LOS SUMERIOS (II)

La ley de formación de esta cultura -y en esto la oposición a Egipto es absoluta- no es que el principio siga operando y dure a lo largo de todas las fases del Imperio, sino que siempre nuevas fuerzas se apoderan del codiciado centro, no sólo para dominar en él, sino para atacar desde él como conquistadores.  Las ruinas de los edificios y los monumentos de arte son pobres en Senaar, y esto no  sólo para los primeros tiempos, sino en todo el transcurso de la historia. Las razones inmediatas de ello son muchas y muy diversas.  La falta de desarrollo en el culto de los muertos hace que las tumbas sean estériles en hallazgos.  El material y la construcción de las edificaciones de ladrillo es perecedero y se destruye fácilmente.  Las ciudades del país han sido una y otra vez saqueadas y arruinadas, ya por vecinos ladrones, ya por nuevos conquistadores.  Pero estas razones no son las primeras; y, además, están entre sí en relación alternativa con las causas íntimas.  Todos los símbolos y prendas de permanencia que se encuentran en Egipto aquí faltan y se evitan.  La misma intención de la voluntad es otra.  La voluntad no está orientada a acomodarse a la permanencia y prologarla, sino a atraer hacia sí con violencia el señorío sobre la mayor extensión posible.  Los países fértiles junto a los dos ríos nunca han estado más tiempo de algunos siglos bajo la misma propiedad.   Las capitales cambian; no hay ninguna que no haya tenido destruidas sus murallas y a la que no le hayan sido arrebatados sus dioses.  El país siempre fue con sus ricos tesoros objetivo para todos: para los vecinos sedentarios en las montañas del Norte y del Este, por ejemplo, para los elamitas, que continuamente irrumpen en la historia de Senaar, y más tarde para los asirios; pero ante todo, para los beduinos de los desiertos de Siria y Arabia.  Mas cuando está en firme posesión y bajo un fuerte dominio, irradia por el contrario su poder y su cultura en todas direcciones, hasta la costa del Mediterráneo y hasta las montañas del Norte y del Este, mucho más lejos que la cultura egipcia irradiará nunca.  Mesopotamia es, por consiguiente, no un "centro en sí" precisamente; es centro en sentido relativo, y respecto de su ambiente, objetivo continuo de ataques y asaltos cuando hay debilidad interior, mas cuando es fuerte y está en orden, centro de dominio de un imperio de gran radio, punto de partida de una cultura de amplia influencia y al fin incluso de una civilización mundial del Asia anterior.
La doctrina de los cuatro imperios que se ha interpretado en el Libro de Daniel y qeu ha dominado todo el medievo cristiano es, por consiguiente, justa en un profundo sentido.  Según esta doctrina, el babilonio fue el primero de los cuatro imperios que llenan la historia de la humanidad.  Efectivamente allí se orientó por primera vez el sentido hacia el dominio del mundo.  Egipto es un país de cultura, es imperio en la medida en que asegura la permanencia de su espíritu mediante el ejercicio del poder, la organización estatal y la administración pública.  Pero la época de su política mundial es sólo un episodio en su historia de tres milenios.  En Babilonia, por el contrario, el poder terrenal se convirtió sobre el espacio terrestre en tema de la historia.  Que fuera continuamente disputado corresponde a la esencia del poderío.  Que cambien sus portadores es también su ley y la ley de esta cultura.

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