EGIPTO TIENE QUE VER CON EUROPA

En la portada del templo de Amón de Medinet-Habu, que construyó Ramsés III, está representado en vivo relieve el ataque de los pueblos del mar a Egipto y la victoria del Faraón.  Se ve la lucha alrededor de los carros de combate y de las carretas de cuatro pares de bueyes en las que los atacantes atravesaron toda Anatolia y Siria, y con los que, como verdadera emigración de un pueblo, cayeron sobre Egipto.  Otra ilustración del ciclo reproduce la lucha naval, pues el ataque se hizo al mismo tiempo por tierra y por mar.  Las galeras egipcias perforan las barcas enemigas, cuyas tripulaciones son sacrificadas sin piedad; desde la orilla atacan secciones cerradas de arqueros con rociadas de flechas, mientras combate la flota.  La victoria del Faraón fue completa.  Con el corazón lleno de planes, según celebran las inscripciones, cayeron las tribus bárbaras sobre Egipto, guerreando por tierra y por mar.  Los que vinieron por tierra tuvieron detrás a Amón-Rê, que los aniquiló; los que entraron por las bocas del Nilo fueron como pájaros que se prendieron en las mallas de una red.
En efecto, la doble victoria de Ramsés III en el año octavo de su reinado, alrededor del 1190 a.C., salvó a Egipto una vez más (otra de tantas).  En los años anteriores y siguientes, Ramsés III tuvo que luchar contra las tribus líbicas, que desde el Oeste se precipitaban contra el valle del Nilo, y las venció en sendas batallas. La presión de los libios contra la frontera occidental de Egipto, que podría parecer un ataque de ladrones o una campaña de conquista o una infiltración demográfica o una migración manifiesta, es un tema muy viejo en la historia política de Egipto.  Treinta y siete años antes, el rey Meneptah había aniquilado en una sangrienta batalla de seis horas un ejército libio de 30.000 hombres que marchó sobre Menfis.  Ya entonces, y lo mismo bajo Ramsés III, los ataques de las tribus líbicas estaban en clara relación con la invasión que se producía desde el Norte contra Egipto, incluso en el sentido de que los ataques permitían reconocer una cooperación planeada de ambos grupos de atacantes.  Los "habitantes de la arena" y los "pueblos del mar", el Sáhara y el Mediterráneo, estaban en coalición contra la cultura egipcia, que tenía 2.000 años de antigüedad.
Entre los libios había tribus de peligrosa vitalidad y habilidad guerrera; dos siglos más tarde se apoderaron del trono de Egipto.  Pero el golpe propiamente amenazador y en realidad más peligroso fue, tanto en 1227 como en 1190, los que vinieron del mundo marítimo e insular del norte.  Desde allí no atacaba el desierto, contra el cual Egipto había trazado desde el principio su frontera, y que aunque no fuese más que como frontera pertenecía a su mundo, sino que desde allí Europa, intranquila e indecisa, enviaba sus oleadas que se rompían como olas contra un espacio milenariamente dotado de forma.  No era el exterior acostumbrado contra las fronteras acostumbradas, sino la lejanía, que se echaba encima del reino del faraón.
Egipto era tan conservador, que durante más de un milenio había tenido siempre los mismos enemigos: los nubios, los libios, los beduinos de la península del Sinaí, los pequeños estados de Siria... siempre las mismas gentes.  Vencerlos y pacificarlos significaba mantener desde el centro en orden las fronteras del mundo.  Sólo la invasión y el dominio de los hicsos rompió durante un siglo la continuidad, y sólo desde Tutmosis III, que sometió realmente Siria y llegó hasta el Éufrates, esto es, sólo desde el 1480 a.C. hubo para Egipto "política", es decir, situaciones de fuerzas en vibración que estaban determinadas desde dos polos, y que por esto debían ser tenidas continuamente ante los ojos y en la voluntad.  El espíritu egipcio nunca comprendió estas relaciones exteriores con los grandes imperios de Asia anterior, lo mismo que con la potencia marítima de Creta, de otro modo que como funciones del centro faraónico, y explicó los tratados como sumisiones; los negocios comerciales, como tributos, y los espacios enemigos como fronteras.
