EL CONCILIO DE TRENTO

Teniendo como fondo la guerra de religión en Alemania y de la incipiente rivalidad entre el protestantismo universal y el catolicismo universal se desarrolla durante casi dos decenios la historia del Concilio de Trento (1545-1563); historia complicada y llena de crisis: aplazamientos, dilaciones, reaperturas bajo signos diversos y, además, un constante cambio en los frentes y en los temas de discusión condicionado por los más variados intereses.  Cuestiones dogmáticas fueron preferidas cuando la exigencia de reformas amenazaba con tocar la constitución esencial de la Iglesia.  La lucha de la corriente episcopal dentro de la Iglesia contra la curia transcurre a veces velada, a veces abiertamente.  Los Papas mismos veían en el Concilio primero su antagonista, después el campo de su influjo, finalmente el medio para reformar su potencia.  Pero el Emperador fue todo el tiempo un partido propio en el Concilio.
El Concilio de Trento, a fin de cuentas, no sólo desilusionó todas las esperanzas de todas las oposiciones, incluso las del interior de la Iglesia, sino que las deshizo, afianzando todo lo que constituye la Iglesia romana: su latinidad, su universalidad, su ordenación jerárquica, su carácter monárquico.  Constituye una parte esencial en el proceso histórico-universal de la renovación de la Iglesia católica; pero esta renovación no afectó ni a la constitución ni al dogma, y en absoluto nada al contenido, sino al espíritu de lucha, al ánimo de volver a atacar, a la confianza en la victoria y a la voluntad de poder.  Al amén con que fue clausurado el Concilio en enero de 1563 siguió un anatema dirigido contra todas las herejías, como para demostrar que no era un final, sino un principio.
La Iglesia se armó así como conjunto para luchar por el Occidente, y esto significaba en la época de las circunnavegaciones para luchar por el mundo.  Pero la decisión de hacer la lucha sin cuartel se concentró también en ella -como del lado del protestantismo- en un lugar, en un hombre y en la tropa de choque que él formó.  Omnia ad maiorem Dei gloriam: la misma fórmula con que Calvino designó el sentido d toa la creación y, a la vez, el objeto de toda actividad humana designa también la decisión que formuló el solitario asceta de Manresa para sí y para todos los que han de atravesar la escuela de sus ejercicios.  Aquí se carga, como en dos polos visibles, la tensión de las fuerzas universales: por ambos lados la misma energía, pero orientada de la manera más opuesta hasta en su más delicada estructura; se tiene el sentimiento de que un físico del mundo histórico habría podido calcular el momento de la descarga.  Los profesos de la orden de los jesuítas hacen, además de los tres votos, el cuarto, de ir sin vacilar allá donde el Papa les mande; este es el voto propiamente militar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me interesa mucho su opinión. Modero los comentarios exclusivamente para evitar contenidos inapropiados.