La lamentación de que la vieja moral romana ha perecido está en boca de todos los romanos que conocemos. Puede ser que para ese mundo conservador signifique la añoranza de los viejos tiempos, siempre mejores, lo que a la polis griega la fe en los héroes, cuyo modelo y ayuda está siempre presente. Pero en aquellos que vivieron pensando el siglo de la revolución, y han pensado viviéndolo, se trata de algo completamente distinto, es decir, de la conciencia de que Roma, hasta en su más íntima sustancia, fue surcada por un cambio incomparable de tiempos, de que todos los vínculos se soltaron, todos los fondos se tornaron insondables, y Fortuna, como dice Salustio, comenzó a estar furiosa. Esta conciencia tenía objetivamente razón. El siglo desde la muerte de Tiberio Graco hasta la decisión de Actium es realmente una crisis de los tiempos que rompe por completo la tierra de Roma, es una revolución total convertida en algo permanente, en la que todos los actos y hombres, aun cuando se esfuercen en mantener el viejo orden, se convierten a la fuerza en revolucionarios. ¿Puede ocurrir otra cosa cuando ha de nacer una nueva paz sobre la Tierra? Y de eso se trata, ciertamente, en este siglo tan abundante en sangre y en lágrimas, tan cargado de culpas y tan desgraciado.
En tales épocas los hombres se convierten, en cuanto no dejan en absoluto de preguntar y se limitan a nadar en el torbellino, en vaso de todos los pensamientos en los que la decadencia busca un sentido de sí misma. Todos estos pensamientos se pensaron entonces: la decadencia es una aberración de la norma de los antepasados y puede suprimirse con el restablecimiento de la situación antigua, o es definitiva y se burla de toda forma; es una ley natural que el poder humano en cuanto ha alcanzado su mayor altura comienza a decaer, o bien se ha acumulado, desde la antigüedad o en el vértice de las últimas victorias una culpa en la comunidad que ha de ser espiada y sufrida antes e que venga el Salvador, cuando vino, lo ha hecho exacto. Como siempre en la historia, que es el reino de la facticidad, sólo puede ser siempre verdad lo que se impone con una fuerza superior y pone éste en vigor. En época de la revolución la verdad es, pues, revolucionaria, en época cuyo contenido es la lucha por el mundo con los medios violentos sólo puede ella imponerse en esta lucha mediante la victoria y así se pone en vigor.
El encadenamiento de causas que provocaron la guerra civil y dieron a ésta pábulo lo vio claramente Tiberio Graco.
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