Pero en las invasiones de los pueblos irrumpe la lejanía misma, la lejanía por excelencia, la lejanía informe e indomeñada, hasta el delta del Nilo.  Aparece en el plan algo que no podía ser interpretado simplemente como una frontera, ya que era pura impulsión hacia el centro, y viajó tanto tiempo desde un origen desconocido hasta que se presentó allí.  Lo nuevo e incómodo del fenómeno se reflejó incluso en los términos de las inscripciones.  Las islas del mar estaban en desorden, alborotadas unas contra otras, como nos dice una inscripción en Medinet-Habu.  Los atacantes son llamados "las gentes del Norte venidas de todos los países".  Los lugares de donde vienen son llamados "los países del mar", o simplemente "las islas".  Así  aparece la turbulenta Europa vista desde la tierra firme de las antiguas culturas.  Los pueblos, se nos dice, habían partido de sus islas, se habían expandido de golpe; ningún país les había podido resistir, el imperio de los hititas se derrumbó, y con la llama del fuego delante de sí habían continuado hacia adelante contra el reino de los faraones.  Sólo la victoria, que eliminó el peligro, permitió después volver a la antigua terminología y hacer aparecer la derrota de aquellos que se habían lanzado contra las fronteras de Egipto como el triunfo natural que les era debido a Amón-Rê y al faraón.
Conocemos por las inscripciones egipcias el catálogo de los pueblos que tomaron parte en los ataques.  Desde luego es difícil, y en parte imposible, decidir la relación, con los nombres conocidos de países y pueblos de estos nombres, tal cual aparecen transcritos en los jeroglíficos.  Nos quedamos en la duda de si se trata de pueblos enteros emigrando, de si son astillas arrancadas de aquéllos, de si son corrientes migratorias lanzadas en desbandada o perdidas, de si tenemos comitivas gigantescas o compañías de aventureros, o sólo restos y ruinas de pueblos que han sido arrastrados en una inundación.  Además, es conocido que los nombres étnicos, en las épocas de invasiones, son de rara fluidez y transmisibilidad.  En una noche pueden extenderse o reducirse.  Se pueden quedar adheridos al país recorrido, o bien desaparecer de nuevo junto con sus portadores.  Pueden desteñirse por la simple vecindad o calar hacia abajo en caso de invasión, o también subir hacia arriba.  Pueden ser también usurpados por pequeñas minorías o extenderse a grandes territorios, ya en boca de extraños, ya en la propia.
Con todo, el catálogo egipcio de los pueblos del mar es un documento de primer orden, y ya los nombres, por incuestionable que sea su explicación en detalle, dan una idea de la amplitud y volumen de los movimientos de dimensión universal de los que tomó impulso la expedición de los pueblos del norte contra Egipto.  Como contingente principal de enemigos, cita el informe de Ramsés III a las dos tribus estrechamente relacionadas con los pursta (que son los filisteos del Antiguo Testamento) y delos zaccari.  Su sede histórica está en la costa de Palestina, donde conquistaron la zona costera fértil y las viejas ciudades, una vez que fueron rechazados de Egipto.  Pero primitivamente procedían de la isla de Kaptor, esto es, de Creta.  En todo caso, esto es seguro de los filisteos, que mantuvieron durablemente el nombre de cretenses, según demuestra múltiples veces el uso lingüístico del Antiguo Testamento.  En la gran catástrofe de hacia el 1400, que dejó en ruinas las ciudades y los palacios de Creta, y colocó la isla bajo el dominio de príncipes aqueos, ellos fueron lanzados o expulsados, y entonces cayeron ( o cayó una parte militarmente organizada de ellos) sobre Egipto.
