También podríamos decir que Occidente se encuentra a sí mismo; pero tal aseveración es un tanto complicada. El Occidente encontró otros tantos mundos entonces, pero, como él mismo había dado el ejemplo, se encontró en ellos inevitablemente. Estos otros mundos estaban todos inoculados con su siglo XIX. Sus mercancías, sus armas, sus medicinas, se encontraban en todas partes, e incluso su espíritu, en la medida que éste estaba objetivado; naturalmente que no su espíritu, en la medida en que por muchos rodeos de la fe y la razón, después de muchas obras y aventuras, que todas habían dejado su huella, había, finalmente, puesto en marcha el progreso de la técnica. Se manifestó entonces que este "progreso de la técnica", como movimiento inmanente de los pensamientos y de las cosas, realmente existía. Pues se demostró que otros no sólo estaban en condiciones de utilizar la técnica, sino incluso de seguir desarrollándola con el pensamiento y continuarla, sin haber hasta el momento tomado parte en sus pasos anteriores, ni menos aún en sus orígenes. Ello sería inimaginable en todas las demás cosas.
Hay un dibujo de Daumier en el que la imagen en el espejo, a la vez, se convierte en activa: salta hacia el hombre que se refleja, avanza hacia él, se le echa encima. Al mismo tiempo, sigue siendo plana, sin fondo ni profundidad, una verdadera imagen en el espejo, pero que parece tener resortes y realidad propia. El encuentro se invierte y se convierte en doble: el hombre encuentra su imagen en el espejo, pero la imagen en el espejo encuentra también al hombre. Sin duda es una situación incómoda; pero se debería poner en claro que la situación de Occidente, desde finales de siglo, apenas podía compararse con situaciones que fuesen seguras.
Desde el punto de vista de la historia universal, la emigración de la industria europea fue advertida pronto; pero ¿qué significado tiene advertir, cuando el retroceso no es posible? Sin embargo, el proceso mismo, con lo que hasta aquí llevamos dicho, está explicado de una forma muy incompleta, incluso abstracta. Procesos en la historia universal acontecen no sólo en general: como tendencias, desarrollos, progresos, sino que se concentran siempre en sujetos y decisiones determinadas y concretas. También el tema de que "el Occidente se encuentra a sí mismo" dice más que la natural tendencia de la industria en la dirección de las materias primas valiosas y de la fuerza de trabajo barata. Dice que en el siglo XIX, en aquellos espacios que dejó libres la expansión europea o que de ella se liberaron de nuevo, surgen nuevas potencias mundiales y que la revolución industrial que surgió en Europa desarrolló plenamente su poder por primera vez en tales espacios. Allí no es ya "revolución", como era en Europa, es decir, subversión de un estado antiguo desde el interior. Allí ya no es el destino que irrumpe, sino la libre elección, posibilidad tentadora, comienzo o recomienzo. Y sólo así se demuestra cómo la fórmula mágica que puede transformar continentes enteros casi de la noche a la mañana en modernas potencias mundiales, puede despertarlos a la historia universal.
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