Hay, en lo que llamamos Ilustración, y en particular en lo que se llama a sí mismo con este nombre, sin duda, que una fuerte inclinación a limitarse a la esfera de la moral privada, de la felicidad y de la educación, y a la vez una cierta tendencia a reducirse a la literatura, filosofía y educación. Pero no se debe olvidar sobre ello que la Ilustración europea es una realidad de dimensiones universales, y, ante todo, que es una realidad de la historia política. Espíritu y estado, cultura y poder, humanidad y existencia política están en ella tan poco separados como en cualquier época grande; sólo la desventurada contraposición de historia de la cultura e historia política puede fingir la posibilidad de tal separación. La alta cultura en la época de la razón que significa la Ilustración, sea que por ella se esfuerce, sea que crea haberla alcanzado, tiene en sus cimientos aquel equilibrio de las potencias creado por la razón de estado. Después que se consolidaron las grandes monarquías cuidan en su propio interés de que las guerras no vuelvan a convertirse en guerras de treinta años. Fomentan la industria, el comercio, la riqueza nacional, y crean con ello las condiciones materiales para la seguridad de la cultura espiritual. Fundan academias y universidades en las que despliega la investigación científica su actividad internacional. Y son ellas -con la Iglesia- las que encargan a los arquitectos de presentar la unidad de poder y espíritu en palacios, jardines, iglesias, plazas y ciudades enteras. Todas las artes son ennoblecidas por la razón, y a la vez realzadas por la dignidad del encargo y llenas de señorial sentido. Una moral que se opone conscientemente a los tiempos rudos, una cultura que está segura de sus normas, y un gusto que está abierto en sus definidas fronteras a toda libertad creadora, da a todas las obras del espíritu una existencia sumamente concreta en las cortes y en la sociedad.
Todos los escritores políticos de la plena e íntegra Ilustración-Shaftesbury y los historiógrafos ingleses; Voltaire y Montesquieu, Federico el Grande y los sabios de Gotinga- están convencidos de que las grandes monarquías europeas garantizan el progreso de las costumbres, presupuesto que se apliquen a un gobierno conforme a las leyes, a un derecho humanitario, una tolerancia religiosa y un magnánimo cuidado de la cultura. Pero la Ilustración en muchos lugares llega hasta los tronos y el príncipe heredero Federico hasta ocupa en persona uno de ellos. Por humanitariamente que esté pensada la Ilustración y por alto que para ella esté el valor "humanidad", en la medida en que piensa responsablemente, tiene un claro sentimiento de la realidad del poder y sabe qué razón, moral, ciencia y arte sólo pueden florecer si la razón de estado mantiene las potencias en equilibrio. De todas maneras , en su racionalismo se despierta, desde bien pronto, la exigencia radical, la consecuencia abstracta y hasta el resentimiento contra el poder, e incluso la voluntad de causar miedo. Como todas las situaciones supremas de la historia, el Reino de la Razón sólo se mantiene desplegado un breve espacio en el tiempo perecedero.
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