Junto a los pursta y zaccari se citan en el victorioso  parte de Ramsés III los tursa, serdana y sakarusa, además de los danauna "de las islas" y los osaes "del mar"; entre los pueblos del mar que venció Meneptah en el 1227, aparecen, además, los aqaiwasa y los luka.  Los sakarusa son quizá los sículos, que entonces todavía no habían sido reducidos a Sicilia, sino que estaban establecidos en la Italia Meridional; los serdana deben ser las gentes de Cerdeña.  Los luka son los licios, los tursa, los piratas tirrenos, es decir, los mismos cuya mayor parte llegó al Oeste, a Etruria, donde quedó grabado su nombre para la historia universal.  Los aqawisa, finalmente, son quizá los aqueos y los danauna lo dánaos de Argos; solo que, como ya hemos dicho, tales comparaciones lingüísticas nada preciso dicen sobre el punto de origen y sobre la condición étnica, pues todo el mundo de poblaciones, cuyas extremidades atacantes son iluminadas momentáneamente por las inscripciones egipcias, no está quieto, sino en movimiento, y desde luego que no estaba formado por pueblos.  Es como si los grandes nombres, que más tarde tienen un eco claro en Homero y en los historiadores clásicos, ondearan aquí a una luz de llamaradas, como banderines, por encima de una tropa de vencedores que se reúne un instante  en un instante se deshace en polvo.  Quizá realmente el nombre de los aqueos fuese por algún tiempo el nombre genérico para los héroes marinos del Mediterráneo oriental.
Individualmente, los pueblos del mar son durante largo tiempo conocidos de los egipcios: como mercenarios en los ejércitos del país o extranjeros, como pacíficos inmigrantes, como temibles piratas y, en ocasiones ya antes (así los serdana), como guerreros ladrones en ataque cerrado.  Casi todos los nombres de estos pueblos aparecen en las inscripciones desde la época de Amarna, lo mismo que en los archivos hititas de Boghazhöi.  Su figura, sus rasgos fisionómicos, su tocado, su traje y su armamento aparecen desde mucho tiempo antes en los relieves egipcios.
Lo peculiar de los dos grandes ataques de 1227 y 1190 es que las bandas que navegan bajo la bandera de estos nombres atacan en movimiento; es verdad que de varia composición, pero con dirección unitaria. Los ríos humanos que lanza el gran espacio del mar y de las islas se agrupan como una verdadera emigración.  De algún modo nos recuerdan a las tropas de los cinerios y los escitas en el siglo VII, o la invasión de los celtas en la península balcánica y hacia Asia Menor en el siglo III, la expedición de los cimbros y teutones en el II.  Qué distancias habían recorrido los emigrantes, qué habían perdido de sus componentes en el camino qué habían arrastrado consigo de elementos extraños, no se puede decir.  Pero algunos puntos se pueden fijar.  El más importante es que produjeron la ruina para siempre del Imperio Hitita, cuya fortaleza ya no era grande como antaño.  Con ello fueron completamente alteradas las circunstancias políticas del mundo del Asia anterior; también el Imperio Asirio hubo de percibir los efectos de estas alteraciones.  La invasión se dirigió después hacia Siria; Chipre y las ciudades de Siria fueron asoladas, el país de los amorreos fue devastado hasta el aniquilamiento de la población.  Y desde allí se siguió la marcha sobre Egipto.
Visto de esta manera el ataque de los pueblos del mar sobre Egipto, es el espumante fin de un movimiento que ya había recorrido amplias zonas de las culturas del Asia anterior y había dejado detrás de su marcha visibles huellas de destrucción, lo mismo que la inundación de un mar alborotado cuando llega al último dique.  Por esto pudieron los faraones Meneptah y Ramsés III eliminar el peligro, especialmente después que Setnakht, el padre de Ramsés III, tras un paréntesis de decadencia política, había organizado otra vez una monarquía poderosa.  Si hubiera sobrevenido el ataque de los pueblos del mar en este paréntesis, hacia el 1210, cuando discordias por el trono, usurpaciones, años sin rey, debilitaban las fuerzas del imperio, Egipto es de suponer que habría sucumbido como ante el ataque de los hicsos, 500 años antes, o como en la época siguiente, a partir del 945, en la que un dominio extranjero acaba sucediendo a otro.
