LAS CATEDRALES (IV)

Donde un pensamiento y una construcción se conciben hasta el fin, existe, aun con toda la racionalidad, más que razón.  La razón se hace universal, se llena de toda la intimidad y plenitud de contenido de la fe de que procede.  En la más alta filosofía hay a veces un tintineo como de acero o plata con las cuerdas tensas, y en los casos máximos hasta un poderoso zumbar, como si todo el mundo se fuera hinchando según ella es pensada.  Justamente este místico nacimiento del contenido de entre la forma se perfecciona en la obra constructiva de las grandes catedrales.  Hay que aceptarla como pura lógica, técnica, razón, matemática, es, a la vez, verdadera y completamente falsa.  Justamente en el formalismo del movimiento está presente la plenitud del contenido universal, precisamente en el juego de las fuerzas mecánicas se revela lo santo.  Síntoma de ello es que también en lo pequeño y en lo mínimo, en los florones del crucero, en las gárgolas, siempre es buscado y rozado lo infinito. Prueba plena de ello es la plástica gótica.  En ella aparece el hombre tal cual está lanzad en la finitud y a la vez sostenido por Dios característico hasta la extravagancia y transparente para la eternidad, criatura y criatura salvada.  Su belleza y su humanidad son descubiertas todavía por una vez como entre los griegos, pero se añade una nueva dimensión, que procede de la fe y conduce a la misericordia.

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