Como el relieve de los estratos invasores y dialectos, como en el campo de fuerzas de las formas de vida políticas y de los círculos de poder, así se constituye la forja del templo, que se extiende por todos los países de Grecia, según la disposición y estilo de las tribus. Dos formas fundamentales ocurren desde el principio: el estilo dórico y el jónico. Estilos constructivos entre los que se puede elegir llegan a serlo sólo mucho más tarde: primitivamente son los dos modos en que puede darse la existencia griega, y por ello, también sus templos. El modo constructivo dórico, en el que parece vivir algo de la fuerza política del mundo dorio, domina todo el continente y la Magna Grecia. La forma simple, claramente articulada, de poderoso carácter de la polis, de la vieja construcción de troncos, vigas y ladrillos, se mantiene visible hasta sus obras más perfectas, hasta Olimpia, Corinto y Bassai. Es como si allí la transposición en piedra significara sólo que la ley ha de ser válida en toda su rigidez. El estilo jónico domina en Asia Menor, y en la época primitiva sólo aparece allí y en las islas. Desde el principio, se inclina a proporciones mayores y a un despliegue más rico, es más elevado que la construcción dórica, es más abierto en el pormenor a los motivos asiáticos, respira abandono donde el templo dórico exhala contención, guarda riqueza y felicidad mundanas donde el otro tiene al nomos, y es sabido cuando aquél es fuerte. Ser construido en piedra, y, muy pronto, ya en mármol, es tan congénito a la forma jónica, que los comienzos más primitivos ya no son visibles. El templo dórico surge orgulloso en piedra caliza sencilla; sólo en el siglo V, el Ática, rica en mármol, lo construye en mármol.
Con todo, los dos estilos no son sistemas incompatible, sino polos actuantes. Una mutua influencia, casi un diálogo, a veces hasta un juego, se celebra entre uno y otro. En muchos templos, y precisamente en los más hermosos construidos conforme a la ley dórica, resuenan más fuerte o más débilmente formas jónicas, ya en la decoración, ya incluso, en los elementos constructivos. En el templo de Apolo de Bassai, la perfección clásica del estilo dorio, Ictino (en el caso de que sea él quien lo construyó), le dio forma al espacio interior en estilo jónico.
Ática madura desde la época de Solón, es decir, con su ascenso a tener significación política, hasta ser el verdadero centro y la síntesis del modo de ser dorio y jonio. Para la plástica, sabemos esto; para la arquitectura tenemos derecho a suponerlo. Cuando después de Atenas surge en plena luz de la victoria, también el templo griego tiene su época de Pericles. Su figura perfecta no es, como tampoco la del arte griego, en general, dórica, ni tampoco jónica, sino ambas cosas; es ática. El Partenón es, como todos los templos importantes del continente, naturalmente, un edificio dórico, pero no sólo en sus formas ornamentales, sino también en sus medidas, y en toda su composición ha absorbido lo jónico en sí de tal manera que es pura y simplemente el templo griego.
Estas interpretaciones acordes y síntesis, son posibles porque la maravilla del templo griego es una, como la de la lengua griega, o de la polis, y sólo aparece múltiple en las características de las tribus. Pesar más o levantarse más libremente, ser más concentrado o más organizado en partes, más grave o más libre, más digno o más alegre: de estos diversos juegos de la existencia es también capaz la figura humana, que en todos estos muchos es una. El templo griego es cuerpo, y así su belleza va representándose en todos los modos de la vida, y puede ser más fuerte o más esbelto, más ágil o más magnífico; doncella o varón.
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