La construcción del templo griego no conoce ningún enlace amorfo entre las piedras, ningún muro planiforme, ningún apoyo ni empuje disimulado. De abajo arriba, está compuesto de los diversos sillares que lo hacen visible; por eso no puede resquebrajarse ni caer en ruinas, sino, a lo sumo, derrumbarse. La mecánica precisa del soporte y de la carga en que consiste está garantizada sólo por el cuidadoso trabajo del cantero en cada una de las piezas, sin la ayuda de ocultos tensores, sin la magia de bóvedas ni arbotantes, sin enlace material. En ninguna parte del mundo cada miembro de la construcción ha sido tan finamente trabajado pues en ninguna parte fue tan responsable como allí.
El paralelo se extiende a más. Según la anatomía del cuerpo, el plano del templo lo ilumina como un todo -y sólo como un todo- inmediatamente. No hay añadidos, modificaciones o complementos, ni siquiera un cambio en la estructura fundamental. ¡Qué contrasentido imaginar que el cuerpo humano podría alcanzar una belleza más alta con aumentar sus miembros o cambiar su estructura fundamental! Pero, bien puede la figura fundamental haber sido concebida según su propia proporción y así lo ha sido en cada caso. esta proporción se extiende por toda la figura como la de su propia vida y se realiza en cada miembro. En la magistral disposición la mirada inteligente se deja llevar del sentimiento. Lo mismo ocurre con el cuerpo que con el templo. Hablar del templo como cuerpo significa, por consiguiente, que no esté construido según las medidas humanas, sino que él tiene las suyas propias. Es siempre un poco juego y casi una broma llegar las analogías al pormenor. Vitruvio sintió la columna dórica como imagen de la fuerza varonil, la jónica como imagen de la mujer, el capitel de volutas como el rizo de cabellos, los acanalados como los pliegues de un vestido. Pero no incide en tales cosas la corporeidad del templo griego, sino en que la mecánica de su estructura opere tan claramente a través del todo que comienza a vivir.
Imprescindibles en la figura del cuerpo y, precisamente, el aliento sensible de su vitalidad, son las pequeñas irregularidades de la forma, las desviaciones de las tiesas rectas, las irracionalidades de sus proporciones, las faltas creadoras que modifican la regla abstracta. Los arquitectos griegos han calculado tal cosa en el plano de sus templos, no como añadid secundario, sino en el mismo proyecto del plano; la vida de la construcción, que es una y un todo, y que se presenta al ojo como tal, se hace en él aprehensible como en el encuentro con un ser que respira. Las columnas se rejuvenecen con un suave hinchamiento. Los muros de la cella y las columnas se inclinan ligeramente hacia adentro. Las gradas del basamento y las vigas se curvan unos pocos centímetros hacia afuera; en estas cosas la sutileza del cálculo y la precisión en el trabajo limitan con el milagro. Esto es como cuando el violinista añade a su tono dos impulsos para hacer más expresa la viviente tensión que de su interpretación procede.
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