Después de ser reformado y secularizado, el Cristianismo podía ser transcrito hasta volverse irreconocible, en ciencia, en experiencia subjetiva, en hazaña de mundo interior. Pero determinaba allí donde una vez había aparecido la ley de la vida y el lugar de las decisiones. En la Edad Media surgió como mundo pleno y completo, como Reino de Dios. No es pura idea o fe del individuo, ni lejana esperanza, sino realidad concreta con toda gravedad y dureza. Es -y con esto volvemos otra vez a los emperadores alemanes- también como poder en el mundo y como orden político del Occidente, realidad concreta. Existe como realidad, como imperio histórico, y de modo más concreto: existe como Reino de Dios en lucha.
Con esto situamos al imperio medieval en la conexión causal de su historia, de la cual, durante un momento, lo hemos hecho surgir como una figura. Que en todos los sentidos posibles de la palabra es Reino de Dios en lucha -hacia fuera y hacia dentro en relación con las potencias políticas del Occidente y hasta en sí mismo-, es en realidad la fórmula de la inaudita dinamicidad de su historia, de su heroísmo, de sus intermitentes alturas de poder, de su catástrofe siempre amenazadora y pronto iniciada. Sus épocas de brillo, son situaciones de luchas victoriosas o afortunadas; sus épocas de decadencia, son derrotas o golpes contrarios de la fortuna. Se puede sentir como una paradoja, pero es realidad que este imperio, que sabe que está anclado en Dios mismo y en Su orden del mundo, está a la vez sometido a la conexión de efectos de todas las fuerzas terrenales y hasta de todas las casualidades: es caduco cuando sus emperadores mueren jóvenes, deleznable cuando en su interior aparece la infidelidad, amenazando cuando se consolidan en Europa otras fuerzas, y por fin, hasta el campo de batalla y el botín de éstas. Sólo, después que el imperio quedó reducido a su viejo nombre y a un privilegio de pura dignidad, se convirtió en una constante regular en el juego de las potencias. Mientras fue realmente imperio, estaba entregado a las alternativas de la historia. Los estados que son puramente de este mundo no conocen semejante dialéctica. Pero el Reino de Dios existe en ella. Es a la vez, completamente humano, o dicho teológicamente: del todo criatura.
La conexión causal de la historia medieval es tan variada y cambiante que en una simple ojeada no puede examinarse del todo. Extractemos por consiguiente de él algunas series causales. Pero no es muy difícil exponer estas líneas de tal manera que, desde el comienzo al fin de la Edad Media, y hasta más allá de ella, en las dos direcciones, se entrelazan como propias cadenas de acontecimientos, y además, de modo significativo, implicadas en la historia de todo el Occidente, de manera que en cada una de ellas está contenido el todo. Como primer tema elegiremos la historia de los normandos. En este tema, está claro a primera vista que es total en el sentido indicado, es decir, un aspecto de la historia de todo el Occidente, y hasta mucho más allá de las fronteras del imperio medieval. Pues se plantea como un mundo vikingo, por consiguiente, como migración germánica septentrional, y culmina en estados que constituyen decisivamente el orden conjunto de Europa, la amplían duraderamente e incluso la revolucionan a fondo. Pero, entre tanto, atrae hacia sí todos los temas de la historia medieval; el contragolpe del Occidente apretado hacia el Sur y el Este, la oposición a Bizancio, la lucha de la espada cristiana por la Tierra Santa, la ascensión del Papado en lucha contra los emperadores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Me interesa mucho su opinión. Modero los comentarios exclusivamente para evitar contenidos inapropiados.