CONCEPTO DE HÉROE GRIEGO

Una nueva fase de la lucha de mitos se hace perceptible en el concepto de "héroe".  En la epopeya viven los héroes del tiempo antiguo.  Viven como nombre, como figura y como gloria de sus hazañas.  Pero ¿dónde están?  En el suelo patrio; alrededor de sus propias tumbas. Todas sus heroicidades las ha agotado la épica, tanto que ella se ha transformado casi por completo en el brillo de su gloria.  Pero su cuerpo muerto lo gurda, en lugres que precisamente por esto se vuelven sagrados en un callado sentido:la madre tierra.  Todos los paisajes de Grecia están llenos de tumbas de héroes, y naturalmente Ática en especial.  En la legislación de Dracón se reglamenta que los dioses y héroes de la patria han de ser honrados en común según la costumbre de los padres.  Sacrificios muy distintos que a los dioses olímpicos les son dedicados a los héroes muertos: no bajo el claro día, sino en la oscuridad del crepúsculo y de la noche; no sobre un altar, sino sobre un hogar bajo; animales negros y no blancos; ofrenda de sangre y no de grasa perfumada.  Juegos anuales -casi como repetición de fiestas fúnebres- se fundan en su honor.  Pues los héroes son poderosos; desde el fondo de sus tumbas actúan.  Están cerca de los vivientes, en la felicidad y a veces en la desgracia; protectores de las ciudades, dioses custodios de las estirpes, socorredores del individuo.  A veces intervienen casi como milagreros en el destino particular.  Heródoto cuenta con gusto tales historietas y también autores posteriores.  Ante todo, son ellos los que hacen el suelo de la patria en que reposan  inconquistables, y a Grecia la hacen invencible en la lucha contra los bárbaros.  Los guerreros de Maratón vieron a Teseo, armado de punta en blanco, frente a sí; los luchadores de Salamina ofrendaron a Ayax, que había luchado con ellos, un barco de guerra del botín...
El supuesto en que se basa esta proximidad activa de los héroes es que sus huesos están sepultados en el ágora de la ciudad, o debajo de la puerta de la muralla, o en los límites del distrito, que las tumbas son miradas con respeto y obsequiadas con sacrificios sangrientos.  Todo esto es tan poco homérico, tan antihomérico, cuanto es posible.  Estos héroes que protegen la patria desde sus tumbas pertenecen no a la parte de los héroes épicos, sino a la de los dioses ctónicos a los cuales se parece mucho su culto, de la misma manera  que algunos de ellos aparecen en figura de serpiente.   Pero son ellos los que en la plenitud del espíritu griego se convierten en los héroes de la tragedia.  Evocados por el canto coral como en un conjuro, los héroes que descansan en la tierra de la patria, que siempre están presentes, ascienden a un presente más alto.  No se convierten en figura y acción como en el epos, sino que se tornan imagen y se ponen a hablar.  Resuélvase como se quiera el problema de la historia del espíritu que es la formación del drama, este problema tan discutido, lo cierto es que el drama ha venido al mundo como tragedia, pero la tragedia ha surgido de una relación religiosa del poeta respecto de los héroes legendarios de su pueblo.
Naturalmente que esta relación religiosa, es decir, la creencia en los héroes y el culto a estos, que da a la tragedia su sentido más profundo, no ha surgido en ésta por primera vez, sino que está en el fondo de ella como realidad, y la tragedia no es sino la elevación a gran parte de este culto.  Este ha surgido por caminos que no podemos seguir al pormenor en el movimiento religioso de la época posthomérica.  Aun en ella, no surgió como algo nuevo, sino que las chispas que aún lucían en la fe del pueblo se inflamaron en una llamarada nueva.  En lugar de la idea homérica de que el héroe muerto es un nombre glorioso, pero en lo demás una sombra sin existencia, vuelve a forjarse la antigua creencia de que está presente en su tumba y activo entre los vivos. Descuidar el culto a los muertos, dejarlos sin enterrar, vuelve a ser de nuevo un pecado imperdonable.


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