Vemos, por consiguiente, la gran migración de pueblos de los siglos XIII y XII, desde su fin y desde fuera, cuando la vemos desde Egipto, y los relieves que nos han servido de punto de partida son sólo como si se levantara un telón y nos permitiera por un momento contemplar un espacio vacío lleno de acontecimientos inimaginables.  Deberíamos -precisamente al contrario de la tesis egipcia acerca del centro y los bordes del mundo- tomar posición entre los movimientos mismos de los pueblos en marcha, deberíamos salir del mundo de la permanencia egipcia al de la historia que acontece, para reconocer el conjunto, o incluso sólo la medida de los movimientos de los pueblos que aquí se nos muestran como la definitiva victoria del Faraón sobre los barcos, los carros de combate y las carretas de bueyes de los bárbaros.
Sólo en muy toscas líneas generales se puede bosquejar de qué se trata.  En cierto momento, en el siglo XIII, penetra una nueva tribu indoeuropea desde el Norte en la península balcánica y se apodera de su parte Noroeste: son los ilirios.  Con esto el andamiaje que se ha formado en las migraciones desde el año 200 en el espacio del mar Egeo es destruido y puesto de nuevo en movimiento.  Por todo el continente griego, por el mundo de las islas hasta Asia Menor, hasta Italia, alcanzan los efectos del empujón.  Este afecta en primer lugar a las tribus griegas del Noroeste y a las tracias vecinas.  Los frigios y los misios son expulsados, salvo pequeños restos, y pasan por los estrechos hacia Asia Menor.  Se encuentran allí en los desórdenes que preceden y siguen a la caída del Imperio Hitita, toman parte en la catástrofe de éste y con ello obtienen sedes nuevas, en las que siempre guardaron la memoria de su origen europeo.
Del modo más directo fueron afectadas por le impulso de los ilirios las tribus griegas del Noroeste.  Son expulsadas de su país entra la costa adriática y las cordilleras del Pindo, se derraman como una corriente de muchos brazos por el continente griego y se establecen en casi todos los territorios -Ática es la excepción más importante- por encima de la población eolia y aquea.  Tal es la consecuencia de más trascendencia en la historia universal de la invasión iliria: la llamada "migración doria".  Acerca del modo, el ritmo y velocidad de esta invasión, las leyendas griegas que se formaron más tarde y que están aderezadas por los genealogistas, no dicen casi nada.  Mucho, pero desde luego no todo lo que podemos saber, lo forman las conclusiones que se pueden sacar sobre la distribución de tribus y dialectos en la época histórica.  Evidentemente, el movimiento invasor hay que imaginárselo en parte como el murmullo de muchas corrientes; en parte, como un grandioso avance.  Esto se aplica especialmente a los dorios, cuya marcha se diferencia claramente de las otras invasiones, tanto por su significación histórica como en la conciencia de la orgullosa tribu delos guerreros con lanza ("dory").  En estas invasiones fue destruido el mundo de las ciudadelas micénicas, y en ellas perecieron los restos que hacían eco a la cultura minoica de Creta.  Una y otra cosa se debió principalmente a los dorios, que penetraron en la Argólide, el corazón del mundo micénico, y por otra parte dorizaron Creta hasta su extremidad oriental.  La época aquea de la isla se hunde, pues, en el olvido; el rey Minos se convierte en el antepasado del modo de vida dorio, tal cual fue para Heródoto y Platón.
No sólo el posterior orden (kosmos) dorio, sino que todo el mapa en relieve del espíritu griego está planteado, prefigurado en estas invasiones.  Sólo en ellas se construye la Grecia de significación histórica, la Grecia "griega", más sobre las ruinas que sobre las bases de la cultura micénica, más de la fuerza creadora elemental de las nuevas estirpes que de la herencia de la época aquea, que se convierte en la edad heroica de sus propios mitos.
