EL ORÁCULO DE DELFOS

El deber del culto a los antepasados obliga a todas las estirpes.  También los demos y tribus llevan nombres patronímicos y están unidos alrededor de sus héroes. Pero al héroe fundador (archegetes) lo honra toda la ciudad.  El poderoso propulsor del culto de los héroes, y en especial de su paso de las asociaciones de consanguíneos al Estado, es el dios de Delfos. Sus oráculos muchas veces han citado como causa del hambre y la pestela ira de un héroe. También han aconsejado el traslado de los huesos de un héroe indígena desde el extranjero y hasta fundado numerosos cultos (¿cuál si no fue el motivo de la expedición del Vellocino de Oro de Jasón?).  La gran reacción contra el paganismo homérico de la cuales parte el culto de los héroes, naturalmente que no fue creada por esta orientación delos sacerdotes de Delfos, pero sí fue poderosamente favorecida. El dios de Delfos se señaló a sí como el verdadero exégeta (según lo afirmó Platón, Rep.,IV), es decir, opositor de la auténtica vieja fe que ha seguido viva en el pueblo y que ahora todavía abre sus misterios.
Ya hemos indicado que los héroes se emparentan a los dioses ctónicos, y están con ellos en íntima relación.  Esto no se refiere sólo a muchas cualidades de su ser y a muchos rasgos de su culto, sino también a la conexión casual hist´rica en que aparecen otra vez en la época posthomérica.  Al mismo tiempo, con la renovación de la antigua creencia relacionada con la muerte y los muertos vuelven a percibirse en Grecia las voces de los dioses inferiores, y una y otra cosa proceden de las mismas fuentes.
Homero conoce todas las potencias del profundo y de lo oscuro.  Conoce a la gran Noche, que obliga a dioses y hombres, conoce a las Erínias, que hacen castigar inexorablemente a los perjuros y a los que faltan al honor; conoce a Gea, por cuyo nombre juran hasta los dioses, y a a la ilustre Perséfone, la reina de los muertos. Pero no sólo su potencia, sino incluso su realidad, es reducida por la luz delos dioses olímpicos, y esta reducción alcanza también a la diosa en que están ocultas todas las profundidades de la maternidad y del presentimiento d la muerte: Deméter.  En Homero es casi sólo la rubia diosa de los trigales; que Zeus la ha amado una vez resuena apenas, y de la relación de ambos, que de todas maneras había de llevar a la antigua religiosidad (o a la nueva), no se dice ni uns palabra.  Dioniso, el furioso, y su comitiva de mujeres que blanden los tirsos aparecen sólo episódicamente en el fondo.  El dios que procede del extranjero no pertenece al círculo de los dioses olímpicos; en ninguna parte interviene él en la vida y destino de los héroes épicos.
Pero es decisivo que la fe del pueblo, junto y por debajo del mundo divino homérico, ha mantenido las antiguas divinidades como los verdaderos dioses de la patria, que son sedentarios y ligados al suelo como el pueblo de los labradores y pastores.  Ya hemos hablado de que incluso los dioses olímpicos se han conservado, por decirlo así, en una segunda existencia como dioses de los distintos territorios y santuarios, y de que la piedad griega no sólo ha soportado esta tensión de unidad y pluralidad, sino que mediante ella se ha enriquecido.  Pero como divinidades locales mantienen o ganan todos ellos, incluso Zeus, incluso Apolo, un vínculo con lo profundo, con el suelo y con la muerte.  Zeus Chtonios, el subterráneo, pervive en todas las regiones de Grecia como dios de los vivos y de los muertos, a menudo bajo nombres ocultos y muchas veces confundiéndose con un héroe indígena.  Hesíodo encarga al labrador que le rece al labrar y le haga sacrificios al cosechar.  Mas también las más viejas divinidades, que han mandado antes de la victoria de los olímpicos, se conservan en su sitio.  Gea misma, según la Teogonía, de Hesíodo, la más antigua de todos, mantiene los santuarios y oráculos en todas las regiones que han conservado lo antiguo a través de la época de las invasiones.

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