LAS CATEDRALES (III)

Pero en el punto decisivo de la construcción, en la cúpula, ataca la razón.  Se concentra allí en tal racionalidad, que se convierte en matemáticas, en pura mecánica, en invención técnica.  Por el sistema de los nervios se realiza al mismo tiempo en las piedras un proceso abstractivo: toda la fuerza de sustentación se concentra en las diagonales; lo que queda entre ellas es sólo materia de relleno.  Pero en las cuatro esquinas de la cúpula la energía no queda en libertad derramándose en la amplia masa de los muros, sino que sigue siendo concentrada más allá y desviada por estrechos caminos.  El proceso de abstracción se continúa una vez iniciado lógicamente hasta el fin, es decir, en este caso, hacia la tierra.  El conjunto del cuerpo arquitectónico se sitúa en el armazón de las partes que soportan y en aquello que está entre ellas como puro relleno y que en cualquier momento se puede abrir como aire.  Con esto las partes que soportan son adecuadas a la gravedad y a las presiones laterales, son reforzadas por apoyos, descargadas en arbotantes: así se va realizando el juego de las fuerzas a través de los muros y más allá, hacia afuera.  Lo mismo que las fuerzas de la cubierta, tampoco las resistencias y las fuerzas de cohesión están ocultas en la materia de la piedra, sino hechas visibles como marco de pilares y esfuerzos, de contrafuertes y arbotantes.  Pensadas con rigor, calculadas exactamente y, a la vez, maravillosamente impresionantes para la vista, el sistema estático se tiende, como matemática petrificada, más allá del cuerpo arquitectónico cerrado, a través de él, dentro de él mismo y desde él hacia afuera.  Exactamente así se transforma una verdad en estado de demostrada con el andamiaje de las hipótesis necesarias, reduce su materialidad a lo absolutamente necesario y disfruta de las agudas conclusiones con que se entrelaza.
Como su fórmula más mágica, el ingeniero gótico pone el arco ojival en todas sus ecuaciones.  Esta fórmula contiene en sí dos posibilidades inauditas, y mientras la construcción es potenciada por ellas en todos sus elementos se transforma a la vez en una nueva geometría.  El arco apuntado -que ya era conocido desde hacía mucho, habiéndose utilizado a veces, pero de modo consciente aplicado ahora por primera vez- libera de la forma fundamentalmente cuadrada de la cubierta, y permite desplazar el vértice hacia arriba a voluntad.  Con ello el esquema de la arquitectura románica es hecho saltar desde dentro.  Se hace posible dividir la construcción y su abovedamiento en estrechos rectángulos que van en sentido contrario al alargamiento del conjunto de la estructura.  Así se neutralizan mutuamente las dimensiones ligadas a la tierra, y de su equilibrio brota la nueva dominante de las verticales.  Las rígidas razones que valían para la nave mayor y las laterales fallan y se reúnen para realzar juntas en altura a la gran nave gótica.  Mientras que la masa por todas partes se reduce y aligera, la tensión de fuerzas es por todas partes dirigida, cien veces anudada, vuelta a dividir y vuelta a juntar, y surge una forma de espacio en la que cada parte es portadora de una función indispensable.  En el espacio interior hasta el vértice de la bóveda más alta, por fuera en el edificio hasta la mayor altura de la torre, se levanta hacia arriba un movimiento cuyo objetivo es el cielo, deshaciéndose en haces y, sin embargo, confluyendo sin paz y hallando su puesto de convergencia sólo en la paz infinita, como el pensamiento que pretende transmitir y del que nace.
Y a la vez se introducen las más curiosas inversiones y paradojas.  El sistema de pilares de apoyo, los arcos que se contraponen y los pesados contrafuertes, cuando la catedral se representa desde fuera, está allí constructivamente para recibir el empuje y contrarrestar la tensión.  Pero produce la ilusión de que no es necesario, sino que lo hace por su parte el movimiento ascendente en libre repetición, y se precipita sin finalidad en el infinito.  Con esto no sólo se produce una ilusión, sino que un sentido auténtico es expresado de modo sensible y convincente.  La lengua y el pensamiento no están contrapuestos de otro modo entre sí que allí el exterior y el interior del edificio.  Sólo al recibir sobre sí muchos rodeos y velos, se anticipa lo que lógicamente es posterior y lo de arriba se expresa abajo, la lengua cerrada de la filosofía habla de manera luminosa por la verdad.

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