SANTO TOMÁS DE AQUINO (II)

En el derecho natural ontológico de la alta escolástica, que, porlo demás, es la mayor hazaña de Tomás de Aquino y el más duro fruto del renacimiento aristotélico, falta el concepto de emperador.  Parece cosa hecha que en la naturaleza del hombre y de las cosas, de la que todo se deriva, puede hallarse comunidad, vocación, derecho, también soberanía y dominio, mas, por el contrario, ni emperador ni Imperio.  Pero entre los nominalistas del Imperio es no sólo silenciado, sino negado, por lo menos en el sentido de que la pira facticidad de la soberanía, la naturaleza voluntaria del Estado y la soberanía de los reyes nacionales, se convierten en lecciones de la filosofía, fundando todas estas posiciones metafísicamente en la potestas absoluta de Dios y en la libertad del hombre.  También contra la otra pieza del orden unitario medieval, contra el universalismo del Pontificado, luchan los franciscanos en nombre del ideal de pobreza, en nombre de la pureza de la Iglesia, en nombre del pueblo y de los pueblos y en la práctica, según la última consecuencia, en nombre del absolutismo de los príncipes.  Pensamientos nominalistas, especialmente los de Guillermo de Ockam, actuán como levadura en todas las fuerzas y movimientos que en el siglo que va desde 1350 hasta 1450 sacuden al Occidente y lo transforman desde sus cimientos: en el cisma de la Iglesia, en los grandes concilios reformadores, en la lucha de emancipación de las ciudades, en las revoluciones de los gremios inferiores y de los campesinos, sobre todo en las luchas internas y externas de que surgen los estados nacionales y los territorios como los nuevos centros de fuerza de Occidente.

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