La invasión de los dorios pasó por encima del mar, y a través de los puentes de las Cícladas meridionales alcanzó las penínsulas que sobresalen del continente anatólico.  Quizá, al menos en parte, fue principalmente el ataque sobre el Peloponeso, dirigido no por tierra firme, sino, al modo vikingo, desde la base de las islas.  Además, las islas y las costas de Asia Menor fueron definitivamente alcanzadas por los efectos inmediatos de la gran migración griega.  Pues a ellas pasaron aquellos pueblos y aquellas corrientes de fugitivos que habían sido barridos del continente.  En la época micénica había alcanzado la expansión de los aqueos la cuenca oriental del Mediterráneo hasta Rodas, Chipre y Panfilia.  La costa occidental del Asia Menor había sido en los comienzos sólo rozada por los eolios.  Pero ahora se derrama la corriente entera de los griegos más antiguos, fugitivos y expulsados, a través de las islas, hacia Oriente.  Esta es la llamada colonización, en la cual la costa de Asia Menor es poblada por griegos.  Lo mismo que ha abierto la entera historia aquea del Continente, la gran migración también ha alborotado el mundo del mar y de las islas, que ya no estaba tan tranquilo.  En este alboroto surgen las expediciones contra Egipto, con las que hemos comenzado. Las islas estaban realmente "inquietas, turbadas entre sí".
Pero la inquietud todavía tuvo más consecuencias.  El ataque de los ilirios en la península balcánica provocó no sólo movimientos hacia el Este y hacia el Sur, sino también hacia el Oeste.  Por lo menos la ulterior oleada de la invasión indoeuropea sobre Italia, la sabélica, fue probablemente puesta en marcha por el impulso ilirio, esto es, que fue empujada hacia Italia Central a través del Adriático.  Los yápiges y otras tribus ilirias los siguieron, y del mismo modo se establecieron en Italia.
Se trata, por consiguiente, visto en conjunto, de un sistema de movimientos de pueblos de amplio despliegue, de una agitación que alcanza a más de dos tercios del Mediterráneo y que en parte aplasta y en parte bate las viejas culturas.  en esta agitación nace el mundo que llamamos "La Antigüedad".  Podemos decir también que en ella nace Europa.  Sin embargo, el sentido de esta palabra se pone en claro sólo más tarde.  El antiguo Egipto, que está acostumbrado a que en sus fronteras esté la aflicción, ve en todo ello nada más que un ataque bárbaro procedente de una imprecisa lejanía, que, gracias a Amón-Rê, se ha visto que es vencible, aunque se hubiera coaligado con los peligrosos libios.  Culturas como Eugpto están cimentadas en la permanencia, son permanencia que se supone duradera, y se consideran a sí mismas así.  Mundos como Europa tienen su fundamento en el acontecer, existen históricamente y se comprenden a sí mismos como tales.  Y mejor se puede comprender una figura de la primera clase partiendo de la inquietud que al contrario.  Pues aquella verá al atacante siempre con la visión de la permanencia amenazada.  Los relieves de Medinet-Habu son como un objetivo en el que es tomada como en fotografía esta visión.  Tenemos que pasar a través de la imagen para llegar a la realidad del acontecimiento.  Pero si hacemos esto, si escogemos nuestro punto de vista bien, esto es, en el movimiento mismo, la mirada necesariamente se ensancha en dimensiones mucho mayores, tanto en el espacio como en el tiempo.

1 comentario:

  1. Me fascina tu modo de contar y hacer tan interesante todo.
    Vine a felicitarte por tu nuevo blog y a desearte lo mejor, que estoy segura será así.
    Cuando las cosas se hacen con nivel y poniendo el corazón, siempre brillan!!
    Un abrazo, querido amigo!!

    ResponderEliminar

Me interesa mucho su opinión. Modero los comentarios exclusivamente para evitar contenidos inapropiados.