HESÍODO

Opina Heródoto que dos fueron los poetas que habían creado los dioses de los griegos.  Data a ambos, por así decirlo, de "ayer y anteayer", es decir, con una generación de distancia entre ambos.  Los dioses mismos junto con sus nombres provienen de Egipto, los han recibido los griegos -según piensa Heródoto- de los pelasgos, es decir, de la población prehelénica de Grecia. Pero por primera vez Hesíodo y Homero "les han hecho a los griegos su teogonía, han dado a los dioses sus sobrenombres, les han atribuido oficios y artes y han completado sus figuras" (Hist.II).
Hesíodo está en este aspecto a la misma altura que Homero, lo mismo que una leyenda griega, consciente de la profunda rivalidad de ambos, informa de la disputa de los dos poetas.  Si la observación de que la figura y características espirituales  de los dioses les fue atribuida por primera vez por Homero, la idea de la teogonía apunta unívocamente a Hesíodo, pues ella es muy ajena a Homero, pero el pensamiento de Hesíodo está completamente dominado por ella.
Hesíodo puede situarse como persona histórica alrededor del 700 a.C.  Este hijo de un labrador beocio es el primero que pone su nombre al comienzo de su poema.  Él, que dice de sí que las musas le han revelado "no mentiras, sino verdad", y sus sucesores, que han ido hilando poéticamente  las historias de los héroes, los árboles genealógicos de las estirpes y el origen e las tribus, son, a pesar  de que en la forma están todavía dentro de la tradición homérica, los precursores de la investigación histórica erudita, y quieren ser tales.  En ellos, y en Hesíodo mismo, ya no se sigue poetizando la leyenda heroica a partir del sentido heroico del presente, sino que se saca de la poesía y de la religión popular la vieja sabiduría, se piensa y hasta se sutiliza, se ensaña y sistematiza.  Según su profundo contenido, esta sabiduría no es ciencia, sino que Hesíodo señala una nueva inflexión en la lucha de los dos grandes mitos y una nueva fase en la perfección de la religión griega.  Representa el movimiento religioso del mundo posthomérico.
El viejo mito en la poesía de Homero ha sido conscientemente rechazado y, sin embargo, pervive allí.  Al jurar se hacen sacrificios al sol y a la tierra, y además de Helios, que todo lo saca a la luz, son invocados los dioses subterráneos.  Las grandes realidades de la tierra y la sangre, la madre y la muerte, las fuerzas demoníacas que en ellas están ocultas, y las divinas que de ellas se levantan, mantienen su potencia incluso en la religión homérica, a cuyos grandiosos rasgos pertenece que no excomulga dogmáticamente la vieja religión, sino que la conserva como fondo sacro, quitándole sólo su pesada gravedad y su oscura implacabilidad.  Pero en primer lugar los viejos dioses y las potencias han seguido, por así decirlo, en plena validez, junto al mundo homérico, en la fe del pueblo.  En donde las estirpes griegas vivían como agricultores o pastores, el elegante pensamiento jónico del mundo olímpico de los dioses, debe haber caído como un lejano resplandor en una existencia que seguía unida con fe a las potencias de la tierra y de las tinieblas.  Pero de todos modos, por encima de toda Grecia subsistían los viejos cultos telúricos, seguían en vigor los espíritus benéficos o vengativos del profundo, estaban poseídos árboles, aguas y montañas por seres divinos del antiguo estilo.  Y allí comienza, en viva relación con la fe popular, un nuevo desarrollo de la religión griega, no retrocediendo antes de Homero, sino a partir de él y hacia adelante.  Nunca se hubiera hecho el espíritu griego apto para la tragedia si los poetas trágicos, pregoneros de la fe en Zeus omnipotente, no hubieran sentido presentes las huellas de los dioses prehistóricos y del profundo de los Titanes y las Erinias, Deméter y Dionisos.

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