencia a ilustrarla. Puede trabajar con conceptos que serían en cualquier otra boca vagas generalidades, como humanidad, civilización, derecho natural, progreso y, sin embargo, significar con ello cosas muy definidas y vivas. Después, ella se reviste de aquel tono elegante, pero uniformemente gris que se observa en las obras de los historiógrafos de la Ilustración, especialmente en los ingleses; y, ciertamente, el auténtico sentido histórico que vive con la vida histórica no nació en la plenitud del racionalismo, sino en la estrechez y multiplicidad alemanas. Y, sin embargo, un historiador como Gibbon o Voltaire pueden con sus medios racionales abarcar casi todas las cualidades de la realidad histórica: las largas ondas de los desarrollos forzosos, la tensión de los momentos concretos, la acción profunda de los grandes soberanos, hasta el dramatismo del acontecer agitado. La razón, en una palabra, puede vincularse a los ojos, y así llegó a hacerse. Su mirada es entonces no una teoría platónica o aristotélica que recibe luminosamente su objeto; no busca con la mirada, sino que contempla, reflexiona, disfruta del espectáculo del mundo, a la vez que lo juzga. "Teatro" es la categoría decisiva del pensamiento racional, en la medida en que penetra en el mundo de los sentido, especialmente el de la vista.
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