EL MITO DE LA MADRE: EL MATRIARCADO

Todo pueblo que se ha sedentarizado sabe de la fecundidad de la tierra.  En el ciclo de simiente, florecimiento, fruto y nueva simiente, en el ciclo de nacimiento, vida, muerte y nacimiento, se le muestra el sentimiento piadoso de la maternidad de la tierra, lo telúrico de la madre.  Que arar es engendrar; la siembra, concepción, no es una imagen poética, sino una realidad inmediata.  Las palabras son en muchas lenguas, y todavía en el griego de los trágicos, las mismas o semánticamente emparentadas.  Que el acto sexual realizado sobre el campo labrado haga crecer la simiente no es un reflejo simbólico, sino un sacramento, cuya realización a la vez es significado y causa.
El ciclo del crecimiento de las plantas y de los nacimientos es el mismo, y lo mismo son todos los cambios e innovaciones que van pasando por las tinieblas y disfraces de la existencia: el día, la luna, el año, todo el ciclo vital, en pequeño y en grande.  Las lunaciones marcan el ritmo menstrual de la mujer, así como las estaciones hacen lo propio con el ritmo de fertilidad de la tierra. Y no es difícil llegar al pensamiento de que fértil es la tierra como alumbradora de vida la mujer.  De la oscuridad que absorbe el día nace el día nuevo, y en la muerte, en cuyo seno se vuelve a hundir la vida, está el origen de la vida nueva.  Eterna y fecunda es sólo la tierra y el seno materno. La noche ha existido siempre antes que el día.
El matriarcado no es, ni mucho menos, una simple forma de organización de la familia y de sucesión de generaciones que surge en unos pueblos y en otros retrocede o se queda desfasada y se sustituye por el patriarcado.  El matriarcado es una visión del mundo, un modo total de entenderlo, de explicarlo y de existir en él. Mucho se ha teorizado sobre la existencia de pueblos con instituciones matriarcales unidas en mayor o menor medida -o totalmente al margen- de la ginecocracia, así como por cuánto tiempo se han mantenido en época histórica, ora en su derecho político, ora sólo en el recuerdo.  La tesis de que el matriarcado sea una etapa necesaria en el desarrollo social de todos los pueblos, desde luego no se puede sostener.  Pero no es esto lo esencial del tema.  Incluso aunque en algunos pueblos no hubiera existido nunca un matriarcado con la significación de fórmula completa de organización social, existiría el hecho de que enriqueció, con la categoría de la madre, la filosofía de la historia.
No en todas partes, pero sí en los puntos más importantes del mundo histórico, se ha vivido un mito durante milenios; un mito basado en la existencia de la mujer madre.  La tierra, la profundidad, la noche, la muerte, son las potencias productivas en las que cree este mito.  El devenir de los hechos, la vuelta cíclica de los fenómenos, el destino mudo, inevitable, benévolo, son las formas de su pensamiento.  También así, tomado como mito, es completamente incomparable con las visiones del mundo que lo han rechazado y disuelto en la historia espiritual.  Y del mismo modo que el llamado matriarcado no es un patriarcado con insignias cambiadas, tampoco la luna y el sol, la noche y el día, la tierra y el cielo, los dioses ctnónicos y olímpicos son posiciones recíprocas en un plano ni las dos partes de una alternativa cualquiera.  Sino que el mito matriarcal está por esencia en un estrato siempre más profundo, en lo indecible y por eso también inabarcable. Comprende e ilumina todas las esferas de la naturaleza y de la vida humanas, a partir de una realidad que por sus principios es eterna mientras nazcan seres humanos, y de la que fluye toda la historia.  Pero lo que a él se opone son siempre sólo tesis que, por fuertes y conscientes que se presenten, se plantean como empeño y opinión; sólo como puntos de vista que tienen validez histórica, mientras que la tierra, la muerte y la maternidad son sencillamente los puntos de descanso.
El licio Glauco responde al griego Diomedes  la pregunta de qué estirpe es la suya con la comparación de las hojas en el bosque (Ilíada, VI).  En boca del licio la comparación tiene un doble significado.  La hoja no es la que engendra la hoja, sino que el común generador de todas las hojas es el tronco.  También así son las generaciones de los hombres según la institución del matriarcado, pues en éste, el padre no tiene otra importancia que la del sembrador que, una vez que ha esparcido la simiente en el surco, desaparece de nuevo.  Lo engendrado pertenece a la materia maternal que lo guarda, lo saca a la luz y lo alimenta.  Pero esta madre es siempre la misma, en último extremo: la tierra cuyo lugar toma la mujer terrenal en  la serie total de sus madres e hijas.  El hijo del padre tiene una serie de antepasados que no están unidos por ninguna conexión perceptible para los sentidos: el hijo de la madre a través de las distintas generaciones tiene una sola antepasada.  El licio que debe nombrar a sus padres se parece al que quisiera emprender el recuento de las hojas del árbol caídas y olvidadas... Justifica el modo de ver licio al señalar su coincidencia con las leyes naturales de la materia y reprocha al patriarcado griego su alejamiento de las mismas.  Así de didáctico es Homero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me interesa mucho su opinión. Modero los comentarios exclusivamente para evitar contenidos inapropiados.